La memoria más temida: cine, lazos familiares, guerra interna y censura macartista en el Perú
I
Hace poco vi la sonada (por reciente asonada facha en contra) cuarta película de Joel Calero (Huancayo 1968), La piel más temida (ver aquí y aquí), y ni es terruKeadora ni tampoco apología senderista como recientemente vienen afirmando, esto último, algunos personajes de la política y también dizques comunicadores locales. Por cierto, tampoco ofrece, ni de seguro pueden hacerlo sus factótums, una visión strictu sensu realista —es decir, desde dentro— de dicho conflicto y sus protagonistas en sus diferentes planos (no solo político y militar, sino también ideológico, cultural e incluido lo más personal).
Expresa, en cambio, una posición que más que humanizar intenta desenvolver cinematográficamente una perspectiva algo más objetiva de algunas circunstancias familiares ocasionadas por la guerra interna protagonizada por el PCP-‘Sendero Luminoso’: una organización que, partiendo de la interminable retórica y debates (con ulteriores debacles) de la izquierda en los 70, se alzó en armas contra el Estado peruano en la década siguiente, y que fue derrotada (por sus propios errores internos y la represión oficial) a comienzos de los años 90.
La trama se enfoca en una joven mujer universitaria, Alejandra, hija de padres peruanos y que radica desde niña en Suecia con su madre, ya que ambas abandonaron el país hace 20 años. Regresa al Perú para concluir la venta de la casa-hacienda materna en Cusco donde, haciendo trámites, descubre que su padre —a quien daba por muerto— está vivo y preso por haber militado en ‘Sendero Luminoso’. Allí se encuentra con el tío Américo, quien no escatima en ponerla en contacto con su abuela paterna en el pueblo de Tocto. La muchacha se propone, entonces, conocer a este hombre (vallejianamente denominado ‘Pedro Rojas Cahua’) que la abandonó cuando ella tenía 3 años, y quien además se halla enfermo de cáncer terminal. Pronto, este viaje mutará hacia un tránsito interior para descubrir los trazos de su padre, su país y su propia identidad.
En suma, el cine peruano vuelve al territorio andino para intentar comprender y explicar algunas circunstancias vinculadas al proceso de aquella organización maoísta que, hace ya cuatro décadas, inició su lucha armada del campo a las ciudades. Al respecto, y salvo para deslindar con las falacias e idioteces dichas por el facherío local sobre esta nueva película que, de modo tangencial, aborda dicha controversial época y temática, no viene a cuento abundar, sino más bien remarcar otras cuestiones centrales:
* Se trata de una historia de reencuentro, a la vez que desencuentro, de tres generaciones peruanas (abuela paterna-padres separados-hija migrante) y que se produce entre las circunstancias derivadas no solo de la guerra interna de los 80-90 en el Perú, sino también de las contradicciones, diálogos y silencios propios de la condición humana (la mirada final, directa y sin palabras del padre a su hija, entre la agonía de este, es contundente sobre los significados centrales en esta película, sembrada de silencios simbólicos en un paisaje andino-cusqueño más bien pálido en luces). Conectado con lo anterior, se tematiza también aquella diáspora que existe como consecuencia del conflicto armado, y de las segundas generaciones que tienen que abordar el tema de un pasado distante, geográficamente, pero cercano, en términos familiares.
* El cine hecho en el Perú tiene ya una tradición que va consolidándose, en los últimos años, con destacables películas bien realizadas (lo que también se refleja en el variado público que convocan, además de no pocos reconocimientos internacionales; tal vez porque operan también reminiscencias y búsquedas para comprender los hechos acontecidos). Es de relievar, además de la dirección y cualidades actorales, las múltiples técnicas y metodologías de trabajo puestas al servicio del lenguaje cinematográfico para expresar ideas y emociones simultáneas; algo en lo que, por ejemplo, el reconocido cineasta Armando Robles Godoy (ver aquí y aquí) insistió siempre, al promover la formación sobre lenguaje audiovisual en las escuelas: una pionera propuesta que debiera hacerse realidad urgentemente, sobre todo considerando estos tiempos tan pantallescos, cableados, y donde los enlatados hollywoodenses copan la imaginación cinéfila.
