Un grupo de profesores de Ciencia Política, liderado por Pablo Iglesias, Iñigo Errejón, Carolina Bescansa y Juan Carlos Monedero, prometía acabar con la crisis, la austeridad fiscal, enarbolaba la regeneración política y tuvo la valentía de proponer un modelo abiertamente republicano para España. Podemos fue una noticia tan alegre en 2014, que gente de toda ideología pero indignada por la corrupción del PP comenzó a verlos con buenos ojos, tanto así que entre diciembre de 2014 y enero de 2015 encabezaban la intención de voto, con un espectacular 30 por ciento, y llenaban la Puerta del Sol de Madrid para proclamar que ese sería el “año del cambio” y que “se puede”

Batacazo general. Luego de haber apoyado cuatro años antes a Manuela Carmena y Ada Colau, ambas dejan de ser alcaldesas. Iñigo y Pablo ya no se pueden ver. El primero formó Más Madrid, justo cinco años después de la fundación de Podemos, el 17 de enero. De mover ficha para el cambio político, como decía el manifiesto fundador de la formación morada, ahora se movían cromos para supuestamente impedir el ingreso de la extrema derecha a las instituciones, pero en el fondo, Iñigo y Pablo jugaban el maldito ajedrez de quien se quiere quedar con los movimientos del cambio. En Podemos, pese a la desgracia y a la tristeza, surgía una esperanza: José María González, el alcalde de Cádiz conocido como “Kichi”, y esposo de Teresa Rodríguez, ex eurodiputada y fundadora de Podemos, quien pese a las críticas a Iglesias por haberse comprado una mansión a plazos con su pareja, Irene Montero, se mantuvo en el partido con su corriente anticapitalista para hacerle frente al “pablismo”.
Las diferencias entre Iglesias y Errejon ya son irreconciliables. Una fuente de Mas Madrid me dijo que Errrejon ya no está dispuesto a volver a Podemos, y que no descartan formar un partido verde para España. No está mal, que les vaya bien. Lo nefasto de esta crisis es que el votante hoy este asistiendo a un lamentable espectáculo, donde Juan Carlos Monedero, el escudero de Iglesias, señala que Errejon se dejó llevar por las “cloacas” para dividir el partido; y al mismo tiempo, Emilio Delgado (alfil de Errejón) culpe al fracaso de Podemos por los supuestos “problemas mentales” de Iglesias. Ambos, en vez de ser escuderos, han exhibido la podredumbre de sus argumentos y dejan al pablismo y al errejonismo como igualmente responsables de la crisis.
Pero las diferencias entre el líder de la coleta y el joven muchacho de las gafas no son nuevas: en 2015, Errejon instigo a Iglesias a que no pacte con Izquierda Unida a nivel electoral, ya que lo consideraba un movimiento “casposo” que nunca ha salido del 10 por ciento de votos, ni siquiera en las buenas épocas de Julio Anguita. Obtuvieron un resultado aceptable ese año, con 20 puntos porcentuales, pero con la unidad hacia la izquierda hubieran podido superar el 25 por ciento. Las caídas ya las tuvo antes, con la cuestión catalana abierta en 2015 por el movimiento “Junts Per Si”, que combinaba a Esquerra y a Convergencia en una alianza atrapalotodo y desesperada por la independencia. Eso redujo el margen de maniobra de podemos, pues la oposición al proyecto catalán la lidero la aliada de Albert Rivera, Inés Arrimadas. Ello produjo que Errejon, sabiendo que Podemos no tenía pegada en la llamada “España vacía” (léase, Castilla y León, Castilla La Mancha, Aragón, Extremadura, etc.), tomara una estrategia muy reactiva y termocéfala: proponer un referéndum en Cataluña, sabiendo que el PSOE se iba a mostrar a favor de la aplicación del artículo 155 de la constitución española, que insta al gobierno central a intervenir las autonomías si estas no se limitan a cumplir sus funciones y asumen tareas de estado al margen de lo que permita el gobierno nacional.
Entre 2014 y 2015, Pablo e Iñigo eran muy amigos. Iban a ver “Star Wars: el despertar de la fuerza” en plena campaña electoral y fiestas navideñas, los acompañaba a los debates, mientras que los demás candidatos iban con sus esposas. Eran, como dirían unos famosos reggaetoneros de Puerto Rico, el “dúo dinámico, el dúo de la historia”, eran los muchachitos dispuestos a cambiar el mundo solo con sus proclamas, son sonrisas, sus abrazos y su buena vibra. Eran la izquierda que los jóvenes necesitaban. Eran EL cambio.
