Carta abierta a todos los profesoras y profesores de arte

Dentro de poco cumpliremos un año de pandemia en el Perú, y como todas las maestras de otras áreas aún llevamos el agotamiento del 2020. Hemos caminado entre el desconcierto y la confianza, la enfermedad y la creación; hemos explorado en cada sesión con los estudiantes que podían conectarse y vimos cómo casi un 30 o 40 por ciento rotaba su asistencia, mientras los demás iban desapareciendo. También, cuando pudimos estar conectados aprendimos a leer sus voces, mientras sus rostros quedaban ocultos porque la solidaridad fue no verse. Sí, porque al no tener todos los mismos equipos (teléfonos y planes de conectividad), al menor problema con la conexión los estudiantes con recursos mínimos terminaban expulsados de las sesiones. Entonces hacer equipo fue escucharse y no verse, el mundo al revés nos desafió y nos sigue desafiando.

El arte en la escuela fue algo que se fue conquistando en los últimos 20 años; especialmente desde las especialidades de danza y arte dramático, muchos artistas encontramos en la educación un sustento y un compromiso. A lo largo de los años hemos afirmado el cuerpo, esa realidad total de la existencia y de nuestros estudiantes, que hemos intentado recuperar desde el juego y la libertad para vencer los límites del espacio, de los moldes rígidos, de las obritas que nos pedían para cada actuación, porque buscábamos entrar a territorios que solo fueron posibles, poniendo mucha creatividad e ilusión; porque lo que damos no es solo una estrategia pedagógica que desarrolla competencias, es la posibilidad de profundizar sobre la experiencia siendo capaces de dar libertad y atrevernos a escuchar lo que los estudiantes expresaban sin enjuiciarlos.

Porque ser maestra de arte era superar el sobrenombre de “loca” o la profesora patera que viste de colores y que no usa el uniforme. Sí, porque nuestra ropa era la ropa de trabajo para poder tirarnos al suelo, entrenar y jugar con los estudiantes, llegar a la hora, no usar el celular en clase, preparar las clases y responder fuera de hora a los estudiantes. Todo para desarrollar este trabajo donde considerábamos fundamental la presencia. Hoy ante la situación de pandemia no solo el arte, sino muchas prácticas sociales se han visto afectadas, pero quiero poner el acento en la relación entre presencia y educación.

¿Y el cuerpo?

El año pasado hemos experimentado nuevos desafíos, por eso repensando la presencia
lo primero que había que decirles a los estudiantes era que nunca habíamos pasado esto
y que nosotras también aprenderíamos. Asumimos que era imposible llamar arte
escénica o teatro al curso, pero que teníamos la experiencia y la formación como para
hacer que suceda algo realmente trasformador desde esa mínima pantalla. Pudimos ver
que nuevos recursos surgían como el teatro sonoro, radio colectiva, taller de poesía,
bordando textos, un taller de poesía y la escritura de ensayos literarios, todo para el nivel
de secundaria. Dimos muchas clases personalizadas, preparamos junto a los estudiantes
mayores fanzines quincenales del curso y de esta manera llegar a los compañeros más jóvenes, con esos papeles volantes autogestionados que dejamos en un punto estratégico del barrio, pudimos rescatar a algunos compañeros y compañeras de la ausencia, del dolor o de la tristeza. Esto y nuevas acciones estamos dispuestas a realizar este año, como tantos colegas lo hacen en nuestro país, pero creemos que no podemos quedarnos en ello.

Ellas y ellos han pasado casi un año en sus casas, cuerpos adolescentes en espacios hacinados, donde las madres, padres o familiares salen todos los días a ganarse la vida, porque la mayoría son comerciantes informales. Estos familiares se transportan día a día en vehículos repletos de gente. Muchos de nuestros estudiantes han visto enfermarse, perder o recuperarse a los familiares. El espacio dentro de casa hace imposible apartar al enfermo, o escuchar las clases virtuales, que con suerte escucharán si tienen celular. Mientras los parque o áreas verdes son casi inexistentes en los barrios de nuestros alumnos. Aunque ya por cansancio hemos visto jóvenes pasear, jugar deporte porque ya no se podía más. Entonces ¿de qué cuidado estaríamos hablando al no abrir las clases
semipresenciales?

