La familia es una parte central en la formación de nuestra personalidad. La mayoría de nosotros, lesbianas, gays, trans, bisexuales y más, hemos crecido en una familia heterosexual, en donde padre y madre han sido nuestros referentes de lo que es una familia, debido a la invisibilización de otras formas de esta institución social, de otros relacionamientos, de otros vínculos que no estén ligados a los lazos sanguíneos. La familia es clave para nuestra vida social y, por ello, cuando nuestra familia nos rechaza, sentimos que se nos acaba el mundo.

Hoy es Nochebuena y para muchos de nosotros no es un día de felicidad, sino todo lo contrario. Quizá algunos tengan la suerte de estar junto a sus padres, hermanos o familiares en común esperando la medianoche para cenar, en libertad y con respeto, pero otros no tienen esa posibilidad. Muchos de nosotros hemos sido echados de nuestras casas y despreciados por aquellos que más nos deberían amar, por aquellos a los que amamos.

Mucha de la violencia que vivimos las personas LGTBIQ sucede en nuestros hogares. Es ahí donde se forjan la vergüenza, el miedo y el odio hacia nosotros mismos, hacia lo que somos, hacia lo que nos hace más felices: amar a otra persona como nosotros e imaginar un proyecto de vida con ella. La mayoría ha vivido su salida del clóset dentro de la familia de forma dolorosa y traumática, y ha sufrido humillaciones, insultos y desprecios. Pero a pesar del dolor y la marginación, hemos logrado sobrevivir en un mundo que no está hecho para nosotros, que nos repudia, que nos niega derechos, que no quiere que seamos felices.

Y hemos sobrevivido porque hemos encontrado otras familias. Familias que han vivido lo mismo que nosotros, familias en las que los lazos de sangre no importan porque no son condición del amor y del cuidado que se entregan. Familias que no son reconocidas aunque en ellas puede haber más amor que en muchas de las familias reconocidas y bendecidas por el Estado y la Iglesia. Esas son las familias que elegimos, familias basadas en el reconocimiento, el cariño, la sinceridad y la libertad que nacen y se fortalecen en las luchas comunes, en las experiencias compartidas y en las diversas complicidades que nos unen.

Gracias a nuestras parejas o a nuestros amigos y amigas LGTBIQ, reconstruimos nuestros huesos, sanamos nuestras heridas, reparamos nuestros corazones lastimados. Estas familias nos dan apoyo en los momentos más difíciles, nos permiten salir de las más hondas tristezas y nos llenan otra vez de esperanza.

Aquellos que se sienten solos, quienes no se sienten amados, aceptados ni respetados, quienes están tristes aun teniendo cerca a su familia de sangre, deben saber que una familia compuesta por personas como ustedes les aguarda para devolverles las alegrías perdidas. Feliz Navidad a todas las personas LGTBIQ y a las familias que eligieron.