En el mes de abril de este 2018, me encontraba leyendo un post en una web oficial del sistema de la ONU en Ginebra. El post que incluía una foto, era un recordatorio para conmemorar un año más del genocidio cometido en Rwanda por parte de los Hutus hacia los Tutsis. ¿Reflexión? ¿Qué tipo de reflexión desde este sistema? Solo estaría permitido dicha reflexión si esta recae sobre el rol y la función que supuestamente tenía dicha organización multinacional. Es decir, una reflexión que la comprometa directamente.

Cuando vi dicho llamado, realmente quedé sorprendido por el cinismo, ¿cómo podía la ONU conmemorar un día en el cual en su momento no hizo nada por evitarlo? Teniendo las capacidades obviamente. Seguro tomar una decisión implicaba sopesar qué tan valiosas eran o no las vidas de los ruandeses.

Este verano estuve en Kigali y visité el Museo de la Memoria, el cual está dedicado justamente a aquel evento terrible que aconteció en Rwanda, y no fue sorpresa encontrar en un mural lo que me convoca en parte a hacer esta nota. La ONU nunca tomó una decisión de intervención, aún cuando existió un cable en que se le notificaba a la sede en Nueva York que la situación podía salirse de control y traer consecuencias nefastas. En el mismo mural se encuentran las palabras del exsecretario general Koffi Annan en donde pide perdón por la inacción. Vaya coincidencia que lo mismo esté ocurriendo en Siria y anteriormente en otras regiones donde la ONU brilló principalmente por su ausencia o su incapacidad en la resolución de conflictos.

Recuerdo que en 2012 tenía como trabajo soñado laborar en una instancia internacional. El PNUD se encontraba en la lista de dichas organizaciones deseables en ese momento. Y hasta que lo logré en el 2015, luego de un proceso algo largo y tedioso, y estaría casi seguro que fue así porque no tuve un padrino. Ello extrañó al parecer, porque recuerdo la pregunta de uno de mis colegas ¿Y eres amigo de…? ¿Quién te recomendó? Es decir, entré por mérito propio. Y ello como que era una cuestión algo extraña, al menos esa percepción tuve y ya luego comprobé en diferentes procesos algunos detalles interesantes y que son bien sabidos por muchos, incluso por postulantes que se preguntan si los procesos son direccionados o no, y se lo piensan muchas veces antes de postular.

Dada ya la introducción, paso al asunto principal. Considero que el sistema de la ONU, en especial su agencia de desarrollo, PNUD, debería salir del país, y en realidad de todo país del sur global, esto último por menciones que he ido recogiendo de diferentes colegas a los que he ido preguntando en diferentes viajes por diversas regiones del mundo. ¿Por qué? Pues, pasaré a discutir algunos temas que debo confesar nacieron de la reflexión y discusión con algunos colegas, o mejor dicho excolegas, los cuales han ido cuajando en algunos puntos de opinión, que claro está, son totalmente debatibles.

1. ¿Real fortalecimiento del Estado? ¿Simbiosis tóxica?

Al iniciar mi trabajo en PNUD pensaba que estaría frente a una serie de retos y oportunidades de transformación clave para el país. Pero luego de un tiempo percibí que me encontraba dentro de un sistema hiperburocratizado, pero que igual resolvía y agilizaba al segundo. Resulta que las políticas y procedimientos de operaciones del PNUD son más ágiles y menos burocráticas que las del Estado. Bajo este contexto, el sistema ONU puede celebrar “acuerdos de servicios” (incluyendo el porcentaje de costos operativos) por proyectos que serán ejecutados bajo normativa del PNUD, pero que no implica necesariamente una transferencia de conocimientos o un fortalecimiento de las capacidades institucionales del Estado.

Esta particular simbiosis, lamentablemente mantiene un Estado incapaz de modernizarse y de lograr un gasto eficiente de sus recursos, teniendo en cuenta que sus unidades ejecutoras no logran gastar su presupuesto total, y al mismo tiempo mantiene al sistema de la ONU viviendo a costa de la ineficiencia del primero. Pues, considerando los años, ¿ya es hora que este debió haber aprendido algo, no creen? A 2016, la pregunta que varios colegas se hacían era: ¿cuál debe ser la labor sustancial del PNUD? ¿Debe estar realizando obras de construcción civil? Aquí un primer cuestionamiento entre lo sustancial vs lo intrascendente, y ello guarda relación con el segundo punto.

2. El sistema también debe sobrevivir

Como toda burocracia, necesita sobrevivir. Recuerdo cuando se nos decía que éramos la segunda oficina más grande la región, por los 100 millones de dólares gastados en 2014 y los 80 millones que se pronosticaban en 2015. Los pronósticos iban decreciendo, pero de igual forma era una exigencia para la oficina tratar de mantener el estándar de gasto. Ello debido a que tristemente comprobé que las oficinas PNUD a nivel mundial son calificadas y ranqueadas por los montos anuales gastados. Es decir, al carajo los resultados, el impacto, los tantos manuales y tantas guías de Result-based Management, para que al final ni se consideren para la evaluación. Como una colega, con todas sus buenas intenciones mencionó en un taller de planificación, ¿por qué en vez de 100 millones gastados, no podríamos decir fueron 100 millones de personas alcanzadas?

