La empresa encuestadora IPSOS presentó su último informe sobre derechos humanos en donde revela que el 8% de las personas encuestadas dicen ser “no heterosexuales”, es decir, se enmarcan en el amplio espectro de la homosexualidad: 1.7 millones de peruanos, para redondear la cifra.

La imagen puede contener: una persona, texto que dice "Mariale Campos @marialecampos Hasta hoy, no se sabía cuántos peruanxs LGTBI había. Éramos invisibles. Eso cambió con la última Encues- ta de DDHH del @MinjusDH_Peru e @ipsosperu que se presentó hoy: 1.7 millones de peruanos se identifican en una categoría no heterosexual. Feliz mes del orgullo a todxs 13:28 26 jun. 20 Twitter for iPhone"

Esto ha sido celebrado por algunas personas, porque es importante tener data y cifras sobre la cantidad de gente lesbiana, gay y bisexual en el Perú para poder formular mejores políticas públicas con indicadores y metas reales, a pesar de que diversas organizaciones LGTBI como el MHOL, dos décadas antes, ya habían dado cifras para sus informes anuales de derechos humanos basados en los reportes usados para combatir el VIH, la malaria y la TBC en donde señalaban que éramos el 10% de la población. Pero el MHOL no es IPSOS.

La cifra es problemática viéndola en perspectiva, pero es aún más problemática en el 2020. Lo que hace Ipsos es hacernos creer que 8% de peruanxs son homosexuales y que 92% son heterosexuales, y eso es completamente falso. Como señalan varios estudios de sexualidad y biología, pocas personas pueden colocarse en los extremos de la homosexualidad y heterosexualidad, y este estudio lo estaría “demostrando”, si 8% se coloca en la casilla “homosexual”, tranquilamente otro 8% puede colocarse en la casilla “heterosexual”. Todxs lxs demás, es decir, el 84% fluimos entre uno y otro.

La ‘homosexualidad extrema’ y la ‘heterosexualidad extrema’ son minoritarias, porque la masculinidad y la feminidad, que es la base sobre la que se desarrollan nuestros afectos (no nos enamoramos de penes o vaginas) son moldeables como plastilina y pueden realizarse en cualquier cuerpo, tenga los órganos sexuales que tenga.

Lo que sí existe es una ‘heterosexualidad compulsiva’ (como la llamó Adrienne Rich) que hace creer a mucha gente (sobre todo mujeres) que no puede escapar de esta: ¿han escuchado decir alguna vez a sus amigas ‘yo no podría vivir sin un pene’ o poner cara de asco cuando se habla de sexualidad lésbica? La ‘heterosexualidad compulsiva’ les hace creer que su felicidad y satisfacción depende de un objeto (que puede ser fácilmente remplazado, por lo que no es el objeto lo que quieren, sino lo que simboliza, lo que representa y la forma en que se ha instalado en su subjetividad), y una misoginia internalizada al rechazar los cuerpos feminizados (sus propios cuerpos), una misoginia instalada prácticamente en el destete (leer a Gayle Rubin en “El tráfico de mujeres”), cuando hay que rechazar a la ‘madre’ para amar al ‘padre’, y en la imagen del padre, a todos los hombres (“himpathy” lo llamó Kate Manne para señalar el espíritu de cuerpo que hacen las mujeres para proteger a ‘sus hombres’).

Esta heterosexualidad compulsiva es alimentada, nutrida, reforzada y perpetuada por múltiples mecanismos culturales (monogamia, matrimonio, maternidad, homofobia, bullying, machismo, sexismo, crímenes de odio, etc.), por lo que cualquier encuesta que quiera saber el número exacto de heterosexuales u homosexuales estará falseada.

Las categorías ‘homosexual-bisexual-trans’ son necesarias para verificar y dar cuenta de que a determinadas personas las matan por salirse de la norma heterosexual, así sean 10, un millón o la mitad de la población.