Como suele pasar con la visión política que la mayoría tenemos, hasta una simple conversación entre ellos puede tener matices de arte plástico. Y se lo han ganado.

Cuando el famoso diálogo es alentado —hasta con emoción— por ciertas figuras de la política peruana, sobre todo desde esa trinchera política que ha puesto la situación como está, esa forma tan civilizada para llegar a un acuerdo que favorezca a ambas partes parece desvanecerse; se embarra una de las maneras más alturadas que tienen las personas para entenderse: conversar.

“Ya, entonces nos vemos más tarde. Tenemos que hablar”

El miedo ante esta pequeña y poderosa frase, en el contexto de relación de parejas, podría interpretarse de dos maneras: o porque sabes que hiciste algo malo y te descubrieron, o porque tu autoestima es tan baja que la despedida irrenunciable, el fin de la relación, puede venir luego de esa conversación.

Entonces, conversar o dialogar —pasando a contextos políticos— no posee ese efecto de ‘solución’ salvo para quien lo propone. Y así ha ocurrido en, digamos, los distintos problemas que viene enfrentando el país. En ese nivel político, hemos podido ver la lucha entre correctos y corruptos, entre buenos y malos.

En esta apuesta —que apesta— de la ciudadanía por inclinarse al ‘lado bueno’, el perdedor nunca está en esa mesa; la ciudadanía es la que siempre se lleva la chapita “siga intentando”. ¿Recuerdan aquel ‘diálogo’ entre Pedro Pablo Kuczynski y Keiko Fujimori, con Juan Luis Cipriani de mediador y dios de testigo?

Las cosas no salieron tan bien a pesar de las sonrisas posdiálogo para las fotos. PPK nos regaló, la víspera de la navidad del 2017, la liberación de Alberto Fujimori. La hija del indultado no parecía tan satisfecha con tal decisión y, con la mayoría parlamentaria obtenida, arrinconó al ‘presidente de lujo’ —revelando sus maniobras políticas— hasta que él mismo renunció. ¡Ay!, seguíamos perdiendo.

Si vemos las cosas con cierto panorama, creo que no es tan necesario ir hasta el centro mismo del problema —pero sí muy necesario estar informado— para saber que las exigencias de la población requieren soluciones rápidas para sus problemas y, sobre todo, que sean ordenadas.

Ejemplos como Conga, Las Bambas, Tía María, entre otros tienen sus posibles soluciones elaboradas por sus legítimos representantes. Ante eso, las autoridades muestran —así, en modo automático— su primera baraja: “Debemos hablarlo, conversemos. Tengamos un diálogo”.

Las reformas planteadas por el Ejecutivo incomodan —y el adelanto de elecciones más todavía— al Legislativo. Es ahí cuando los dueños del parlamento proceden a utilizar la misma fórmula que usan los ministerios —coordinado con las empresas privadas— para ‘solucionar’ los problemas nacionales.

La misma canción ahora es usada desde la avenida Abancay y resulta que ahora está mal ¿no? No, siempre estuvo mal si lo que se busca es ganar tiempo para planear qué es lo que más conviene. Claro, solo a una de las partes.

Es la ventaja de quien propone ‘conversar’ frente a la sospecha de quien recibe la generosa propuesta. El primero sabe algo, ya tiene algo planeado y procurará que el resultado le traiga una sonrisa. Como mencioné, ganar tiempo también vale. El segundo achina sus ojitos y presume que algo anda mal, luego agranda sus ojos sospechando que nada bueno saldrá de eso. Algo así están las cosas.