Empecé escribiendo un artículo usando el discurso de la Comisión de la Verdad y Reconciliación-CVR y que posteriormente todo el movimiento de derechos humanos ha utilizado, pero no pude concluirlo, los familiares de los muertos de Molinos[1] no se merecen un texto de ese estilo. El oprobio de todos estos años contra ellos, tanto de los subversivos como de los campesinos, merece ser dignificado no solo recordando, sino interpelando los sentidos comunes en este tiempo de posconflicto.

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Todos estos años muchos han preferido el silencio, pero otros nos seguimos preguntando ¿por qué seguir recordando Molinos? ¿Por qué nuestras memorias siguen buscando respuestas dentro de los grandes relatos construidos alrededor de lo ocurrido? La respuesta pareciera simple, porque seguimos esperando que en medio de nuestra incomprensión sobre lo ocurrido hace 30 años, esa búsqueda de respuestas nos haga recordar no un pasado dejado atrás, sino un pasado que habitamos ahora y que vuelve una y otra vez en búsqueda de verdad y de justicia.

Y entonces nuestra memoria nuevamente empieza a recordar ¿qué pasó realmente en Molinos? ¿Sabemos realmente lo ocurrido en el enfrentamiento entre el Ejército y la columna del MRTA? Más allá de los muertos del enfrentamiento, hay ahora versiones de sobrevivientes[2] que pudieron escapar y lograr surcar las comunidades aledañas. Por ellos sabemos que varios heridos –algunos con heridas que no eran mortales–fueron asesinados extrajudicialmente luego del enfrentamiento. Ellos hablan de alrededor de 15 militantes del MRTA que quedaron heridos en las Pampas de Puyhuan. Por otro lado, algunos de los hijos de los subversivos muertos, luego de 30 años se siguen preguntando por qué sus familiares no fueron llevados a un hospital para luego pasar los años en prisión que les correspondía, ¿por qué se decidió por el asesinato y la posterior desaparición en una fosa común?

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Es bueno recordar también que en Molinos no solo hubo asesinatos extrajudiciales, sino desaparición de comuneros de la zona. Las versiones de los familiares de los comuneros indican que el Ejército, luego del enfrentamiento, realizó una operación de búsqueda en donde ejecutaron una serie de detenciones, entre ellos a niños, los cuales hasta ahora se mantienen desaparecidos, muchos presumen que fueron arrojados a la fosa común en el cementerio de Molinos.

¿Por qué nuestro recuerdo se distingue de otros recuerdos, nuestras verdades de otras verdades y las búsquedas de justicia son distintas a pesar de que hay casos “parecidos” como Putis? Voy a decir algo que quizás es incómodo. Lo que pasa es que nosotros no tenemos muertos “buenos”, nuestros muertos son muertos “malos”, por eso en el relato del sentido común, “esos muertos están bien muertos”. Esa fosa común no solo está manchada de sangre, sino que además apesta, porque en su interior están estos muertos y por ese tipo de muertos hasta ahora casi nadie dice nada, así como tampoco sobre el proceso de búsqueda de justicia como el caso Molinos.

Son 30 años de búsqueda de los muertos de Molinos[3]. Desde el primer día, los familiares han intentado recuperar los cuerpos que estuvieron metidos primero en una fosa común –la más grande de subversivos y comuneros que hasta ahora ha existido en el Perú– y luego de las exhumaciones, en las cajas de cartón. Primero en el juzgado y luego en el local del Ministerio Público en donde se mantienen hasta ahora, esperando que el Estado ejecute la búsqueda de identidad de los huesos y restos que se encuentran en ese lugar. Hasta ahora no se sabe quién, de las decenas de nombres que los familiares han mencionado o denunciado (hijo, esposo, hermano), se encuentra en ese lugar. El Estado, por su parte, no ha sabido responder a este hecho. A diferencia de las cientos de fosas que tienen muertos inocentes, en este caso es claro que hay subversivos y que la fosa está manchada, contaminada. Se trata de una fosa que nunca se debió desenterrar y menos en la búsqueda de la identidad.

Los familiares de los muertos de Molinos han tenido que resolver este proceso bajo persecución, miedos y estigmas todos estos años, porque eso significa reclamar en el Perú un cuerpo de un subversivo “desaparecido”. Y seguro en ese camino de búsqueda muchos de los familiares asumieron que lograr saber si es su familiar o no y poder enterrarlo, es una batalla perdida. Otros –los menos– siguen, a pesar de todo, en esa incansable búsqueda de saber qué pasó con su familiar. Solo hay que escuchar los testimonios de los hijos y familiares para estremecerse. Ellos no están denunciando a ningún militar por los asesinatos extrajudiciales en las Pampas de Molinos, eso será parte de otro capítulo en la historia de la lucha por la memoria, la verdad y la justicia. Lo que los familiares quieren ahora es que el Estado demuestre la identidad de los que murieron –subversivos y comuneros– para luego recuperar sus cuerpos y poder sepultarlos en algún cementerio, en esto llevan 30 años.

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Alberto Flores Galindo, cuando hablaba sobre Molinos, nos decía que tenemos que volver a recuperar nuestra capacidad de indignación sobre lo sucedido en los años de violencia. Hoy, después de tantos años, el silencio no ha vencido y esa capacidad de indignación nos interpela y moviliza. Necesitamos, después de 30 años, que esa idea del muerto bueno y el muerto malo, al momento de defender los derechos humanos en el Perú, desaparezca. La guerra terminó. Estamos en otro tiempo.

Han pasado 30 años de lo ocurrido en Molinos y nosotros volvemos a hablar…


[1] Hace 30 años en las Pampas de Puyhuan en el Distrito de Molinos en Jauja-Junín  se desarrolló un enfrentamiento entre militantes del  Movimiento Revolucionario Túpac Amaru  y el Ejército Peruano. Del momento mismo del combate hay versiones de militantes del MRTA y del Ejército, así como de algunos pobladores de las comunidades aledañas al lugar donde ocurrieron los sucesos y que han narrado lo que sucedió ese trágico 28 de abril de 1989.

[2] En conversación en prisión con Jaime Ramírez Pedraza, sobreviviente del enfrentamiento de Molinos, detenido en el 2015 junto a Miguel Rincón y muerto en el Penal Castro Castro, debido a una esclerosis lateral amiotrófica, me comentó “que en horas de la mañana se escuchaban gritos que pedían auxilio, pero que ellos ya estaban tratando de huir de las Pampas de Puyhuan”.

[3] Una institución independiente solo asumió la búsqueda de los comuneros desaparecidos y su identidad tratando de distinguir entre los muertos buenos y los muertos malos.