La campaña ya es reincidente. El año pasado un grupo de generales, almirantes, periodistas y políticos de las cavernas, agrupados en la llamada Coordinadora Republicana, salieron cual cruzados en ristre contra el documental sobre Hugo Blanco, “Río profundo”, cuestionando que el Ministerio de Cultura entregue fondos para, supuestamente, hacer apología del terrorismo y “promover a un asesino”. Por supuesto, ninguno había visto el documental que clamaban por censurarlo, y la mayoría ni siquiera el tráiler, pero allí estaban las voces de la intolerancia fascista, con el apoyo de los medios.

Ahora es por un proyecto para la realización de un piloto de serie que obtuvo un estímulo del Ministerio de Cultura en septiembre del año pasado, donde se cuestiona que se le entregue a la actriz y realizadora Mayra Couto y su proyecto “Mi cuerpa, mis reglas”, por tratarse de una mujer polémica, que enfrenta incluso con el cambio del lenguaje patrones patriarcales establecidos. Se desata nuevamente en las redes sociales y medios de comunicación conservadores con argumentos machistas, misóginos y de ninguneo personal sin, para variar, haberse dado el trabajo de conocer lo que todavía es un proyecto en ciernes.

Todo fallo, por cierto, es debatible, y por eso los que ofician de jurado están en la obligación de fundamentar por escrito sus razones, como sucede a nivel judicial. Lo que no se puede ni debe es descartar o condenar a alguien simplemente porque no le gusta como persona, lo que piensa, dice o creo que hace. La condena a la película de Malena Martínez como el proyecto de Couto, sin conocerlos, es puro prejuicio, sea político, religioso o sexual, y el camino directo a la censura.

No se requiere ser muy zahorí para adivinar que detrás de todas estas campañas está el objetivo final de traerse abajo el Ministerio de Cultura, y las pocas ayudas económicas al sector que brinda. Hay sin duda problemas de fondo y forma en el manejo del ministerio estos años, incluso acciones, como lo de Richard Swing, que merecen sanciones ejemplares. Pero no se puede echar por la borda lo poco avanzado, por ejemplo en el terreno audiovisual, como los que quieren arrojar el agua sucia con el niño adentro.

Ceder ante la grita fascista e intolerante, bajo cualquier circunstancia, sería un grave y trágico error, al no haber aprendido que ellos siempre querrán más, en todos los campos, porque al final su objetivo es que no haya nada, salvo tal vez con financiamiento privado las comedias inocuas o los panegíricos patrióticos. Por eso fue que insistimos, aunque fuéramos en su momento una voz solitaria, en eliminar cualquier posibilidad de censura en la Ley de cine, como aquella que decía en un proyecto aprobado en el Congreso que se prohibiría el apoyo a las obras “que vulneren o no respeten el ordenamiento jurídico peruano y los reglamentos de la presente ley”.    

Lamentablemente el pragmatismo dominante en los gremios de cine, al que se plegaron los funcionarios del Ministerio, les hizo apostar todo el tema de la Ley de Cine a una prolongación de lo mismo, con más presupuesto, creyendo que se trataba de un asunto puramente cuantitativo, producir más películas, tener más recursos disponibles, sin responder a la otra gran interrogante que era y es, qué hacer con ellas.

Por eso insistimos tanto en la necesidad de asegurar la exhibición de las cintas nacionales, con la cuota de pantalla u otros mecanismos que garanticen su llegada y continuidad con el público. Así como en el tema de la formación de público, el incentivo a los festivales y muestras itinerantes, la incorporación del audiovisual en la enseñanza básica y la creación y consolidación de la Cinemateca Peruana. En otras palabras, cambiar la matriz del interés del Ministerio, casi exclusivamente dirigido a los productores, por la de la gente, el público, que al final debiera ser la razón de existir de cualquier ayuda con dinero de todos.

Existe también un grave problema de comunicación en el Ministerio, que lo convierte en puramente reactivo ante las acusaciones, pero poco claro y transparente en mostrar sus resultados. No basta la colocación burocrática de las actas de los jurados en la página web, hay que difundir y promover el cine más allá de los linderos de los cineastas y su mirada muchas veces endogámicas, y cerrada a cualquier crítica. Hacer de la cultura, en este caso el cine, no solo un asunto de cineastas sino de toda la ciudadanía, será el mejor antídoto para contraponerse a la grita censora y troglodita que seguirá buscando, por las buenas o malas, traerse todo abajo, porque no tienen nada que proponer, sino odio, mentira y discriminación.