Escriben Carlos Jaramillo y Ronny Álvarez

Cherchez, chercher la femme

De toute votre âme

Et si vous la trouvez et si vous la trouvez

Et si vous la trouvez, vous en serez raviz [1]

De tanto escucharlo, el long play empezaba a perder calidad. No podía evitarlo desde aquella noche en El Palmero[2]. Era la Coccinelle, despampanante en persona, en el Perú. Se había convertido para Damonette en la estrella que guiaba sus pasos. Y su disco en un refugio. Todo en su tocador anunciaba a la starlet que había triunfado en el Pigalle[3]. Show de trasnoche. Sofisticación de París en Lima. La consagración llegó por la nota que le dedicara en 1972 su amigo Carlos[4] en el suplemento semanal de La Prensa, ni más ni menos. Una lágrima casi le arruina el maquillaje al recordar su triste final hacía poco. Ser uno de los ‘dorados’ del jefe manos de mariposa y, sobre todo, un hombre inteligente en este país de pichiruchis, le había costado un alto precio. Ella, para ser ella, también. Pero pagaba con gusto. Podía caminar por todita la avenida Arequipa sin que ningún ‘pepe el vivo’ le gritase groserías desde un bussing. Su belleza andrógina natural y las hormonas de vaca le regalaban poder para ‘larquear’[5] en hora punta y terminar sentada en la terraza del Haití, y otro día almorzar en el Vivaldi o en el Solari sin complicaciones. Lo que deseara hacer, vestida como le gustaba. La condición era no salir jamás de Miraflores, el nuevo centro de Lima. La ciudad entera cambió. El país. Las mentes. Hace unas semanas había asistido al estreno de “Cuentos inmorales”, ¡qué película rebosante de homosexualidad! Todas las locas de la ciudad morían por el actor que hacía de El Príncipe. Yo prefiero a Jorge García Bustamante, sabes que me guiñó el ojo cuando lo encontré en el BBQ del Ovalo Gutiérrez. Un encanto. Lima es casi Río, oye. El éxito teatral del año pasado fue “Los Muchachos de la Banda”. Así las damas del distrito de Jesús María hayan querido censurar el teatro Arlequín. Huachafas. Este 1978 es mi año.

Miró con desdén un frasco nuevo de ‘Belle de nuit’, regalo de un fan de la boîte. “Yo no uso perfumitos de Yanbal, papito”. Se contempló bellísima otra vez. Esta noche me presento en El Inti[6], después en el Pigalle, solo al show, ojo, no soy una pamperita de Lince, yo soy una mujer de wiski y champán, no como esas de ron y cerveza. Para mí, la noche concluye en el Marcantonio con la troupé. Me encanta, no sabes cuánto, escuchar al piano a Coco, el conde Drácula limeño, como dicen por ahí. Esplendido señor, no a cualquiera la poeta Catita Recavarren escribiría:

“La belleza nos deja sin aliento

Hace doler porque es alumbramiento…”[7]

Y mañana ensayo. Ay, esa idea loca de Giselle me tiene alterada. “Travestis en la Prostituyente” necesita mercadotecnia, ¡marketing! Ese Palais Concert[8] debe reventar de público. Y en estos tiempos, la que no llora no mama. A escandalizar esta ciudad tan travesti, querida Damonette. El plan consiste en hacer acto de presencia en la Asamblea Constituyente a exigir nuestros derechos. ¿Derechos? Definitivamente el estrellato cuesta muelas, hija, sentenció Damonette, vedette transexual, actriz, cantante y carne de lujo.

Era el primogénito de Miguel. Su esposa había dado a luz sin complicación un niño precioso en plena primavera austral de 1978. Miguel estaba orgulloso, se sentía en parte ya logrado. Un hombre de verdad. Su tío político el día del nacimiento le dio una palmada en el hombro diciéndole:

– ¡Bien hecho, muchachón! Un varoncito. ¡Y cubierto de pelo como los verdaderos machos, oiga!