La escuela el elefante blanco o como salir de la escena del miedo

Cuando pienso en los cuerpos de mis estudiantes, pienso también en la escuela vacía, llena de muebles que ocupan los salones; ahora llena de polvo, cada centímetro que bien podríamos usar para trabajar con pequeños grupos siempre cumpliendo los protocolos. Imagínate en dar las clases en el patio vacío del cole, donde nadie te pida bajar el volumen de la música, porque hay clases en los otros salones. Imagínate jugar con el eco y las voces, el tomar los salones de otros para hacerlos nuestros por unos instantes. Imagínate que en vez de tener un aula llena de carpetas tienes varios salones. Imagina los movimientos, las reacciones, la voz, el grito, y sobre la mascarilla usar máscaras. Imagina que todos los estudiantes lean o escriban, bajo el toldo verde que lo protege del sol, un poema, un cuento, o que realicen un mural colectivo, o convertir el patio en una biblioteca al aire libre, o retomar el taller de bicicletas donde entrenábamos el equilibrio y la autonomía. Creo que eso y más podría ayudar a que los estudiantes también experimenten mejor sus otras clases virtuales. Pero por qué renunciar a construir propuestas o por qué solo esperar que esta situación pase, cuando sabemos que muchas cosas nuevas no serán transitorias.

En cuanto al espacio es imposible separarlo del miedo, esta ha sido la emoción que ha crecido y se ha instalado porque desde hace casi un año las autoridades políticas han buscado detener la pandemia infundiendo miedo, como si todos tuviéramos las posibilidades de confinarnos en casa. Si te das cuenta, las personas de mayores recursos son las más miedosas. Y a esto se sumó la corrupción de los políticos -¡Sálvese quien pueda!- parece ser el lema del bicentenario. ¿Acaso no podríamos organizar desde lo local otra manera de habitar el espacio?, ¿cómo empezar las clases si nosotros como maestras y maestros no nos hemos podido reunir de manera presencial?, ¿cómo empezar el año sin habernos encontrado directamente con las madres y padres de familia, cuando
son ellos, en el caso de primaria, los que se convierten en docentes? ¿cómo no escucharlas y plantear un plan de escuela y familia? (Voy poniendo ideas, sé que todo es complicado, porque lo es, pero hay que provocarnos para desinstalarnos de aquella innovación ciega y homogenizante que parece tragarse nuestra creatividad. Aunque no dependa de nosotras, es imprescindible recuperar nuestro compromiso con la vida, porque el arte es vida que crea, con el arte nuestros pueblos han resistido y celebrado. Nosotras mismas somos hijas de pueblos que no dejaron de danzar y cantar incluso en los momentos más duros.

Si miras a tu alrededor gran cantidad de gente cada día se enfrenta al miedo porque no le queda otra

Como maestra de arte no es posible aceptar pasivamente esta distancia. Necesitamos arriesgar en propuestas, tal vez seamos criticadas, pero hay que sacar generosidad en este tiempo en que la mayoría de los trabajadores del Estado se instalan en sus trabajos remotos, mientras la gran mayoría está en la calle. Desde ahí poco podemos esperar, son tiempos en que lo frágil de nuestro tejido social está a la vista, y no puede ser la salida personal la única alternativa.

Como maestra me comprometí con los jóvenes, como maestra, aunque no tenga un contrato como muchos, quiero plantear la necesidad de ver a mis estudiantes cara a cara, como artista tampoco puedo abandonar a la juventud. Mi plan de trabajo será mejor si por lo menos empiezo el año escolar viéndolos. Eso puede significar pequeños encuentros durante muchos días, pero será mejor que volver solo a la pantalla zoom.

