Escribe Nora Guzmán

Cuando en las noticias escuchamos, horrorizados, que la última de las víctimas afectadas por esta pandemia de violencia y muerte hacia la mujer, fue una niña de 4 años de edad, que antes de ser asesinada fue ultrajada sexualmente por el mismo sujeto que la ultimó (un adolescente de 15 años) nos preguntamos: ¿A qué se debe el alarmante aumento de la violencia contra la mujer? ¿Qué está haciendo el Estado para remediar esto? Y ¿por qué las cifras de feminicidios y tentativa de los mismos han incrementado, si en nuestro país se han aplicado nuevas leyes que suponen igualdad de género y castigos más severos para aquellos que perpetran estos crímenes, con el fin de reducirlos?

El año anterior fueron 168 las mujeres asesinadas y 380 tentativas[1] de homicidio que dejaron como saldo mujeres que fueron vejadas, quemadas, mutiladas o golpeadas hasta ser desfiguradas y lastimadas psicológicamente. Si realizamos una mirada retrospectiva que englobe los índices de la última década (2011-2019), concluiremos que el porcentaje de feminicidios incrementó en un 36.58%, mientras que el de tentativas superó el número inicial (66 víctimas en el 2011) en un 354.54% (380 víctimas en el 2019). Cifras realmente alarmantes, las cuales sitúan al Perú dentro del rango de países afectados por esta pandemia mundial de violencia.

Pero esta pandemia existió desde tiempos inmemorables y fue evolucionando en la historia, y es ahora que se pone en evidencia, pues estamos hablando del machismo.

Decimos que el Estado es machista e indiferente frente a este problema porque no genera condiciones mediante políticas inclusivas y herramientas reales que llamen a la toma de consciencia colectiva e incentiven el desarrollo de las niñas y mujeres como un todo empoderado y autónomo, que garantice la transformación de su situación.

En el Perú, la mujer es oprimida y violentada porque legalmente tiene igualdad de oportunidades, pero, en la práctica, sus obstáculos son mayores en un mundo que fue creado por hombres y para hombres. Mencionamos, entonces, la tasa de embarazo adolescente debido a la falta de una educación sexual integral y libre de prejuicios, los índices de violaciones que dejan a mujeres vulneradas con un pasado difícil de sobrellevar en un presente incierto, la escasa inversión en salud mental, la constante presión social que las obliga a truncar sus propios proyectos por consagrar su vida a una pareja -producto del amor romántico que la sociedad nos ha inculcado desde niñxs- o a un hijo. Todos estos problemas son los mismos que se agudizan dentro de los sectores más pobres. 

El Estado y cada una de sus instituciones debería ser cuna de ideas que promuevan mecanismos de instrucción que inculquen el respeto mutuo entre varones, mujeres y todas las diversidades por el solo hecho de ser humanos. Pero NO LO ES. Porque en estos espacios impera el machismo -doctrina que ubica a la mujer en una condición inferior a la del varón-, este es el virus que está enfermando de violencia a la sociedad; y este virus vive en un único hábitat: el sistema patriarcal.

La izquierda y el feminismo peruanos

Cuando al peruano le dicen que “vivimos en una sociedad machista que está matando a las mujeres por el solo hecho de serlo”, o que Perú es un “país de feminicidas y violadores”, se ofende, se burla, cambia de tema o minimiza el comentario. En el Perú los feminicidios se han vuelto noticia cotidiana, hecho que trae consigo la normalización de la violencia contra la mujer. Cuando al peruano “progre” le dicen que “el Perú es un país machista, y que la mujer es doblemente oprimida por su condición de clase y por su género” lanza un comentario sarcástico que acusa al feminismo de ser un movimiento de sectarias, divisionistas y radicales; y hay quienes dicen que apoyan el feminismo clásico y repiten la frase como si de un rezo se tratara.

Muchos se autoproclaman democráticos, poseedores de un pensamiento de vanguardia, progresista o de izquierda; y no son capaces de detectar el hedor del virus del machismo que hurga entre sus filas, royendo sus cimientos. Parece que no entienden que nunca se logrará el cambio sin el respaldo del movimiento feminista, y que ambos van en busca de la abolición del sistema capitalista que fue concebido en el regazo del patriarcado. La opresión no acabará si nos conformamos con reformas y paliativos. El fin de la opresión -en todos los sentidos- necesita una transformación de raíz, pero ¿por ello diremos que la jornada laboral de 8 horas, la educación pública y gratuita, la inclusión de la mujer en la universidad o el pago igualitario de salarios, son logros innecesarios? Todas estas reformas no han significado un cambio radical, pero no dejan de ser logros de los que el movimiento popular y el movimiento femenino se sienten orgullosos.

¿Por qué no reducir la lucha feminista a la lucha de clases?

Porque mientras la mujer se encuentre luchando junto al colectivo, por una transformación social de clase, va a venir un mach@ burgués, o incluso un mach@ de izquierda que la va a matar. Pasa que cuando la mujer se libera económicamente, cuando adquiere autonomía para opinar, defenderse o luchar, es decir, cuando la mujer se empodera; un mach@ se ofende y la mata. El odio crece.

¿Qué significa que más mujeres estén muriendo? Significa que el movimiento feminista está calando más profundo, que hemos tomado conciencia de nuestro rol transformador en esta sociedad que va decayendo en “humanidad”. En ese sentido es importante que el movimiento feminista se organice, se manifieste, se difunda y se arme con herramientas que le permitan desarrollarse para iniciar la transformación social cabal. Asimismo, es importante que participe en las luchas de los sectores más vulnerados sin perder de vista sus propios fundamentos, porque si el capitalismo lo transformamos en socialismo, pero se mantiene el patriarcado, el cambio no habrá sido verdadero. Recordemos que, durante el cambio de esclavismo a feudalismo, y de feudalismo a capitalismo, la figura de la mujer se ha construido a partir de la visión del hombre que la identifica con un objeto de placer y reproducción y ningún hombre -por iniciativa propia-  dijo o hizo algo para cambiar esa situación.

A toda acción le sigue una reacción. La causa del incremento de la violencia

Durante las últimas décadas se ha hecho común ver a mujeres ocupando cargos importantes en el ámbito laboral, político o intelectual, pero el movimiento feminista pide más: exige una transformación mayor que garantice la caída del sistema patriarcal y ha alzado su voz de protesta por todas las mujeres. Este grito de emancipación es la “acción”, incomoda la paz de este mundo creado para hombres, hiere la susceptibilidad de varones que están siendo arrancados de su zona de confort, en donde todo se les era permitido y todo les convenía. La “reacción” es el incremento de la violencia. Las cifras seguirán aumentando porque el Estado no invierte en una educación inclusiva real que promueva el respeto mutuo, ya que ni siquiera invierte en educación y salud pública. Y esto es porque permanecemos paralizados dentro de este sistema donde prima la individualidad sobre lo colectivo. La humanidad no sanará en el mismo lugar en el que enfermó. La transformación de la sociedad requiere un enfoque que tenga como sus objetivos primordiales la abolición de la propiedad privada y la reivindicación social de la mujer que es la única con la que se sostendrá la lucha y se podrá construir un sistema justo, porque es ella, la mitad del mundo.

Palabras clave: Patriarcado, Sistema capitalista, machismo, feminismo, empoderamiento, transformación social, clase, género, doble opresión


[1] Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables. “Programa Nacional contra la violencia sexual y familia” En: https://www.mimp.gob.pe/contigo/contenidos/pncontigo-articulos.php?codigo=39 02/03/2020