Hace una semana se supo que representantes de la oposición (reconocida por casi cien países, toda la Unión Europea y casi 30 países del hemisferio americano) y del gobierno de Nicolás Maduro, el cual es reconocido por Cuba, Rusia, Bolivia, China, y apoyado desde la neutralidad por México, Uruguay, Sudáfrica y otras naciones; están sosteniendo un diálogo en Noruega.
El 20 de mayo, Maduro anunció que desea convocar a elecciones parlamentarias en diciembre, lo cual no ha sido rechazado de forma fehaciente por la oposición, lo que podría señalarse como un gesto favorable hacia un acuerdo de ambas partes. Sin embargo, no se puede cantar victoria antes de tiempo, y no se debe descartar todavía una intervención militar por parte de Estados Unidos, Brasil y Colombia, so pretexto de que el ejército bolivariano está siendo entrenado por agentes cubanos y rusos.
Acá la cuestión es clara: Maduro es un gobernante autoritario. Es un líder que ha llevado a la nación llanera a su peor crisis económica, con un millón por ciento de inflación a inicios de año, y que si no es controlada, podría llegar a diez millones a finales de esta década. Es un régimen que viola derechos fundamentales como libertad de expresión (se han cerrado alrededor de 200 diarios y radios en los últimos 24 meses, sin contar la intervención a RCTV por parte de Hugo Chávez), y según Amnistía Internacional (que es una organización a la que no se le puede acusar de ultraconservadora o fascista, pero que mantiene lazos con la Unión Europea), habría hecho varias ejecuciones extrajudiciales, sobre todo en las protestas con muchedumbre de los años 2014 y 2017. Sin embargo, y teniendo las evidencias del pésimo gobierno de Maduro, que incluso atenta contra las libertades, su salida no puede ni debe ser por la vía de la violencia. Pinochet fue un cruel dictador, violador de derechos humanos, que generó una gran diáspora entre 1973 y 1990 que separó miles de familias, que tuvo una gestión macroeconómica aceptable es verdad, pero se fue bajo un plebiscito negociado, e incluso fue comandante en jefe de las Fuerzas Armadas chilenas hasta 1998, cuando asumió como senador, y meses después fue procesado más nunca condenado.
Lo que buscan países como Cuba, Uruguay y México es que el errático y nefasto gobernante venezolano permita un referéndum revocatorio, el cual fue impedido en 2016 (so pretexto de “firmas falsas”, aunque se comprobó que la afirmación del gobierno madurista no es cierta), y tras un resultado que inevitablemente será desfavorable para el “hijo de Chávez”, este pueda exiliarse en Moscú. No es la solución ideal, dirán muchos. Tampoco fue la solución “ideal” la firma de la paz con las FARC (la cual contó con el apoyo de, ¡oh sorpresa¡, Noruega), la cual incluye casa por cárcel para los guerrilleros arrepentidos, o hacer obras sociales en lugares alejados o empobrecidos con un nivel de vida ínfimo, como La Guajira o el Chocó, sin tener que pasar por la cárcel. Pero todo ello evitó más sangre, más muertos, más viudas, más huérfanos, más víctimas.
¿Se imaginan que Estados Unidos declare la guerra a Venezuela sin autorización de Naciones Unidas ni de la OTAN, como pasó en la guerra infausta de Irak en 2003? ¿Creen que un derrocamiento violento de Maduro implicaría la solución definitiva de la crisis? Todo lo contrario. Irak, Libia y Siria siguen siendo estados fallidos, y pese a que Estados Unidos derrocó a las dos dictaduras de los dos primeros países mencionados, las guerras civiles, el hambre y la migración desmedida continúan. El problema no es la migración, por cierto, son sus causas. El chavismo, después de una guerra –sea civil o bajo una invasión– podrá perder el poder y no recuperarlo en los siguientes 20 o 30 años, pero quedará como mártir. Algo parecido pasó con el peronismo argentino, que fue derrocado dos veces, pero que nunca perdió su base popular.