– Muchas gracias, tío Juan, es un niño Perú 78…

– Tiene que vengar esas seis pepas que nos metieron los argentinos en su Mundial comprado. Carijo. Y de pasada reconquistar Arica y Tarapacá el próximo año. Si algo hizo bueno el cojo maldito de Velasco fue armarnos hasta los dientes con los rusos…

– Nada de política un par de semanas, por favor, suplicó Ariana mientras bebía el caldo de cabeza de cordero, reconstituyente de parturientas, como mandaba la tradición serrana de su mamá Carmela y que ningún hospital impediría.

– No se diga más sobrina.

Luego de las correrías médicas, la inscripción y demás, se llevaron al niño a la casa materna. Un gran caserón en los Barrios Altos, corazón de la Lima antigua. Finalmente instalados a unas cuadras de la Plaza Bolívar de la exsede del Congreso, en ese momento verdadero epicentro de la vida del país por la instalación de la Asamblea Constituyente que daría origen a una nueva Carta Magna y a la democracia.

“Me encaaaaaaaantan los Ikarus[9], se siente una en el primer mundo y no en este fucking country”, pensó Giselle mientras el inmenso ómnibus articulado cual acordeón recorría la Vía Expresa. Al divisar el rascacielos de la Petro Perú[10], recordó que antes de ser Giselle, ella se hacía llamar Bidú, la morena rebelde del Perú[11], como el muy popular comercial de TV grabado ahí mismo. “Yo, de poder, saldría montada en un corcel como la Melissa León de Peralta a recorrer Lima entera. Me aparecería al mediodía por las galerías Boza, donde todos los mariconcitos desfilan quebraditos para la mirada de los viejos viciosos que toman su café en el Domino. Una no deber ser putita de café con leche ¿no crees? Seguiría con mi corcel atravesando el Parque de la Exposición, el jardín de las delicias de la medianoche limeña, dijo un punto poeta que tengo por ahí. Mientras llega mi momento, me dedico al beauty. No creas que estudiando estilismo en un Cenecape. Yo estudio inglés en el Cultural Peruano Norteamericano. Y trabajo y aprendo con Chocco[12]. Así como lo lees. El dictador de la moda del peinado en el Perú. Don Segundo (que así se llama), es un winner; se pasea por sitios exclusivos como El Unicornio[13] o veranea en Pucusana siempre muy a lo Yves Saint Laurent. Rubio porque puede y con sus joyas. Por esta peluquería pasa toda la high life, bueno, lo que queda de ella después de la Reforma Agraria, como se burla Chocco. Aquí vienen las chicas de la tele y hasta la mismísima Patricia Aspíllaga, el día de su boda con ese millonario mexicano era una verdadera princesa toda de Oscar de la Renta. “El glamour no se expropia, chica”. Don Segundo, a pesar de tanta morisqueta, es muy estricto con horarios y actitudes. “Vida privada en la privacidad, mi amor”, repetía siempre. Claro que eso no aplicó cuando se lo llevaron hace unos añitos detenido a la Prefectura[14], junto al señor Silvio, su rival de profesión y estilo por no sé qué cambalache que iban a matar al Haya de la Torre, ese señor que no termina de morirse ¿lo has visto en El Panamericano? Una momia Paracas. Dicen que le dan unos brebajes chinos para que camine y hable. Bueno, yo no sé nada de política, ni me interesa. Yo vivo por mi Travolta. Mi John. No por nada es tocayo del actor. Estuvo asisito de ganar el concurso de imitadores en el Amauta. Pero el viejo carcamán de Guido Monteverde[15] tenía todo arreglado. No interesa, mi John es más churro que el Travolta (que también me parece se le vuela el periódico…)[16]. Mi John también es blancote y tiene ojos azules, pero es de Celendín, Cajamarca[17] Je, je. Lo que sí, me muero de vergüenza si alguien se entera de que vive en Villa El Salvador. ¿Te imaginas? Como los judíos en el desierto. En pleno desierto, ¡ay, qué ciudad tan loca! En fin, ahí con un primus y sin agua potable soy más feliz que con los veteranos que me levantan en la avenida Petit Thouars. Lo que es yo, me voy a USA a la primera de bastos. Quiero saber si es cierto que dos hombres pueden pasearse libres de la mano por las calles de San Francisco, aunque yo prefiero NY. Dice don Segundo que ahí existe una discoteque tan, pero tan exclusiva, que si no le gusta tu cara al portero, no entras así seas la hija de Jimmy Carter. Studio 54 se llama. Eso. También me contó que la anfitriona es una peruana di-vi-na, que la noche que fue, se chocó con Liza Minnelli y hay travestis de todos los colores.

