Escribe: Jheinser Pacaya
Tenía casi 14 años, estaba en 3ro de secundaria, asumía mi homosexualidad tímidamente. Un día entre juegos, me besé con mi compañero en plena aula, por insistencia de mis demás compañeros y como parte de uno de esos tantos juegos de adolescentes. Para mi “mala suerte”, justo entraba la profesora de turno. Sorprendida, me llevó a la dirección, y de la dirección al consultorio, donde una mujer nos visitaba cada cierto tiempo para cumplir con la cuota de psicología que, más que evidente, no era un servicio prioritario en el colegio.
La experiencia con esta psicóloga, más que sanadora, fue el inicio de una búsqueda de aceptación a mí mismo, a las respuestas del por qué me gustaban los chicos, y no, como nos enseñan desde pequeños a los hombres, a sentir gusto por las chicas. Antes de eso, nunca nadie me había hablado de lo que era ser homosexual, y recibir como primer mensaje que las actitudes que yo tenía quizás puedan ser producto de algún caso de violación fue lo más fuerte y cruel que me habían podido decir, sobre todo de una profesional que, en lugar de ayudarme a esclarecer mi salud mental, me hundió en la vergüenza, la depresión y el miedo. Fuerte porque sí era cierto que había sufrido un intento de violación, pero antes de eso yo ya era homosexual, desde muy pequeño y no era producto de ningún trauma ni trastorno mental.
En la búsqueda de respuesta y aceptación de quién era, sentía y quería, me refugié en mis amigas cabritas, y con ellas en el travestismo. Todas bebitas, entre 16 y 18 años, nos reuníamos para preparar nuestros trajes, coreografías y planear qué hospedaje de cualquier calle silenciosa de Iquitos íbamos a alquilar para producirnos y salir a vivir la noche como queríamos ser, una de ellas quería ser mujer (trans) y las otras ser Drag Queens, quizás esos sean los mejores momentos de mi vida. Cada una vivía sus propios problemas personales, pero en el momento del traqueo esas cosas no existían, y por eso estoy seguro de que el travestismo me ha salvado la vida, me ha ayuda a aceptarme, sentirme deseada y querida, me hizo feliz.
Seguro que muchos adolescentes ahora mismo andan también buscando respuestas sobre sus gustos, pensamientos y actitudes y que pocos se atreven a hablarles sobre el tema, o si lo hacen, casi siempre será de manera negativa. Una no se vuelve o se asume como activista por moda o pose, como muchas veces me han dicho o escuchado, estoy seguro que detrás de cada compañerx que ha logrado salir del clóset, que ha decido dar su tiempo y su vida al activismo, hay una historia de superación al miedo, al abandono y la violencia (que se vuelvan mierdas en el camino es otra cosa).
En este día de lxs psicólogxs, lxs saludo desde el corazón a cada unx de ustedes, que desde sus espacios van salvando vida de muchxs niñxs, adolescentes LGBTI, y generando cambios, venciendo la desinformación, el miedo y el prejuicio. Feliz día a psicólogxs visiblemente LGBTI como Gonzalo Meneses, Fabiola Goytizolo, Carlos F. Campos Urteaga, Giuliana Vásquez y muchxs más que aparte de escuchar, orientar y acompañar, también demuestran con su visibilidad que existimos, no estamos enfermxs y también somos parte del cambio.