El año pasado durante la cuarentena leí la segunda edición de Mitad Monjes, Mitad Soldados de Pedro Salinas en colaboración con Paola Ugaz, un libro que recoge la investigación periodística respecto a los abusos sexuales, físicos y psicológicos perpetrados por miembros prominentes del Sodalicio de Vida Cristiana: German Doig, Luis Figari y otros son expuestos por quienes sobrevivieron a sus abusos y buscan justicia. A través de testimonios e informes de investigación, podemos conocer del horror que vivieron muchos adolescentes y jóvenes.

Hoy, un relato de Jaime Bayly, titulado “Te voy a pedir un favor”, presenta, en ese jugueteo habitual entre la realidad y la ficción, a un personaje llamado Cardenal Cienfuegos, que presuntamente abusó sexualmente de dos personas que aparecen como los hermanos Figueredo, ahora confinado en el Vaticano. Cienfuegos podría ser quizá un viejo conocido que ha desparecido de la escena pública, aunque antes estaba acostumbrado a los flashes y las entrevistas, teniendo incluso un programa donde opinaba sin mesura de lo que se le daba la gana.

No sabemos a ciencia cierta quién es Cienfuegos; sin embargo, no escribo esta columna buscando revelar ese misterio (aunque en Twitter y otras redes sociales ya se manejen nombres), sino más bien para llamar la atención sobre la justicia y la reparación a las víctimas de la Iglesia Católica.

Hace algunas semanas, leía una noticia llegada desde Canadá, varias iglesias quemadas, cementerios repletos de niños y niñas indígenas, que fueron arrancados de sus familias y que nunca volvieron. Hablemos, por ejemplo, de Alcatraz, un internado dirigido por la Iglesia Católica durante ocho décadas, financiado por el gobierno canadiense, donde se han encontrado aproximadamente 160 enterramientos que se suman a los más de 1100 hallados en las semanas anteriores, un hecho que ha sido calificado como genocidio y que ha despertado la rabia en Canadá.

Los escándalos de pederastia no son algo nuevo en la Iglesia Católica, películas como Spotlight nos retratan el accionar encubridor de la Iglesia, la violencia de las sotanas, el miedo, el silencio y el dolor con el que cargan los y las sobrevivientes. En estos tiempos, aún, la Iglesia Católica prefiere llevarse a los pederastas a refugios en el Vaticano que entregarlos a la justicia para que reciban las penas proporcionales a los delitos cometidos.

Cualquier católico o católica debiera indignarse por este comportamiento encubridor y exigir que, de una vez por todas, no solo que se pida perdón en conferencias de prensa con discursos grandilocuentes y falsos, sino que se entreguen a los pederastas para que sean procesados y juzgados por los delitos cometidos. Porque como dijo Jesús, al césar lo que es del césar y a dios lo que es de dios, no podemos convertir los delitos cometidos en asuntos de confesión, sino que deben ser tratados en los tribunales y estar un poquito más cerca de la justicia y reparación para las y los sobrevivientes.