Nos toca repensar el fin de los espacios, la manera de organizarlos, no pueden seguir siendo las escuelas recintos vacíos, mientras esperamos una vacuna que demorará, o que estará lejos de las mayorías. Pero es necesario mirar realmente esos espacios vacíos, ahí encontremos también nuestras propias contradicciones y las ausencias de nuestro modelo educativo. Contemplarnos en las escuelas desiertas será reconocer que los adultos y docentes son los que más nos expresamos en ellas, y dejamos poca o nula posibilidad a los jóvenes para hacer de la escuela un espacio suyo. En esto también la pandemia no invita a repensar esos lugares monocromos, dónde tantas horas vivíamos, porque volver poco a poco nos motiva a pensar y realizar proyectos con los estudiantes
y la comunidad educativa, necesitamos repensar seriamente en la función de los espacios.

¿Es posible impulsar una educación semipresencial humanizante trabajando con las familias y los estudiantes? ¿Hasta dónde el área de arte puede trabajar con el área de educación física para recuperar los cuerpos, el espacio y el tiempo presencial?

No dejemos nuestra creatividad solo para nuestras obras artísticas, salvar el arte es tender puente a la vida de los jóvenes de hoy. Este es un llamado a los sindicatos, a las diversas asociaciones pedagógicas, a las facultades de educación, estamos en un momento crucial donde lo local debe jugar su rol trascendente.

Lo presencial no puede ser un privilegio

Si lo hacemos nosotros con nuestras escuelas de los barrios, tal vez ayudemos a los sectores privilegiados que aún podemos hacer algo por el encuentro, ellos ya se instalaron en lo virtual y renunciaron a lo presencial, confían en sus recursos, esa manera de hacer país ya la conocemos, pero no es la única. Este tiempo es un tiempo para enseñanzas mayores, porque si nosotros defendemos lo presencial eso es alimento para toda la humanidad.

Crear en la escuela nos hace felices, y se crea no porque queramos cambiar al otro, se crea no para ser mejores, se crea porque no renunciamos a probar nuevas posibilidades, y porque crear no es construir objetos que terminarán en la basura; se crea desde los cuerpos porque ese lo que tenemos y es lo más preciado. Nuestros estudiantes importan y porque la poética brota de lo concreto. Y porque ser docente en arte es rehacerse y deshacerse con ellas y ellos, y donde la alegría no buscaba más razones que estar alegres absurdamente porque ella permitía revertir las tragedias.

Hace unos días el Ministro de Educación dijo de la necesidad de volver a las clases presenciales para vencer la brecha educativa, pero inmediatamente los medios de comunicación levantaron el miedo, y las angustias con la falta de oxígeno, oxígeno y camas que siempre faltaron y proponen esperar a las vacunas que unos pocos compraran porque tienen “como saltarse la cola”. Sugiero y me digo que escuchemos a lo que nos dicen las familias de nuestros estudiantes, porque solo acercándonos más a nuestras realidades locales podremos encontrar aliados y aliadas. Educarnos en la acción es hacer con dignidad nuestro servicio de docentes. No es nada sencillo, para nadie lo es, pero es urgente que volvamos abrazar al arte y eso es abrazar la creación que es más grande que nuestro pequeño pero necesario curso de arte.

Hace cuatro años pregunté a los estudiantes qué pasaría si quitarán el curso de arte. Uno dijo – Pero profe dónde podríamos ser nosotros, además ya no nos podríamos tirarnos al piso o venir con el polo (camiseta) de color y volveríamos a sentarnos en las sillas – Este recuerdo me ha impulsado a escribir mis laberínticas reflexiones, porque ese alumno sigue en mí, y me recuerda lo mejor que puedo ser y no quisiera ser yo la que termine por desaparecer la esencia de mi curso de arte. ¿Acaso no valdría la pena poner toda nuestra creatividad para defender el derecho a lo presencial?

Hildy Quintanilla Ocampo, docente en Arte dramático y directora de Mashara Teatra.

Lima, 28 de febrero de 2021