Got to keep on dancing, Keep on dancing, Boogie night, Boogie nights[18]

Ese es mi lugar. Por el momento, me voy a la tienda Sears de San Isidro a sentir como huele USA necesito money, money, money. Ahora también actúo. Multifacética la nena. El café teatro es un boom y esa obrita cojuda me dará fame and fortune. Giselle triunfará. Eso se los juro. La idea de ir a la Asamblea Constituyente me parece macanuda, ya la propuse a las chicas. Circo para Raymundo y todo el mundo. Este país me lo debe ¡antes de mandarlo a la mierda de una vez por todas!

I’m every woman.

It’s all in me

Anything you want done, baby,

I’ll do it naturally

I’m every woman,

It’s all in me[19]

Miguel, a sus 28 años, aún no terminaba sus estudios en la Universidad de San Marcos, tenía atraso de cursos por el trabajo y pensaba, no sin angustia, cómo haría ahora con una mayor responsabilidad.

Sus amigos, o camaradas (como prefería llamarlos desde su rojo corazón), se habían congregado para ir a visitar a los nuevos padres. Llevaban pisco y algunas empanadas que compraron en la panadería de la avenida Abancay que, felizmente, llegaron aún calientes al caserón de la pareja.

Abrazos, felicitaciones, besos de las amigas para Ariana, muchas palmadas en los hombros de Miguel; parecía que nunca acabarían de felicitar el gran trabajo de generar y traer al mundo a un hijo primogénito varón.

– A ver, un salud, mencionó César, el amigo más cercano de Miguel de la Facultad de Derecho.

– ¡Salud con todos!, vociferó Arturo, del Centro Federado de Contabilidad.

– Gracias, camaradas, muy agradecido por su cordial visita esta noche, mencionó Miguel con su estilo solemne que lo habían hecho célebre en las reuniones partidarias con los camaradas que habían vuelto del exilio y que colmaban la antigua ciudad de los virreyes en el pandemonio conspirador que suele ser; para esos días, debido al final del régimen militar y la promesa de una democracia a la vuelta de la esquina.

– Estamos muy felices, Ariana y yo, pues este mi primogénito varón llevará las armas de la revolución hasta la victoria final.

 Arriba los pobres del mundo,

 en pie los esclavos sin pan,

alcémonos todos al grito:

 ¡Viva la internacional![20]

– ¡Palmas camaradas!

– Mejor pongamos atención al televisor, están cantando Alicia y Carlos… Mencionó la amiga historiadora.

– ¡Qué tal Alicita Maguiña! ¿No? Se buscó su buen zambo… Asentó malamente, a la peruana, Gerardo, trosko de las mesas del Berisso de Santa Beatriz.

– Desterremos toda discriminación aquí. ¡La revolución no se hace para los animales!, apostilló Miguel, ya con un par de chilcanos adentro y una gran admiración por la Maguiña, prófuga de la burguesía para hacer música criolla, divorciada y vuelta a casar con un eximio músico negro.

Ariana sonreía, pero no era una sonrisa sincera, sino más bien impostada, como cuando una finge un poco para la foto de ritual. No entendía muy bien las palabras que mencionaba Miguel para el futuro del bebé (aunque le fascinaba cuando ponía en su sitio a algún cretino, con los ojos fieros, como a ella le gustaba en ese hombre.)

“¿Qué revolución es esa?

¿Mi hijito acaso será uno de esos?”

De solo pensarlo se angustiaba, pues conocía las ideas de Miguel, no las ideas de esos libros soviéticos que releía, sino las que su esposo gritaba, a viva voz, en las diferentes reuniones familiares, motivo de vergüenza para ella, pues su familia era de clase media venida a menos, pero sabía sentarse a una mesa de trece cubiertos y cinco copas. No entendía y hasta sentía temor acerca de esas ideas.

“¿Revolución? ¿Guerrilleros? ¿Qué significaba todo ello?