* Considerando los abordajes parciales y negacionistas sobre el proceso de violencia política en los 80-90, con diferentes expresiones sociales (una de cuyas últimas y más grises asonadas fue protagonizada por el comunicador televisivo Francisco de Piérola el mes pasado, quien incluso soslaya el carácter de la guerra sucia emprendida por las Fuerzas Armadas durante aquel periodo), esta película de Joel Calero es una excepción a dicha uniformización mediática, como queda dicho, al intentar no deslizarse en la usual retórica oficial ni oficiosa de separar dicotómicamente tal conflagración interna en buenos y malos, ni en demonizar simplificadoramente aquel proceso; lo cual tampoco significa, en absoluto, que haya apología de la violencia de aquellos años a fines del siglo pasado que muchos vivimos en carne y huesos propios.
Más bien, al integrar un retrato con matices humanos (y no ‘humanizantes’, como acusa la extrema derecha local) para abordar aquel periodo, su temática central va hacia los conflictos y posibles resoluciones intrafamiliares entre tales difíciles circunstancias concretas, empleando una perspectiva memoriosa mediante las acciones protagonizadas por la referida joven Alejandra; lo cual, por ejemplo, también evoca la opción narrativa elegida para el vibrante y recomendable documental El viaje de Heraud (2019), dirigido por Javier Corcuera, donde la historia sobre el poeta y guerrillero de los años 60 Javier Heraud es reconstruida por Ariarca Otero, su sobrina nieta.
Dicho todo esto, es recomendable ver La piel más temida, además de realizar debates públicos con argumentos serios, distantes de la mediocridad que acostumbran los medios de comunicación y, por supuesto, sus voceros terruKeadores y filofascistas, que suelen envalentonarse cuando campea impune la corrupción en diversos estratos políticos y económicos del país, y se acojonan cuando las movilizaciones populares cobran fuerza y fiereza (de retama).
Como siempre, la memoria y los lenguajes culturales son también central arena de contienda, donde hay que participar para dilucidar juntos entre el polvo y la verdad, y este es el objetivo principal de este rápido apunte al borde de la carretera de nuestra historia cinematográfica. Esto explica, además, que en muchos países -como Colombia, Argentina, Chile, entre otros- el cine sea uno de los medios para explorar la memoria de los conflictos internos. En España, siguen siendo tema de la literatura y la cinematografía los problemas y testimonios vinculados a la Guerra Civil Española; y algo similar ocurre en otros países europeos como, por ejemplo, en Alemania respecto del Holocausto y sus alrededores de todo tipo. Frecuentemente, estos proyectos de corte político-cultural son financiados mediante una combinación de fondos, entre los que se incluyen, cómo no, los fondos estatales. Lo cual nos permite avanzar hacia la última parte de este texto, con un pertinente marco internacional.
II
Algo adicional y positivo que aportó el estreno del film de Calero es reincidir en el lugar del lenguaje para procesar las contradicciones sociales y políticas, al mismo tiempo que sus efectos colaterales. Así, en relación con el uso indiscriminado, limitante y adrede tendencioso de los epítetos ‘terrorista’, ‘terrorismo’, etcétera, que conforman el divulgado ‘terruKeo’, hay que decir que se utilizan para propiciar la muerte civil de quienes son acusados con tal terminología, e incluso de quienes ya han purgado condenas, así como que al mismo tiempo se utilizan para criminalizar justas protestas y rebeliones sociales contemporáneas.
