Esta mañana, una mujer que denunciaba un acto de negligencia médica en el  hospital Edgardo Rebagliati, fue sorprendida por el presidente de la república, Martín Vizcarra, con frases de esperanza. Un gesto que sin duda no pasará desapercibido en este clima de desconfianza que necesita desvanecerse con urgencia.

Lo que encontró el presidente, después de su labor como Embajador en Canadá, fue un Congreso partido y ahogado en escándalos, un país en el colmo del hartazgo y herido. Sin duda, Martín Vizcarra la tenía difícil en todos los sentidos al tener sobre sí la banda presidencial.

En un contexto en el que la población exige la disolución del Congreso y el destierro eterno de los corruptos, los peruanos y peruanas comienzan a voltear la cabeza y preguntarse si es que realmente el gobierno de Vizcarra será uno que nos dé esperanzas de cambio o si será la decepción de su pueblo. En redes sociales, las opiniones no pudieron esperar. Miles claman a Vizcarra como posible precursor de la democracia y otros como uno más del montón, digna insignia de la política peruana. Después de todo, un país que se hizo metástasis por la corrupción estos últimos meses, no es fácil de curar.  Pero, al parecer, esto es algo que Vizcarra quiere cambiar.

En su primera semana como Jefe de Estado, descartó por completo a los ministros vinculados con los escándalos de su predecesor, pidió disculpas a sus vecinos en una carta al condominio en donde vivía por las incomodidades generadas y visitó colegios y hospitales de Lima, así como el proceso de la reconstrucción en Piura. Son todas esas acciones las que le han generado a Vizcarra una aureola de inmunidad a la crítica. La fuerza en sus palabras al hablar de la lucha contra la corrupción, los derechos humanos y la reconstrucción del Perú comienzan a surtir efecto en los que ya no tenían esperanzas. Imagen potente que, para aquel que no respalde su presencia en la presidencia, será visto como un asiduo promotor de la inestabilidad. Los empresarios, la derecha del país y la iglesia católica ya lo respaldan. La opinión pública está dispuesta a olvidar lo que pasó en 2017 con Chincheros. Todos comen perdices.

Por lo menos esta semana, podrá tener el voto de confianza de los millones de peruanos que infatigablemente buscan un respiro entre tanta inmundicia. Pero basta un paso en falso para que caiga en el abismo. Aunque vaya pisando el primer escalón flojo y con mucho cuidado, el castigo sería inminente. Ya no solo será la decepción de la gente, sino la deshonra atiborrada en un profundo deseo de venganza colectiva en nombre de la democracia.