¿Mi hijo metido en eso? Pero si es solo un bebé. Que herede mi piel y que se vaya a estudiar a Nueva York, ese es su futuro…”

– Creo que nos vamos, Miguel y Ariana, los dejamos descansar… -apuntó César.

Los demás asintieron y también se dispusieron a partir.

– Nos vemos en facultad, dilecto César.

– Claro que sí, camarada Miguel. Lo cagaste al trosko -alcanzó a secretearle con una risa cachosa.

La madrugada que ‘El Perro Soviético’ me mostró los fusiles que escondía en el viejo almacén de su padre en Breña, supe que había dejado de ser mi amigo secreto, que lo perdería un día y que se volvió el amor de mi vida. De mi puta vida. Antes de ser Francis, fui Francisco José, y así lo dice clarito en mi libreta electoral de siete dígitos. Eso también soy, una secuencia de números en una cartulina adefesiera doblada en tres. Hasta a los analfabetos, este año, les han dado un documento acorde, ¿por qué yo, que soy una hembra por mis cuatro costados, no puedo ser Francis Day? Quizás en el 2000 (aunque ese año se acaba el mundo). Alguna vez quise estudiar Psicología. En la Católica. Mi papá estaba arriba con sus negocios como para pagarme una universidad privada. Del saque me aventaron una cáscara de naranja haciendo fila en informes. “¿Está usted seguro de poder llevar una carrera universitaria por su condición?”, me dijo el fulano que me atendió. Me puse roja de vergüenza. Mis cejas depiladas me delataron tras el terno. “Vuelvo mañana” dije y no regresé jamás, ni ahí ni a ninguna universidad. Me dediqué a atender los negocios de mi papá en La Parada. Hasta que murió y mi madrastra me echó gritando: “Se acabaron aquí los homosexuales”. Mi refugio fue la Biblioteca Nacional. Entre la marea de la avenida Abancay, horrorosa, esquivando vendedores ambulantes, conocí al Perro Soviético. “Ponchos, ponchos”, anunciaba los condones solapa no más un zambo sabido. Nos reímos al mismo tiempo al escuchar la gracia del vendedor. Él se puso serio de pronto y pensé que me iba a escupir a los pies, como hacen los hombres peruanos para ahuyentar la saladera de la marica[21]. Pero ese hombre de risa contagiante, me cedió el paso al entrar a la Biblioteca, toda fría de tanto mármol. De Gonzales Prada pasamos a Mariátegui. Y de ahí a comer picarones a La Punta una tarde. Al cine Orrantia. Al Parque de La Reserva fuimos con Carlitos Marx y Fico Engels. Y al final de luna de miel a Cerro Azul con Víctor Jara. Era el primer hombre, después de mi viejito lindo, que me trataba con respeto a prueba de balas. ‘Amor celeste’, me llamaba. Yo veía arcoíris cuando lo advertía desde lejos. El único reproche que me hizo fue: “No necesitas ser una hembrita”, cuando descubrió que yo hacía el camarín[22] con unas amigas mías. Pero nunca discutimos. Prefería aprender de él y escuchar sus opiniones políticas del estudiante de Letras sanmarquino. “El único presidente patriota que pudo hacer la revolución fue el general Velasco”. 

Me gustaba, por su elegancia, su esposa Consuelo. Las limeñas la motejaron como ‘La novicia voladora’[23] por sus viajes oficiales; cuchicheaban que mucha revolución socialista, pero la hija Pochita se casó a lo grande en Palacio y que las dos, cuando iban de boutiques, las arrasaban. Esto sí me lo contó una prima mía, que le había rogado todo el año a su papá, mi tío, que le compre unas botas a go-go y al acceder al pedido en Navidad, se encontraron en la zapatería, ubicada en Miraflores, al edecán del Presidente cargando, como podía, varias cajas de las dichosas botas en todos los colores disponibles…

– “Jamás le perdonarán la Reforma Agraria al general, Francis. Aquí en el Perú, fatalmente, la oligarquía nunca muere”.[24]

¿Qué habría hecho Velasco con las travestis? Casi se lo pregunto en su ataúd en la Catedral y luego acompañando su cortejo fúnebre. El entierro más grande en esta ciudad disforzada. Al que no pude enterrar fue al Perro Soviético, me lo mataron en el Limazo[25]. Creo. Desapareció en el incendio del Centro Cívico. Me quedan de herencia sus revistas ‘Pekín Informa’ y una camisa de cuello ‘Mao’ que le regalé por su cumpleaños. El café teatro me ayuda a desenvolverme. Aunque sean obritas frívolas que ni a sátira política atinan. “La burguesía quiere del artista un arte que corteje y adule su gusto mediocre” como dijo el Amauta.