Tal estigma se halla tan anclado en la sociedad peruana que ya no solo proviene del gobierno o desde sus fuerzas aliadas, sino que también fue utilizado y agitado desde algunos sectores de la izquierda electoral, en algunas protestas ciudadanas, con consignas como “Eran campesinos, no eran terroristas” o “Eran estudiantes, no eran terroristas”. Lo cual connota la aceptación que si eran ‘terroristas’ se avalaba matarlos sin ninguna otra consideración legal, porque no se les considera humanos con derechos civiles (sobre este asunto, véase mi artículo “Una novela disidente sobre la violencia política en el Perú”).
Al respecto, Rafael Salgado Olivera, en su artículo “Terruqueo” e impunidad a 20 años de la CVR”, explica el funcionamiento de este terruKeo como arma para justificar la impunidad: “Es importante ver como al mismo tiempo que se promueve la impunidad, se la legitima ‘terruqueando’”. En efecto, aquella estrategia que muchas veces se valida a la ligera como una forma de deslegitimar al adversario, es simultáneamente empleada para legitimar, y dejar en la impunidad, las violaciones a los derechos humanos de la represión estatal; pues, como se dice, al final esos que murieron “eran terroristas”.
A esta misma línea, corresponde el actual debate sobre ‘humanizar’ a los denominados ‘terroristas’ (como acusan pública e injustificadamente algunos dizques comunicadores, como el ya citado de Piérola) en relación con la película La piel más temida; cuando lo que cabría debatir y cuestionar es la habitual deshumanización respecto de los protagonistas de aquella guerra interna que removió, y al parecer sigue removiendo, el país (como bien ha acotado aquí el historiador Antonio Zapata).
Quizá el señalado negacionismo de la extrema derecha con relación a la guerra interna, y esta misma distorsión respecto de quienes la protagonizaron, tenga su origen en un miedo de clase que evade abordar estos complejos asuntos con un horizonte crítico de mayor objetividad y amplitud. Tal vez, en el fondo, lo que se pretende ocultar bajo la alfombra (o las fosas comunes y clandestinas, incluidas las de la memoria histórica) es lo que diversos estudios e informes ya han registrado: que muchas personas de diversos estratos, características y clases sociales, tanto en el campo como en las ciudades del país, se unieron a quienes se alzaron en armas en dichos años. Con dicha actitud, lo único que se consigue es que las causas sociales de la guerra interna continúen intangibles, sin soluciones reales, y que el Perú continúe reproduciendo en los siguientes años y decenios los problemas estructurales de una no-nación secularmente expoliada, explotada, saboteada y pisoteada por los poderes locales y trasnacionales (“Perú: país del mañana” ironizó con elocuencia el artista Juan Javier Salazar al bautizar su memorable mural pop-urbano ilustrado con los rostros de todos los presidentes republicanos diciendo ‘mañana’).
En tal sentido, otra consecuencia de sesgo oscurantista a raíz del estreno fílmico que comentamos es la reactualización de una vieja campaña política desde la derecha más intonsa que ha habido en el parlamento peruano, que impulsa una censura de filo macartista contra cualquier producto cultural que disienta de la posición y discurso oficiales. En este marco represor, prospera -cómo no, impunemente en el Perú- la censura contra personalidades, obras, iniciativas y actividades que desborden aquellos estrechos marcos ideológicos; en línea confluyente, además, con prácticas semejantes de la extrema derecha en otras partes de Latinoamérica y el mundo: como el caso del cuestionado presidente argentino Milei y sus embestidas contra el cine argentino independiente (hace poco, el célebre actor y director de cine, Viggo Mortensen, dio un testimonio crítico sobre este fenómeno no solo verbal sino también de concretas prácticas censoras, y ubicándolo en el marco internacional contemporáneo).
