Dependiendo de cómo vayan las economías, no importa mucho cómo vayan las democracias. Eso parece decirnos el presidente Pedro Pablo Kuczynski al negarle la participación al presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, a la VIII Cumbre de las Américas, pero elegir como su primer viaje presidencial, la República Popular de China, gobernada por un partido único, el Partido Comunista, y sin sufragio universal desde hace 70 años (más que Cuba).
La defensa de las libertades y de los derechos humanos tambalea cuando se trata de gigantes económicos a los que no se puede decir que no son bienvenidos, como ha sucedido luego de la declaración del Grupo de Lima, encabezado por la canciller peruana, Cayetana Aljovín, quien antes fuera ministra de Inclusión Social, luego ministra de Energía y Minas, y ahora ministra de Relaciones Exteriores (tres ministerios en tiempo récord como para probar que la tecnocracia no necesita conocer los temas de su sector a fondo, sino que ya tiene un esquema predeterminado de acción).
Según el Grupo de Lima, el rechazo de Maduro en la Cumbre se sustenta en la Declaración de Québec, que sostiene que cualquier alteración o ruptura constitucional al orden democrático en un Estado se convierte en un obstáculo insuperable para su participación en la Cumbre (¡Fora Temer!). El Grupo de Lima está conformado por los cancilleres de 12 países: Argentina, Brasil, Canadá, Chile, Colombia, Costa Rica, Guatemala, Honduras, México, Panamá, Paraguay y Perú.