Yo esperaba un milagro de octubre. No sé, que salga de los propios seguidores impulsados por su fe. Total, se dice que esta puede llegar hasta las montañas y moverlas. Por lo que se ha visto, no pudo ni llegar al sentido común de algunos creyentes ni los movió para obedecer las disposiciones de nuestras terrenales autoridades.

Sucedió lo que siempre me pasa con estos temas. El último 23 de setiembre, cuando el Arzobispado de Lima anunció que la famosa procesión del Señor de los Milagros no recorrería lentamente las calles de la ciudad, el pequeño ser de luz en mi hombro derecho me decía que era la decisión más sensata, que era lo mejor. Al otro lado, ese hombrecito rojo y desnudo refutaba —como siempre— y apostaba a que los fieles se aglomerarían en las puertas de las iglesias apenas llegue su mes morado.

Y así fue, la mañana del 1 de octubre ya estaban de rodillas —hábito morado bien puesto— a las afueras de la iglesia Las Nazarenas del Centro de Lima: pidiéndole al Protector de los Terremotos que cure a algún tío del maldito coronavirus, que tenga entre sus escogidos a la tía o la abuela que el bicho se llevó y que bendiga a toda su familia para que la covid-19 no llegue a sus hogares.

Se ha considerado como manifestación cultural a la costumbre de ver a miles de personas siguiendo la imagen del Señor de los Milagros —y otras más— por las calles todos los octubres. Varias colonias peruanas han replicado esto en otras partes del mundo llegando hasta Europa; se ha visto a católicos emocionados y orgullosos aplaudiendo al Cristo Morado en las calles de Italia, Francia o España. Esta última —como para no olvidar— fue la que trajo al dios hebreo como “reemplazo” de las anticuadas deidades incas.

Con el respeto que se merecen las creencias, particularmente me emociona el momento histórico: es la segunda vez, en 333 años, que el Cristo de Pachacamilla no sale de su descanso anual. La primera vez ocurrió en 1882, cuando estábamos en plena guerra con Chile. Esta vez se realizarán actividades virtuales para mitigar la frustración de no estar pisándose los pies entre la multitud, respirando incienso, escuchando a las bandas musicales hasta la madrugada. Y aunque no son del total agrado, si se sabe que el público objetivo está formado por adultos mayores —un tanto enemistados con los aparatos tecnológicos—, es lo que se les ha ofrecido.

Escuchaba una risa burlona que iba de mi hombro izquierdo al derecho. Hace un par de días, en Tarapoto, el Cristo Moreno se daba su paseíto frente al Hospital Regional: custodiado por agentes policiales, al ritmo de una reducida banda de música del Ejército Peruano y ovacionado con efervescencia por el personal médico. ¿Y las restricciones? Ah, pero los cargadores llevaban mascarilla. Además, la fe lo puede todo. Recuerden que es el Señor de los Milagros, no es cualquier santito de mercado.