En el Perú, aproximadamente 8 millones de las mujeres cuentan con un seguro de salud. Respecto a las mujeres que estuvieron embarazadas, el 89.1% de los partos fueron atendidos por profesionales de salud, según la última data estimada en 2013 proporcionada por el INEI. Solo al 2016, hubo 542,653 nacimientos, que en los últimos 10 años demuestra un incremento del 24%. Lo preocupante no son estas cifras, ni que el Perú crezca con gran aceleramiento; sino la situación que las madres acallan durante el parto y posparto, muchas veces por desconocimiento de lo que significa la violencia obstétrica.

La maternidad ha tenido múltiples significados durante el último siglo. Algunos lo ven como la redención para un cambio revelador, otros como un logro personal; sin embargo, la madre ya no está siendo el personaje principal en la historia. Los procesos de tecnificación de la medicina están dejando en segundo plano la sensibilidad de traer al nuevo ser al mundo, el autoritarismo médico como control social –pues intenta imponerse ante el dolor de la mujer- y el respaldo estatal para que esto pase, están convirtiendo a la sociedad en una era inhumana y subordinada desde el primer instante.

Un grupo focal realizado por Mano Alzada a 7 mujeres de entre 17 a 56 años, de distritos como El Agustino, Callao, Carabayllo y San Martín de Porres, reveló que, de los 19 partos en total que estas tuvieron, fueron capaces de reconocer 5 formas de violencia obstétrica en cada uno. Y es que hay diversas manifestaciones de esta violencia, que se camuflan entre el hábitus médico y la naturalización de la violencia.

La forma más frecuente de esta son frases como: “Para eso abriste las piernas”, “tiene que salir por donde entró”,  “colabora, esto es doloroso”, “¿acaso pensaste que era cuestión de tumbarse en la cama y esperar a que el hijo salga, sin más esfuerzo?, “no grites, cállate”, y entre miles más, son las que, recurrentemente sufre por lo menos una mujer en nosocomios al parir, por médicos que se jactan de la atención eficaz y profesional, cuando demuestran todo lo contrario.

Dana Deza Quesada (17) en 2018 dio a luz en la el Instituto Peruano Materno perinatal, y admite la agresión con un poco de timidez, pero a su corta edad reconoce haber sido vulnerada en su derecho a la intimidad y a un trato digno.

“Me ordenaron que haga cosas, que abriera las piernas, 8 doctores estuvieron presentes en mi parto y me dejaron en una camilla en el pasillo” , dijo indignada.

Otra de las formas en que se manifiesta es el tacto recurrente e innecesario del personal que acompaña a la paciente, no solo el obstetra, sino el residente, el practicante y el médico e inclusive el enfermero presente.

Paola Estefanía Coa Calcina (26) tuvo una niña en 2010, en el Hospital San José, de la provincia constitucional del Callao. Durante el parto, fue víctima de una serie abusiva de tactos vaginales para especificar la dilatación en la que se encontraba. Luego de presentar mucho dolor en la zona abdominal, decidió referírselo al médico, quién le contestó: “Es doloroso, hijita. Así es. Ya te falta poquito, aguanta no más”, y la mandó a seguir caminando. Después de un rato, la mujer sintió escalofríos y su dolor abdominal no había cesado. Al referirle nuevamente al personal de salud, con actitud molesta le ordenó tumbarse en la cama, a lo que ella accedió. Le realizaron un tacto tan brusco que la membrana que cubría al feto se rompió, exponiendo al bebé al líquido, que de estar en contacto con él, le causaría una infección generalizada. Poco después, Coa presentaba fiebre de 40 grados y hacía lo posible para que su bebé nazca, aunque sin fuerzas para el puje y con la fiebre, pocos eran sus medios. Al cabo de un rato, el bebé nació con infección generalizada e insuficiencia respiratoria, teniendo que internarla inmediatamente en UCI. Al preguntar esta por el estado de su hija, el personal de salud se mostró negativo e inconsecuente sin signos de querer ayudarla. Por el contrario, el trato inferiorizante y la humillación que tuvo que pasar por su hija, recuerda con pena, jamás olvidará.

Un caso aún más abrumador, fue el de María Lourdes Ortega Espinoza (45), quien tuvo gemelas en 1993, en el Hospital Daniel Alcides Carrión. Ella recuerda que por su delicado estado de salud, al padecer preeclampcia, en los controles previos al parto se le concedió la cesárea. Sin embargo, en la sala de partos, el obstetra de turno la ignoró y la paciente tuvo que esperar por largas horas a que la atendieran. Su esposo, cansado de la espera, decidió enfrentar al doctor, quien se mostró negativo a la situación y le ordenó echarse en una camilla. María Ortega fue obligada a dar a luz por parto natural, y no como lo habían recomendado los médicos que evaluaron todo el proceso de su embarazo. Además, luego del parto, ella cayó en coma por tres días, y al despertar encontró a sus dos hijas de 8 meses en UCI por presentar infección generalizada y asfixia. “No quisieron darme información sobre el estado de mis hijas y cuando desperté no querían que ni siquiera me acercara a verlas. Querían darme a entender que lo tenían todo bajo control. Ellos actuaban como si fueran dioses”, comenta.

El abuso de medicinas y el uso de técnicas de aceleración del parto sin consentimiento voluntario e informado de la paciente es una más de las formas de violencia obstétrica recurrente en nosocomios.
En 2010, Kathia Gesenia Zevallos Ortega (22), acudió al Hospital Hipólito Unanue con 40 semanas de embarazo. Ella tenía, en ese entonces 17 años, cuando la internaron por un problema de candilomatosis detectado en su control prenatal. La joven madre contaba con el SIS, y en sus controles prenatales le ordenaron una cesárea, puesto que el riesgo fetal era alto al poseer dicha ETS, si nacía por la vía vaginal. Sin embargo, a los dos días dio a luz por parto natural por orden médica imprevista, y el bebé por suerte no contrajo dicha enfermedad.