Lo que tiene que admitir la oposición venezolana, sobre todo la comandada por el proclamado presidente interino Juan Guaidó y Leopoldo López, es que pase lo que pase y hagan lo que hagan, el chavismo nunca bajará del 30 por ciento de respaldo, por más que sigan matando de hambre a los venezolanos o recortando libertades. Ese mensaje parecen haberlo entendido líderes más sensatos de la oposición, como Henri Falcón (quien se distanció de Chávez en 2010, y por lo tanto, no se le puede acusar de oportunista) o el propio Henrique Capriles, quien a inicios de 2014 intentó un diálogo con Maduro, pero este se vio frustrado por la estrategia de “La Salida” de Leopoldo López, que se basaba en bloquear calles, instalar presuntamente milicias y quemar llantas, lo que los chavistas llaman “las guarimbas”. Han caído en el mismo círculo vicioso que los llamados “círculos bolivarianos”. ¿Había razones para protestar en 2014? Por supuesto que sí. Los precios ya comenzaban a subir, las libertadas ya estaban recortadas y no se hizo recuentos de las últimas citas electorales (aunque la presidencial del 2013 fue ganada por Maduro de manera legítima, según varios observadores internacionales como el Centro Carter). Pero no a costa de generar golpes de estado, como en 2002.
¿Merecía una sanción Leopoldo López por sus instigaciones? Quizá. Pero el gobierno no supo negociar, y no lo liberó cuando debía hacerlo. Pero López aprovechó los abusos del gobierno para mostrarse él como un abusivo, y darle rédito político a su desgracia: mandando a su padre a postular con el corrupto Partido Popular Español, a su esposa apoyar abiertamente a gente como Macri, que está comenzando a matar de hambre a los argentinos, o a Piñera, quien está a favor de privatizar la educación o de reprimir a menores de edad que protestan.
Y ni qué decir de María Corina Machado, quien apoya abiertamente a dictaduras de derecha como la que tuvo Colombia con Álvaro Uribe, o manda saludos a xenófobos, racistas y homófobos como Jair Bolsonaro, quien tiene como admiradores a gente como Julio Borges. O incluso, la fotografía de Juan Guaidó con Alan García, tras pedir por su eterno descanso, pasando por alto su cobardía de eludir a la justicia con su suicidio.
Un caso de estudio es el de Oscar Pérez, quien fue lamentablemente fue ejecutado por las fuerzas bolivarianas a inicios de 2018, aunque la versión del gobierno señala que habría sido un abatimiento, pues él intentó un golpe de estado en julio de 2017, meses antes de los referendos de la Asamblea Constituyente y de la oposición para impedir la constitución de la misma asamblea. Pérez no fue un santo, y ejerció violencia con armas de fuego hacia el Palacio de Justicia. Pero su ejecución, o abatimiento, debe ser investigado. El caso de Pérez es una muestra de que ambos bandos en conflicto, el chavista y el opositor, ya han podido mostrar su peor rostro.
Detectar las falencias de la derecha venezolana no me vuelve chavista o madurista. No puedo ser partidario de alguien que nunca aclaró por qué Vladimiro Montesinos se escondió en su territorio. Pero Chávez tiene una causa: el Caracazo de 1989, que produjo una alza increíble de los precios del petróleo, y por consiguiente, de los productos de primera necesidad, debido a los gastos desmedidos, excesivos y hasta insultantes de los gobiernos de Acción Democrática y Copei. El despilfarro de la renta petrolera produjo esta crisis, que hizo a miles salir a protestar el 28 de febrero del 89, y esos miles fueron ejecutados. Se dice que ese día ha muerto similar cantidad de venezolanos que todos los que perecieron en 20 años de régimen chavista-madurista.