Y con la crisis de financiamiento, el sistema también entró en encarnizada competencia por fondos, pues es prioritario. ¡No los proyectos por el desarrollo!, sino, al parecer, mantener la costosísima plana burocrática. Pero me refiero a los costos primerísimos de la representación (¡lo que incluye chofer!), los fixed terms internacionales, luego los fixed terms nacionales, y ya luego los service contract si es que alcanza. A mi parecer, el sistema posee una innecesaria y cara burocracia que mantener en un país como el nuestro. Por ello, es que se hablaba mucho de las estrategias para convencer al Estado entrante para conseguir fondos.

Recuerdo, además, había proyectos pequeños, pero con impacto significativo, como apoyar el tema de gobernabilidad, acceso a la información-transparencia, la descentralización, pequeños financiamientos a comunidades, pero que en el fondo eran presupuestos que eran peleados por sus coordinadores, pero que, para el sistema en sí, en realidad implicaban una carga administrativa y recibían un tratamiento más bien como de “carga”. Pero bueno, había que quedar bien también en ciertos temas prioritarios.

3. Un sistema que reafirma las diferencias de clase y raciales, y de paso homofobia discreta

En países como el nuestro, sabemos existen diferencias raciales y de clase, las cuales se acrecientan y extienden con el modelo económico. En una discusión con un excolega, mencionábamos el impacto del sistema ONU en países con experiencia colonial. Resultaba que era curioso cómo había cierta sensación que las diferencias creadas y heredadas del sistema colonial, eran de alguna forma recreados en las agencias del sistema. Estas se convertían en una suerte de burbuja, en un refugio para gente blanca, de apellido, de clase alta, en donde más bien existía una ausencia de lo que el sistema pregona, diversidad. Recuerdo una experiencia bastante desagradable por parte del Departamento de Seguridad y Protección – UNDSS, en donde se hablaba que frente a una catástrofe natural seríamos evacuados junto a nuestras familias. Y con algunos colegas decíamos, ¿y los demás? ¿El resto de personas? ¿De dónde se deducía que nuestras vidas eran más prioritarias que las del resto? ¿Qué de importancia había en el personal del PNUD que debía recibir un tratamiento exclusivo? Recuerdo claramente, que alguien mencionó “debemos de cuidarnos entre nosotros, pues cuando ocurra un desastre, bajará la gente de los cerros y querrán arrebatar agua y alimentos”, con otros colegas nos miramos y sólo atinamos a decir, “este señor requiere con urgencia una clase de sociología”. Fue atroz escuchar esos comentarios tan clasistas y racistas.

Aparte, en lo referente al género y la sexualidad, la oficina era bastante pacata, demasiadas señoras de alcurnia que se sentían mal por el hecho de no poder comulgar por su estatus de divorciadas, por citar un ejemplo en lo referente a lo último. Es decir, represoras y reprimidas de sexo. Recuerdo hubo algunos problemas que me terminaron por convencer que estaba dentro de un sistema aparte de clasista y racista, homofóbico, al menos mariconfóbico. Creo que se me hubiese perdonado lo escandaloso si al menos hubiese demostrado tener una pareja estable, pues ser ya una marica mestiza chola era bastante atrevimiento, peor aún ser una puta declarada, pues ello iba en contra de las señoras casadas y las divorciadas. Una vez no se me permitió compartir habitación con una colega mujer biológica, pues se me dijo “que van a pensar tus colegas”, a lo que respondí, “que van a pensar, dos amigas compartiendo habitación”. Al final terminé durmiendo con un colega hombre, claro el de menos poder en la oficina, como para que no tenga chance de reclamar. Hubo bromas, las de siempre, otras nuevas como “imagino que darás mayor cuota pues tú vives solo y no tienes responsabilidades”, mofas centradas en la mariconada, a lo que respondí con amor, sí, un “estoy enamorado de ti, siempre me has gustado, y me pones no sabes cuánto” es el arma más poderosa para joder a un hombre homofóbico, pues ya no son los “otros”, ya no soy yo, sino ahora también es él, y eso le hace compartir la/mi vulnerabilidad. Esa parte fue entretenida, lo reconozco, pero sí me arrepiento de no llegar a comérmelo.

En fin, por lo expuesto, qué de bueno resulta para el país mantener un sistema como el de la ONU, que más bien buscar vivir a costas de. Creo que existen personas buenas en dicho sistema, pero al fin de cuentas, es un sistema y hace que más allá de las buenas intenciones de dichas personas, hace que terminen tragados por el mismo, frustrados, decepcionados y, en otros casos, asimilados. El sistema es un monstruo, sediento y hambriento, un sistema que agota y que no produce cambios sustanciales, al menos efectivos en las vidas de las personas.

Prefiero y creo millones de veces en el fortalecimiento del Estado, su modernización y descentralización, a que tener un sistema que acompaña, no transfiere. Un sistema preocupado en gastar y en obtener porcentajes de ganancia, que ni siquiera se quedan en el país para ser reinvertido, sino que es cooptado por la sede en NY para ver, analizar y decidir su mejor destino. Un sistema como este mantiene la codependencia mutua (con el Estado) en detrimento del desarrollo y la real transformación de vidas individuales y de comunidades.