Francis Day respiró y dio una pitada a su cigarrillo Winston con el torbellino en su cabeza. Tuvo amor y le llegó con revolución. Y también puede ser una hembrita. Así que esa idea publicitaria de ir hasta la Asamblea Constituyente me parece excelente para un acto político. Redactaré el oficio…

La casona se encontraba alborotada; la novedad era el bebé y las visitas llegaban día tras día, por una semana entera, llevando regalos y saludos al nuevo miembro de la familia. Así pasaron casi tres meses de rutinas, vacunas, lactancia, paseos cortos al Campo de Marte. Una tarde, Clara, la hermana de Ariana, quien no vivía en dicha casa, sino en la casa materna de su esposo Boris, amigo además de Miguel y que estaba culminando sus estudios de Ingeniería, llegó de visita.

– Quiero cargarlo -pidió amorosa.

– Listo, aquí lo tienes, me dejas con tiempo para preparar el jaboncillo para hervir los pañales.

Gasa, pañal delgado, pañal grueso, la tetra y el calzón de plástico, las delicias de la maternidad, ni te apures en engendrar, hermana. Rieron cómplices frente al patio empedrado.

Esa noche Miguel llegó a casa muy cansado, se disponía a cenar cuando notó que el bebé lloraba de manera diferente. No se calmaba con nada; no era leche, no era pañal sucio, no eran gases. Ariana desde la tarde lo había intentado todo, por lo que no sabía qué podía ocurrir.

– Creo que debemos ir al hospital, mujer.

– Sí, vamos rápido mejor. Dios mío, que no sea nada malo, sollozó.

Llevaron al bebé a emergencias del Hospital Loayza, los médicos en ese momento no encontraban una causa orgánica del llanto, pues, al parecer, todo estaba bien. Pensaron era algún malestar estomacal habitual y le recetaron un jarabe.

Al día siguiente, Miguelito comenzó nuevamente a llorar de forma descontrolada, había logrado dormir, pero como a las 11 am empezó, además, a vomitar un líquido rojo.

– ¡San Juditas! Está vomitando sangre. Dijo el tío Lucas, con su guayabera de burócrata y su mueca de borrachín, perplejo frente al bebé todo embarrado.

– No es sangre tío, cálmate, es el jarabe.

– ¿Qué podrá ser, pues, Arianita? -preguntó el tío, ya fregando la pita por metiche.

Ariana no lo entendía, pues notaba a su hijo fastidiado y sin consuelo posible. Por momentos se calmaba, pero luego regresaba el lloriqueo incesante. Miguel llegó al rato del trabajo, había salido temprano pensando en la salud del niño.

– Quizás lo han ojeado, puede ser eso -comentó Miguel.

– Ay, cómo vas a estar creyendo esas cosas, oye -respondió Ariana.

– Eso es verdad, vamos -reiteró Miguel- muy leninista, materialista dialéctico, pero igual con su real maravilloso latinoamericano al tope.

– Bueno… -asintió Ariana no convencida de la idea de llevar al bebé donde una anciana curandera de un callejón perdido cerca del Palacio de Gobierno.

El gran reloj que dominaba la Plaza San Martín no servía, así que le preguntó la hora a un policía que pasó a su lado, alcoholizado. Medianoche. La hora macabra. Cecy ya estaba en el Portal Zela abanicando sus pestañas hechas de su mismo cabello colocadas una por una. “María Félix usa pestañas hechas de pelo de cerdo nonato”, le había comentado Damonett, para quien también confeccionaba pestañas postizas. “Entonces seré La Doña Cecybell”, le había respondido con graciosa arrogancia de norteña neta.

