“Si queremos salvar a los niños, los vamos a salvar. Y sepan que salvación se escribe con sangre y no solamente con discursos altilocuentes”, dijo Julio Rosas en la interpelación a la ministra de Educación Flor Pablo.
¿A qué se refiere el pastor Rosas con esa afirmación? Los cristianos creen que Jesús murió para salvar a la humanidad y que esta sangre derramada era por el bien de todos, tenía un fin mejor por lo que los medios para lograrlo no importaban mucho. No importa que según la Biblia, Jesús haya pasado por los peores tormentos que puede pasar un hombre, es por el bien de todos.
Ese tipo de creencias, fanáticas, solo han alimentado fantasías de violencia en diversas culturas, que en nombre de ese dios y esa sangre vertida, iban y derramaban la sangre de otros por un “bien supremo”, su propia “salvación”, o como en el caso de las Cruzadas, la “salvación de un pueblo o Estado”, lo que en el fondo era la defensa de intereses económicos de grandes señores, pero eso es lo que menos le importa a los fanáticos.
Hoy, en un Estado laico, escuchamos en el Congreso este tipo de discursos que no son neutrales y tienen un objetivo bien claro, llegar a los oídos de los más fanáticos, de los que creen que la sangre derramada purifica y santifica, y no tienen miedo de ejercer ese pensamiento contra sus hijos e hijas, o contra extraños a los que piensan que van a salvar de sí mismos, porque tienen al demonio en sus cuerpos, y ellos tienen la misión ciega de sacarlos de ahí
Cuánta sangre derramada por el fanatismo de algunos, y ahora, en un contexto perturbado por las campañas de desinformación de miembros de grupos antiderechos, en donde la quema de libros se ha convertido en una realidad inesperada, el mensaje es francamente perturbador. Su discurso es un llamado a exacerbar la violencia que ya viven mujeres y LGTBI en el Perú, violencia que todos los años nos dan cifras altísimas de feminicidios y crímenes de odio. Del odio que el pastor Rosas difunde todos los días y que mata.