Por Alexandra Hibbett

Ofelia no estaba loca es una obra teatral unipersonal del colectivo “Las crías”, interpretada con gran talento por Alejandra Campos, y escrita y dirigida por Carla Valdivia. Ha tenido su temporada más reciente este mes (marzo) en el Nuevo Teatro Julieta de Miraflores (Lima) y ojalá la pongan sobre las tablas de nuevo pronto.

Se trata de una reinterpretación contemporánea, peruana y feminista de Ofelia, personaje de Hamlet de William Shakespeare, obra escrita aproximadamente en 1600. En la obra original, la locura y el suicidio de Ofelia son productos de los maltratos de Hamlet, su pareja, y es desde esta idea que parte el guion de Valdivia.

Pero, más allá de algunos personajes (como Hamlet, príncipe, en la obra de Shakespeare; aquí, hijo del dueño de un mercado; Polínices, padre de Ofelia, que tiene un puesto en dicho mercado; y Laertes, hermano de Ofelia), no hay mucho aquí de la trama de venganza postergada o de los temas de poder y conflicto edípico del drama shakespeariano. Y es que el guion de Valdivia se plantea desde la perspectiva de Ofelia.

Aquí una primera reflexión a la que nos lleva: que Hamlet fue una obra que naturalizaba la mirada masculina. Es decir, sin que nos diéramos cuenta, giraba en torno a problemáticas que concernían a los hombres y no dejó mucho lugar a los puntos de vista de sus personajes mujeres. Otro guiño importante en este sentido es que el monólogo de Ofelia en la obra de Las crías se dirige a su madre ausente, un personaje que no aparece ni siquiera mencionado en la obra de Shakespeare. Así, se nos revela que, en ambas obras, Ofelia estaba sola.

Lo que tenemos en la obra contemporánea es entonces una exploración de la situación de una mujer joven y pobre que se encuentra sin apoyo femenino en un ambiente hipermasculino. Su hermano cotidianamente la amenaza con que le va a “sacar la mierda”, y su padre básicamente la ignora, dando su apoyo y consejo únicamente a su hijo. Ofelia es muy joven, casi una niña, virgen, sumamente inocente y – al menos al inicio de la historia– carente de pathos u oscuridad interior. En otras palabras, es extremadamente vulnerable.

Es de esta vulnerabilidad y soledad que se aprovecha Hamlet, que aquí ha sido reducido a un personaje plano: un hombre violento con rasgos de tener trastorno de personalidad narcisista. Sumamente carismático y con plena sentido de legitimidad, literal y figurativamente se va hasta el codo cuando Ofelia solo le da la mano. Sin respetar los límites que ella intenta poner sobre su cuerpo, la seduce y la maltrata, combinando lo que se conoce como el “love bombing” (bombardeo de amor) con devaluarla psicológicamente y agredirla físicamente. Ofelia, como ella misma dice en retrospectiva, “no sabía nada del amor”, y por eso, confundiendo amor con pasión y abuso, sufre en soledad: ni siquiera el otro personaje mujer de la obra, la madre de Hamlet, se da cuenta de lo que está ocurriendo.

Sin embargo, Ofelia cambia. De hecho, toda la historia se presenta en retrospectiva: Ofelia recuerda lo que le ha pasado, desde su nuevo yo, que ha sobrevivido. Y lo último que nos cuenta es cómo, un día, ella abruptamente salió de su pasividad, y arremetió contra Hamlet con gran violencia: le arrancó un ojo. Esto me parece quizá lo más interesante: a diferencia de la Ofelia original —que después de sufrir el maltrato de Hamlet, pasivamente desvaría sobre flores y se mata—, esta obra nos dice que el abuso que sufren mujeres inocentes y pasivas, eventualmente explota en violencia. Una violencia de la víctima, una violencia femenina, que recuerda a lo que decía Kristeva en su ensayo “El tiempo de las mujeres”, de 1979:

… hoy las mujeres afirman que ese contrato [el contrato sociosimbólico] […] ellas lo experimentan de mala gana. A partir de esto, intentan una revuelta que para ellas tiene el sentido de una resurrección. Pero para el conjunto social, esta revuelta es un rechazo que puede conducirnos a la violencia entre los sexos: odio asesino, estallido de la pareja, de la familia. O bien a una innovación cultural. Y probablemente a ambas cosas a la vez. Pero el conflicto está ahí, pertenece a la época. Luchando contra el mal, se reproduce el mal, esta vez en el centro del vínculo social (hombre-mujer) (355).

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