“Cuando les expresé lo que inquetaba, acerca de si mi bebé podría contagiarse de mi enfermedad, los doctores no me hicieron caso. Hasta había muchos estudiantes que entraban y salían, y me miraban como si fuera objeto de estudio inferior a sus conocimientos, y lo hicieron sin mi consentimiento. Ni siquiera me daban alguna respuesta sobre mi inquietud. Yo pregunté muchas veces a mi obstetra en los controles y él me dijo que los riesgos eran muy altos. A pesar de esto, su trato era hostil y no tomaron en cuenta las consideraciones del otro médico. Prácticamente, hicieron lo que quisieron”, cuenta.

Asimismo, Kathia Zevallos comenta que en el parto de su segunda hija en 2015, le practicaron la maniobra Kristeller, una técnica que consiste en la compresión con todo el peso del cuerpo del médico sobre el abdomen de la mujer para “acelerar la expulsión” en el momento de los pujos, aunque esto no haya sido comprobado por la OMS. Así como, la realización de tactos vaginales reiterados y por diferentes personas, a pesar de que esta mostraba todo el tiempo su desaprobación.

Las siete mujeres afirmaron haber recibido tratos que consideraron normales. Sobrenombres como “gorda”, diminutivos como “hijita” o “mamita”, les resultaban, entre risas, hasta simpáticos, evidenciando gran desconocimiento de que ello también fue parte de la violencia generada por el personal de salud que las atendió, ridiculizándolas como si fueran niñas incapaces de comprender los procesos por los cuales estaban atravesando. Además, dos de ellas mencionaron haber sido calladas al gritar o llorar de manera brusca y en repetidas ocasiones, haber recibido medicina sin saber qué era lo que se les suministraba, el impedimento del contacto inmediato con sus hijos recién nacidos y la obligación de “agradecer” al agresor, al reconocerlos como héroes por haber traído a sus hijos al mundo.

Otro caso fue el de Valerie Zevallos, quien con sus 7 semanas de embarazo acudió a la posta médica de su distrito, en San Martín de Porres. Ella presentaba ardores para orinar y dolor pélvico, y refirió sentirse en todo momento adolorida. Era su primer embarazo y no conocía los síntomas de este. El doctor encargado de su consulta solo le dio medicinas para el dolor, sin identificar el hecho más grave que acontecería. Esa semana, ella sufrió un aborto espontáneo que, de haber sido diagnosticada oportunamente, se hubiera evitado.

Quizás una de las formas más graves de Violencia obstétrica se presenta en el trato desinteresado del médico hacia la paciente, que muchas veces la vida es menos importante que una huelga médica.
En 1991, Hermenegilda Quesada Pastor, embarazada por segunda vez, acudió al hospital Hipólito Unánue, en El Agustino, para el alumbramiento. Sin embargo, al recibirla en Gineco-Obstetricia, le indicaron que todo el personal estaba en huelga y le dieron una lista verbal de nosocomios cercanos a ese establecimiento.

“Me dijeron que me faltaban 30 minutos para dar a luz. A mi esposo le dijeron que tenía que comprar una lista de cosas y que en ese hospital no me iban a poder atender porque estaban en huelga. Nos recomendaron que nos vayamos en taxi al hospital Almenara, Cuando llegué y di a luz, mi bebé se tragó agua de la fuente y estaba enrollada con el cordón. Estuvo internada 8 días y yo iba al hospital para darle de lactar”, indicó.

Por otro lado, la intimidad que una paciente puede tener durante el alumbramiento aparentemente no es algo que el personal médico respete en nuestros tiempos.

Lauren Deza (21) relata que en el Hospital Materno Perinatal, dio a luz en presencia de personas que nunca se identificaron con ella, y que junto al médico que la atendió, se mantuvieron de cerca para presenciar el parto.

“Me dejaron por un momento sola en la sala de partos hasta que dilatara. Pero yo gritaba y un médico me dijo que me ayudaría. Regresó con 3 personas y en frente de todos ellos di a luz”, comentó.

CAMBIOS A PASO LENTO

La ex Maternidad de Lima, desde 2009, implementa un proyecto llamado “parto humanizado” y es el único hospital a nivel nacional que tiene esta iniciativa. Cuenta con 17 salas de parto privadas, de las cuales una de ellas tiene jacuzzi para las gestantes que prefieren relajarse con agua tibia, antes que con la anestesia. Además, una camilla que permite varias posiciones (la mujer incluso puede dar a luz en cuclillas), un baño, un sofá para el acompañante, un monitor y hasta música clásica.

“Ni bien nace el bebé, debe producirse el contacto piel a piel con la madre por el tema de la afectividad y debe darse la lactancia porque es el mejor alimento”, indicó Enrique Guevara Ríos, director del Instituto Materno Perinatal.

La violencia obstétrica no está establecida en los códigos sobre violencia de género aún en nuestro país y solo cabe esperar que en algún momento se tipifiquen como actos no éticos hacia los médicos y obstetras dentro del margen de nuestras normativas.

Las siete mujeres del grupo focal consideraron que su parto fue traumático. Solo al ser informadas de las formas que existen de este mal silencioso fueron capaces de reconocer y comentar sus anécdotas. Dos de ellas no sabían que habían sido víctimas de esta. De haber sidas tratadas con una mejor calidad, la experiencia de la maternidad tendría otro significado, dignidad.