Pero todo ello comenzó a venirse abajo en enero del 2016, cuando iglesias, sabiendo que su fuerza era prometedora, pero aun floreciente, exigió a Pedro Sánchez que le de siete ministerios y una vicepresidencia a cambio de su apoyo “es una sonrisa del destino que nos tendrá que agradecer”, llego a decir. Era Iglesias, el malo. Ese pésimo margen de negociación hizo que la facción conservadora del PSOE, liderada por la andaluza Susana Díaz, presionara a Sánchez para que no pacte con Iglesias, sino que mire a Albert Rivera y Ciudadanos, quien desde el entonces “centro progresista” aseguraba no querer pactar con el Partido Popular, aunque terminó dándole sus votos en agosto y octubre de ese años. Y ello provoco el primer movimiento de ficha de la gente vinculada a Errejon: Luis Alegre, politólogo cercano Iñigo, tuvo que ser expulsado por intentar tramar un quiebre de poder en Podemos, y hacer un “golpe de estado” contra Iglesias. La triste anécdota paso a ser rápidamente olvidada, y dos meses después Pablo Iglesias y Alberto Garzón, líder de la nueva Izquierda Unida, escenificaban su gran alianza que prometía superar al PSOE. Errejón aceptó la alianza sin reparos, aunque muchos señalan que a regañadientes.
Iñigo Errejon no es un revolucionario. Tampoco un socialista. Es, digamos, un socioliberal con simpatías por el movimiento verde. Aunque hasta hace unos meses era un entusiasta peronista, admirador de Cristina Kirchner, e incluso su tesis doctoral se basó en el modelo político que propuso Evo Morales hace casi quince años en Bolivia. No era un antisistema de manual, pero era un muchacho con grandes ideas para captar a los desencantados. Iñigo está de acuerdo con propuestas que los verdes de otros países de Europa quizá rechazarían, como la maternidad subrogada o la regulación y legalización de la prostitución, debido a que ambas son, bajo criterio progresista, medidas que revalidan el machismo y el uso de la mujer como objeto sexual o de deseo. Incluso se atrevió a enfrentarse a la entonces candidata a la Comunidad de Madrid, Isabel Serra, quien tuvo que afrontar su derrota tras decir que “los enfermos de cáncer no deben aceptar donaciones” de empresarios que le deban al fisco. Era evidente que se refería al dueño de la cadena Zara, Amancio Ortega. Sí, es verdad, es válido señalar que un empresario no puede aprovecharse del sentido caritativo para eludir sus obligaciones con el estado, es decir, con todos sus habitantes. Pero ser sincero no pega en política. Como diríamos los peruanos, Isa Serra pagó pato por sus errores. Madrid, pese a ser la capital del orgullo LGTBI, una ciudad que cada día prefiere movilizarse a pie antes que en carro, y que ha llenado sus plazas con proclamas feministas y emancipadoras; en el fondo es una ciudad conservadora, al menos en el tema estrictamente fiscal y económico. Pero naturalmente mucho más liberal y progresista que cualquier capital latinoamericana.
Volviendo a los affaires entre Iglesias y Errejón, luego de la frustración en junio de 2016 al no poder superar a los socialistas, los de Unidos Podemos trataron todo un mes de encontrar una explicación. En eso, comenzaron los cuchillazos: la expulsión a Tania Sánchez por parte de los de Iglesias, el apartamiento de los ediles de Carmena del círculo de confianza del líder morado (como Rita Maestre), y la intención de Errejón de disputarle a Iglesias el programa de la formación con miras al 2020, más no su liderazgo (aunque, en un principio, no lo había descartado). Previo a ello, en noviembre, Iglesias y su entonces amiga (luego pareja) Irene Montero, propusieron a Ramón Espinar para que se enfrente Rita Maestre por el liderazgo de Madrid. Ganó Espinar, pero terminó renunciando dos años después.