Muy aparte, llegado al poder, Chávez instauró programas sociales (a los que llamó “misiones”) relacionadas a la alimentación, a la vivienda, a la sanidad, y aparte de haber promovido un sistema de emprendimiento peculiar, que se basaba en el cooperativismo y la asesoría estatal. Expropió a mansalva, y eso quizá pudo espantar algunas inversiones extranjeras. Pero dos medidas de Chávez son las que, a la larga, originaron la crisis pese a que esta se originó tras su muerte: el cepo cambiario, que buscaba regular la especulación del precio del dólar, y el control de precios, instalado en 2003, que mantuvo a Venezuela en cifras inferiores al 20% de inflación (lo cual ya es alto, pero se mantuvo estable), pero que, al largo plazo -sumado a la falta de inversión del gobierno venezolano hacia proyectos de industrialización o innovación tecnológica, como sí lo hicieron China y Vietnam-, originó el millón por ciento de hiperinflación que hoy sufre Venezuela y que hace que hoy lleguen migrantes por centenas cada día, cada semana, a las fronteras de Colombia, Ecuador, Chile y, por supuesto, Perú.
Desde aquí, nuestra solidaridad y amor con todos los migrantes que han pasado por situaciones difíciles de hambre y abuso, y nuestro rechazo a políticos xenófobos, tanto de derecha como de izquierda, que buscan expulsar a todos o gran parte de los venezolanos que se instalaron en nuestra tierra. Es verdad, en un país con un PIB tan bajo como el nuestro, y con una informalidad tan alta, la migración debe tener ciertas regulaciones. Pero no al punto de la expulsión violenta, la burla, el insulto o el odio xenófobo. Es verdad, no somos Alemania, los migrantes deben pagar aquí sus impuestos y consumir aquí si desean vivir en nuestro país, argumentan algunos economistas. Pero, por ejemplo, la medida de declarar a Huancayo “ciudad libre de venezolanos” por parte de su alcalde, es simplemente repudiable, canalla y deleznable.
Volviendo al tema del régimen madurista: la Unión Europea, y sobre todo el presidente de España Pedro Sánchez, así como el mandatario mexicano Andrés López Obrador, deben hilar muy fino en este asunto. Por lo pronto, fue acertado el llamado del canciller español Josep Borrell a que Leopoldo López pueda exiliarse en la embajada española en Caracas bajo la condición de no hacer activismo político. Además, la Doctrina Estrada que promueve el secretario mexicano de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard, ha tenido mucha acogida en el llamado Grupo de Contacto, que incluye a los países del Mecanismo de Montevideo y a los de la Unión Europea.
En unos días va a cambiar la composición del parlamento Europeo en medio de las negociaciones del Brexit, y una alianza entre liberales, socialdemócratas, verdes e izquierdistas podría llevar a la presidencia de la Comisión Europea a un dialoguista como Frans Timmermans, un holandés de larga data progresista. Si la ultraderecha (capitaneada por gente nefasta como Marine Le Pen y Nigel Farage) suma, podrían hacer presidente de la comisión a Manfred Weber, quien no descarta apoyar una intervención a sangre y fuego por medio de la OTAN, pero calla ante los abusos autoritarios del húngaro Viktor Orban (lo más cercano que tenemos a Fujimori en Europa) y del austriaco Sebastian Kurz.
Asimismo, Donald Trump afirma alegremente que Venezuela, Cuba y Nicaragua son el “eje del mal”. ¿Y la dictadura hondureña de Juan Orlando Hernández? ¿Y las intentonas de asamblea constituyente en Colombia, para darle todo el poder a Iván Duque y así poder destruir las instituciones independientes y traerse abajo la paz? ¿Y las amenazas de Bolsonaro de desaparecer a sus opositores qué son? ¿Chistes gallegos? A Trump no le importa la democracia, solo busca pelearse con quien choca con sus intereses. Sino miren el caso de Huawei, mientras que Facebook y Google siguen almacenando nuestros datos personales sin nuestra autorización.
La hipocresía global en su máxima expresión. Y Venezuela no es la excepción. Hablemos, pactemos, dialoguemos. Cedamos todas las partes en algunas cosas que consideramos importantes, pero sin ceder en lo urgente, que es evitar más muertes, más hambre y más abusos por parte de un gobierno desgastado, impopular y abusivo, y de una oposición desesperada que parece haber perdido el norte. Conversemos. Nunca dejemos de conversar. La otra opción es un final fatal. No nos terminemos arrepintiendo.