Ayer, 24 de julio, en medio del debate por la paridad y la alternancia en el Congreso de la República, una firme opositora a esta medida afirmativa que podría aumentar la participación política de las mujeres, la congresista fujimorista y evangélica Tamar Arimborgo sacó unos carteles en donde señalaba que las feministas no la representan y que no es un cuota.

En lo primero estamos de acuerdo, en los segundo no. El feminismo no la representa porque las mujeres son muy diversas, y el feminismo nunca ha pretendido representar a todas ellas sin ver la diferencia que existen entre cada una, por eso surge el nuevo uso de la palabra en plural, feminismos, porque es imposible contenernos a todas y se necesita señalar que las diferencias existen, pues muchas veces se constituyen, innegablemente en condiciones de vulneración, marginación, estigma y violencia. Eso es algo de lo que no tenemos dudas, cada diferencia entre nosotras es marcada por una experiencia de opresión o de privilegio, y si no se hacen visibles, seguirán funcionando para cumplir esos papeles interminablemente.

El feminismo no representa a las mujeres que se sienten lejanas a este, o que abiertamente están en contra por decenas de razones que pueden ser válidas para ellas. El feminismo no representa al fundamentalismo religioso, por ejemplo, porque se enfrenta a él, no representa a mujeres homofóbicas o que no apoyan los derechos de otras mujeres para progresar, o que intentan quitarles su libertad y condenarlas a papeles históricos que ya no tienen sentido en este mundo, o que no les permiten decidir sobre sus cuerpos, o que son cómplices de las violencias que puedan vivir debido a la cultura machista en la que estamos imbuidas.

El feminismo representa ideas que se encarnan en mujeres que no tienen la posibilidad aún de poder escapar de las cadenas que nos arrastran y representa también formas de entender el mundo que buscan implicar en los cambios progresivos de las mujeres a más mujeres, de todas las edades, creencias e ideologías, para que por más que no estén de acuerdo con lo que piensan las feministas, puedan acceder a lo que están llegan a lograr.

Esto se repite con frecuencia para entender cómo el feminismo ha logrado subsanar historias de exclusión, pero se tiene que repetir constantemente, porque muchos pueden creer que se logra porque en algún momento, a algún político o presidente se le ocurrió otorgarlo: trabajar 8 horas, no ser violadas en el centro de trabajo, poder trabajar y estudiar a la vez, poder votar, poder tener leyes que nos protejan contra la violencia sexual y el feminicidio, poder participar en política y llegar, incluso, a ser presidentas fue gracias al feminismo y a las feministas. Nada se hubiera logrado sin mujeres detrás de estas demandas exigiendo que se hagan, que se cumplan y que se amplíen, enfrentándose al escarnio, a la violencia que significaba en esos tiempos ser una voz pública de una población profundamente silenciada, a la estigmatización y a la expulsión de su propio país.

No es cierto que el feminismo represente las demandas de Tamar Arimborgo, porque Arimborgo representa al machismo, a una ideología que mata todos los días, de múltiples formas a las mujeres y a los LGTBI. El feminismo no podría representar a alguien así, pero a pesar de eso, sí ha ayudado a que su voz, así sea equivocada, fuera escuchada, las cuotas de participación política de las mujeres fueron una demanda feminista, y es por esas cuotas que Arimborgo está hoy en el Congreso despotricando de quienes la pusieron ahí, porque si fuera por la mafia naranja, hubiera tenido que pagar más y esforzarse el triple para no ser descartada por algún hombre corrupto que buscara instalarse en el poder por cinco años, gracias a las cuotas tuvo el camino un poco más fácil.

Lo ideal en el Congreso sería que más mujeres que buscan el progreso de otras mujeres pudieran acceder a la representación en el poder político, pero tampoco intenta obviar a algunas solo porque no estén de acuerdo, el feminismo piensa en todas, en colectivo, en que la posibilidad y la oportunidad estén abiertas para quien quiera tomarlas, y no solo para las que puedan. Y como siempre, el feminismo tiene la esperanza de que más mujeres puedan unirse a su causa, nunca es tarde señora Arimborgo, no se vaya de este mundo sin haber probado las mieles de la libertad.