Llegado Vistalegre II, el programa de Iglesias ganó con contundencia, y se negoció para que Errejón fuera el candidato de Podemos a la Comunidad de Madrid. Sin embargo, se ahondaron las diferencias durante ese año por el modelo territorial en Cataluña y la cuestión independentista. Pese a ello, Errejón acudió con sus aliados al mitin de Iglesias en la Puerta del Sol, donde se alentaba la primera moción de censura a Mariano Rajoy, la cual fracasó debido a la abstención socialista (la misma abstención que logró la reelección del PP un año antes, y que produjo la renuncia de Pedro Sánchez al liderazgo del PSOE, y luego su posterior y glorioso retorno)
Ya en 2018, el periodista ultraconservador Eduardo Inda, reveló (no se sabe si por una investigación genuina o por medio de las “cloacas del estado”, que no son más que el aparato de espionaje que montó el Ministerio del Interior de Rajoy para perjudicar a sus opositores, y que evitó el sorpasso al PSOE revelando detalles muy íntimos de Iglesias) que Pablo Iglesias e Irene Montero habían comprado una casa en la exclusiva zona de Galapagar: una casa con piscina, jardines, y hasta servidumbre. Iglesias reaccionó rápido, y sometió su liderazgo a un referéndum. Lo ganó, pero no evitó las duras críticas del anticapitalista Kichi. Paradojas de la vida, hoy Kichi es visto como la esperanza de Podemos, mientras Iglesias entra en declive. Superado ese impasse, se tenían que negociar las listas para los ayuntamientos y las comunidades autónomas, las elecciones estaban muy cerca. Irene Montero acababa de tener a sus hijos, y cedió a Iglesias la batuta de las conversaciones. Según el diario El Mundo, Manuela Carmena fue a la nueva casa de Iglesias a pedirle que no intervenga en su lista de concejales, pues los que proponía Podemos no tenían experiencia. La izquierda pura ya tenía problemas con ella, quien continuaba en menor medida ejerciendo los desahucios de su antecesora, Ana Botella, aparte de haber cedido el proyecto inmobiliario de Chamartín a una empresa privada, cuando su objetivo inicial era que sea una iniciativa mixta, y que la batuta la tuviera el estado, entrando la inversión privada con ciertos límites al proyecto.
Iglesias respondió torpemente a Carmena, llevando como “negociador” al general Julio Rodríguez, quien quiso más presencia de los aliados pablistas en la lista del ayuntamiento. Llego incluso a insinuar con una candidatura suya a la alcaldía. Pese a los problemas, Carmena no dejó de negociar., y entre diciembre de 2018 y enero de 2019 estaba dispuesta a compartir lista, pero con independientes vinculados al Podemos de Iglesias que tuvieran ciertas credenciales para ejercer una buena gestión.
Pero tan de moda están hoy los juegos de tronos y las “House of Cards”, que Errejón hizo en enero un movimiento sorprendente, una jugada maestra, incluso para la propia Carmena: le propuso integrarse a su movimiento, Más Madrid, para alejarla de cualquier negociación con los pablistas. El acuerdo inicial de diciembre era que Errejón se encargaría de impedir que los pablistas entren al ayuntamiento, y que a cambio Carmena apoyaría su candidatura, sin dejar él de pertenecer a Podemos. Pero Íñigo ya estaba harto. Tan harto, que heredó (o aprendió, ustedes decidan) los métodos más tanáticos de Iglesias. Eligió un pésimo día para apartarse, un podemita 17 de enero, y ello provocó un terremoto. Pablo e Irene buscaron de forma desesperada y contra el reloj un nuevo candidato, y hubo dudas entre Sol Sánchez e Isabel Serra. A dos horas de cerrarse las listas, se decantaron por la última, quien a inicios de la campaña le sacaba entre dos y cuatro puntos a Errejón, pero pasadas dos semanas, obtuvo un pobre 5 por ciento, mientras que Iñigo lograba veinte consejeros autonómicos. El resto es historia conocida, y son lágrimas sobre la leche derramada.
Iglesias no declaró ante los medios ni la noche ni la madrugada de la derrota, y al mediodía dio una conferencia donde insistía en su idea de ser ministro y declaraba que “ponía su cargo a disposición” sólo si los militantes se lo pedían. Es ahí cuando comienza el verdadero dilema para Podemos, el mayor punto de inflexión de su historia, el “ser o no ser”. El líder de la coleta ya dejó en claro que Errejon no quiere volver a Podemos y que va a respetar su espacio, pero lo que hoy urge en la formación morada es una refundación, un Vistalegre III, una nueva líder que logre llevar a la victoria en el mediano plazo. Una. Sí, una mujer. Puede ser Irene Montero, la oficialista feminista, coherente y combativa, pero llena de soberbia, o Teresa Rodríguez, quien desde la humilde Andalucía nunca renegó de sus orígenes y nunca dejó la crítica, aparte de mantenerse leal al proyecto nacido en un pequeño teatro de Lavapiés.
El líder morado ya no debe pedir ministerio alguno a Pedro Sánchez, y debe concentrarse en un programa en común con los socialistas, evitando a toda costa un apoyo por activa o por pasiva de Ciudadanos. “Con Rivera no”, gritó una emocionada calle Ferraz el 26 de abril, pero con Podemos sí. Pero Podemos no es Iglesias. Al menos, ya no. Suerte a ambas potenciales candidatas, de ellas dependerá que el cambio político en España y Europa se materialice. Toca resistir, pues peores derrotas hemos conocido.