Las feministas peruanas estamos contra el capitalismo, al igual que nuestras compañeras feministas de Chile, México, Brasil, Ecuador y de toda América Latina. Y es porque sabemos que el capitalismo es el mejor aliado del patriarcado, ambos son amigos íntimos, “uña y carne”, junto con su creación: el colonialismo racista.

Entre los tres, actuando concertadamente, establecieron la trenza de la dominación que hoy oprime y subyuga a las mayorías de todos los pueblos y territorios del mundo, a todas las diversidades humanas:  la trama inseparable entre género, raza y clase, que nos une como subordinadas, pero también nos divide, en tanto clasifica y establece desventajas y privilegios de distribución desigual.

Masculino/femenino, blancos/ indios-negros, cristianos/ paganos, ricos/ pobres: son las categorías que se inventaron en Europa Occidental -cuna del capitalismo- para justificar la apropiación privada de los cuerpos femeninos y las tierras de los pueblos, y la consecuente proletarización y explotación de su trabajo; para justificar la invasión de los territorios y el genocidio de los pueblos originarios; la esclavización y sexualización de nuestras cuerpas; el exterminio sistemático de los saberes ancestrales y de todas las formas de gobierno y modos de producción y reproducción de la vida preexistentes.

La historia de Occidente, la trayectoria de la llamada modernidad, es una historia de sangre y muerte, pero también de mitos y categorías clasificatorias, impuestas como “verdades universales” a través de los discursos de eminentes filósofos, teólogos y científicos, para justificar esa violencia, el hambre y la miseria de las mayorías, el uso y abuso ilimitado de los recursos de nuestro planeta al punto de su extinción.

Las feministas de América Latina -nuestra Abya Yala-, las feministas de África y Asia, de todos los territorios considerados el “tercer mundo”, lo tenemos claro: no será posible derrumbar el patriarcado si no terminamos con el capitalismo neocolonial, y no será posible acabar con el capitalismo neocolonial si no derribamos al patriarcado. De ahí nuestro lema: “¡La revolución será feminista o no será!”

La lucha será larga y compleja. Tenemos que considerar, en cada acción, en cada paso que demos, tanto el corto como el mediano y largo plazo. Porque a la par que debemos combatir creencias antiguas, profundamente arraigadas, que sostienen que los hombres blancos educados y ricos son superiores y por ello los llamados a gobernar, es preciso conseguir espacios en las instituciones educativas e instancias de gobierno, para ir estableciendo leyes que protejan nuestras vidas y que avancen nuestros derechos.

Somos conscientes de las limitaciones de la democracia occidental, de sus falencias, de las trampas que subyacen a sus leyes electorales y sistemas de partidos. No obstante, hemos aceptado entrar en su juego y aprovechar los resquicios y oportunidades que este sistema de gobierno nos ofrece. Así, a lo largo de los últimos cincuenta o cien años, hemos conseguido algunos cambios significativos: acceso a la educación, derecho a la participación política, voz pública y, más recientemente, algunas normas contra la discriminación de personas con orientación sexual diversa.              

En el Perú, ya lo dijimos, el movimiento feminista está conformado por muchas y muy diversas colectivas y organizaciones, y no faltan las discrepancias. Pero, por encima de estas, nos une la convicción de que no dejaremos de luchar hasta acabar con el patriarcado y sus aliados. Algunas optamos, en tiempos recientes, por integrarnos a organizaciones partidarias, al considerar que es la única vía pacífica de conseguir representación política legal. Hemos tenido por primera vez a varias compañeras feministas ocupando curules en el Congreso y dando desde allí la batalla: valientes y significativas batallas que nos han enorgullecido y producido algunos logros. Y desde esos curules, pero sobre todo como movimiento en las calles, con nuestras marchas y performances y lemas, hemos combatido fieramente la corrupción, la homofobia, el racismo, la misoginia.

Ahora enfrentamos una nueva prueba, dada la disolución del Congreso y la convocatoria de elecciones parlamentarias en muy corto plazo. Los partidos y organizaciones políticas a las que nos integramos las feministas en los últimos años, y en las que hemos estado trabajando activamente para su fortalecimiento, para reclutar más y mejores militantes, para explicar y compartir nuestras propuestas, han tomado decisiones que ponen en severo riesgo nuestros avances y derechos, sin considerar nuestras objeciones, argumentando que somos minoría.      

¡No compañeros! ¡No somos minoría!  Las mujeres y las personas diversas, trans, intersex, queer, las que cuestionamos el dimorfismo sexual, la heterosexualidad obligatoria, las identidades fijas e inmutables, no somos minoría. Marginadas de la vida y derechos políticos durante siglos, hemos ganado poco a poco representación propia. Si bien todavía no alcanzamos la paridad que por derecho nos corresponde, eso no debe ser motivo para desconocernos o subestimarnos. Y, sin embargo, lo hicieron.  

El Frente Amplio cerró sus puertas a una alianza electoral con quienes de sus propias filas provenimos, a quienes aportamos activamente a la fundación y al recojo de firmas para su legalización. El Movimiento Nuevo Perú, que carece de inscripción legal propia, acordó una alianza electoral con una organización cuyos lideres más visibles han tenido en reiteradas ocasiones pronunciamientos de carácter homofóbico, xenofóbico, racista y misógino.

Ante ese hecho, muchas y muchos militantes, comités juveniles y sectoriales completos, han decidido renunciar. Lo han hecho con cartas públicas, explicando sus razones y dando cuenta de su pena y desilusión. Muchas otras compañeras feministas, empero, han optado por quedarse, explicando que van a seguir dando la batalla interna, que no permitirán que se traicionen los acuerdos previos. ¿Seremos las feministas capaces de mantener nuestra unidad, nuestra sororidad, a pesar de las presiones del momento electoral? ¿Seremos capaces de debatir y procesar nuestras diferencias sin dañarnos en lo personal y como movimiento político? Es la prueba que enfrentamos hoy, el desafío crucial: si logramos salir airosas, habremos inaugurado por fin, para el bien de nuestro país y de nuestro mundo actual y futuro, una nueva forma de hacer política.

¡La revolución será feminista o no será!

Foto de portada: Eva Máñez