La polvareda levantada contra la película de Calero es apenas una muestra reciente, y que ha servido a dicho sector de la política local para azuzar una campaña de restructuración y recorte de los estímulos económicos del Ministerio de Cultura (MinCul) al quehacer creativo, en sus diversas facetas y soportes, empezando por aquel cine peruano que no corresponde al usual formato comercial de la industria cinematográfica. Se viene considerando, inclusive —a raíz de una afiebrada propuesta de la parlamentaria fujimorista Barbarán—, poner a militares en los órganos de evaluación para otorgar dichos fondos económicos que, al principio y al final, corresponden al grueso de la población peruana (véase al respecto el ilustrativo artículo “Ultraderecha y Mincul: enemigos del cine peruano”, de Mónica Delgado).
III
THE END. Para terminar, retomando la pertinente reflexión y debate sobre la película en cuestión y los asuntos que tematiza, comparto este elocuente testimonio personal de una artista y directora de teatro quien, como tantos coetáneos, vivió esos años de la violencia política con situaciones familiares afines al guion de La piel más temida; entre otras razones, debido a que su padre estuvo también preso en cárceles del país por su activismo político-cultural:
“Soy teatrera. Actriz y directora. He visto bastaaantes películas. Una película, como una obra de teatro, tiene varias capas en su montaje. Me hago preguntas, como cuando salgo de una obra de teatro. ¿A quién está dirigida esta obra? ¿A qué clases está haciendo hablar? ¿Qué está queriendo decirnos en el fondo? ¿Cuál es el tema central? ¿Qué quiere lograr? Luego, la pregunta de siempre… ¿Les creíste? Más allá de que si es ficción o no. La ficción también debe ser creíble. Es decir, la ficción tiene base. La ficción no viene del aire.
Hay algo que sí puedo decir ahorita: Calero está ganando oficio. Y está buscando una forma bastante europea, nórdica: el cine ‘intimista’, ‘de pocas palabras’, de silencios, de gestos, de situaciones cotidianas que dejan espacio al espectador para intervenir y pensar. Y a pesar de que me gusta mucho en particular ese estilo, aún le falta. Acá, en esta película, está forzado. Porque no somos nórdicos, ni europeos. Más aún, somos andinos. Y aunque pudiera haber rasgos similares, tenemos particularidades que no se ven. La que más duele, en ese aspecto, es la abuela materna. El siguiente que duele, es el hijo de la abuela materna, por supuesto. Ella, la joven que hace el viaje, es una chica tan estilizada, que con su tamaño nomás, una se pregunta, de quién es hija esta chica; pero bueno, pasa.
Por otro lado, es inevitable recordar ‘Tempestad en los Andes‘, la historia de la sobrina de Augusta La Torre que viaja de Suecia para conocer a su tía. Lamentablemente, en nuestro país, reclamarle al cine que intente abordar el conflicto armado interno y sus consecuencias (aunque disfrazado en varias historias), la construcción de la nación, podrá, a lo más, acercarse, ya que hay toda una legislación que impide hacerlo desde dentro. De otra manera, no podría recibir estímulo económico del Ministerio de Cultura.
Esta película, La piel más temida, no es que humaniza o no humaniza. Tiene una mirada pequeño burguesa, de quien no conoce, pero quiere hablar. Quiere reconciliar usando la pena. Ablandando. Pero no se le puede pedir más. Y no se puede decir más, sin riesgo a irse preso.
Por lo demás, no sé de ningún preso de ‘Sendero’ que haya sido indultado por tener cáncer terminal. Menos, que lo haya logrado en dos meses, como se ve en esta película. Más bien, es sabido que hay varios o que han muerto en cárcel, o que están muriendo en cárcel. Para terminar, un ‘senderista’ clásico, típico, si se quiere, jamás rechazaría a una hija que viene a verlo y conocerlo después de años. Ponerlo así no aguanta la más mínima investigación. Y jamás le lanzaría un carajo a su madre por quererle hacer una ‘limpia’, menos a una madre que no lo ha abandonado. Es inverosímil. En la prisión de Canto Grande, por ejemplo, se tomaba chicha en días festivos y de visitas. Así que eso de que ‘se ponían serios y ya no tomaban con amigos’, como afirma el personaje del camionero es, por lo menos, ridículo”.