“Noche fresca de fin de año, como para ir y venir por el Jirón de la Unión, bordear la Plaza San Martín, lugar de mariconcitos bacanes y luego subir por La Colmena al Parque Universitario, lugar de mariconcitos ya populacheras. En la capital todas revueltas en el mismo merengue, pero cada quien en su sitio. Yo voy donde quiero y a ver quién me discute algo. Me he vuelto una fiera, pero pocas saben que yo he pasado la mar y morena”.

A los 17 años fui la vergüenza de su casa, de su barrio y de su heroica ciudad aburrida así que ‘Adiós, pampa mía’. Nació primero Yahaira. “Algún chivato me quiso poner ‘Simplemente María’, yo le puse la jeta para que se la cosieran de cinco puntos de sutura”. Yahaira vendió besos y caricias. Y mamadas, por supuesto. Hizo de un parque frondoso su dormitorio y de La Parada su oficina. “Mi barrio de Las Carrozas era mi reino. Putas, maricones y choros, con solo mirarnos nos manyamos. Y yo soy las tres cosas, para tu cochino conocimiento. El barrio de La Floral en El Agustino era mi paraíso con sus bares, era el lejano oeste con pomos y pasta. Ahí un gordo bonachón feúco de día vendía tripas de toro y en la noche era la Marilyn Monroe, ¡por mi santa madre! Perfecta. La Española con su rockola y sus señores bailantines[26] era el point. El Tory también”.

“Como toda provinciana, he dormido en el hotel de las recién llegadas a la capital: La Sexta Hotel. La sexta comisaria de la avenida Alfonso Ugarte. Ayayay, cuántos atestados de vagancia me he comido ahí. Delito: maricón. Calatita raneando. Empapada con agua con caca. Y después a matricularse para los cigarritos o la bebida gaseosa del raya[27]. O ya si eras misia, calladita a esperar tu suerte. También, en veces[28], algunas pagaban con polvos para tanto policía culo roto. Pero ag, ag, ag. Yo odio a los PIP, los Guardias. Todo. Así que por eso me tienes aquí esperando a la chivata loca esa que dice va a asaltar el Congreso Constituyente o como chucha se diga, claro que fui a votar, pero ag, ag, ag. La fecha de las elecciones me emborraché en el concierto de unos patitas que me vacilan, ahí en san Cosme donde mi comadre Wata. La Watabell”.

Viento vuelve a ser como ayer

 como aquellos días en que yo vivía

 junto a mi bohío y la madre mía

como aquel entonces tan solo era un niño

 y en esa pobreza que feliz yo era[29]

Si cuando este Chacalón canta, bajan los cerros, acá también bajo yo. Somos la nueva Lima y qué chucha va a pasar.

Llegaron a la casa de la señora, decían que era muy buena, que era especialista en curar el mal de ojo en bebés. La casa no era antigua si no, casi, una ruina: olores a orines de gato, maderamen antiquísimo, fondos de letrina y flores secas, el olor del centro de la ciudad. Una puerta de madera sin timbre, donde había que golpear fuerte o gritar ¡señora María!, para que te pueda escuchar y atenderte. El niño seguía llorando, no se calmaba y la señora, al verlo, dijo extendiendo sus brazos flaquísimos y sus manos como garras reposadas:

– A ver, dámelo, quiero revisarlo.

– Aquí tiene -dijo Ariana.

– ¿Qué tiene, señora María?

– Uhmmm, a tu hijo lo han quebrado, respondió masticando hojas de coca.

– ¿Quebrado? ¿Qué es eso? -preguntó Miguel con cara de no entender nada.

– Que lo ha cargado una mujer con su regla y lo han quebrado. Eso. ¿Saben lo que les pasa a los niños quebrados? Casi recitó con voz seca la vieja.

– No, no sabemos -respondió Miguel con ojos de asustado y asombro a la vez.

– Se vuelven invertidos -sentenció la señora María.

– Señora, por favor, cállese la boca, no me creo eso -señaló Ariana arqueando las cejas.

– Lo siento, pero eso es lo que ocurre y hay que hacer algo, jovencitos.

Ariana en ese momento no pudo evitar que viniera a su mente la imagen de Ernesto, el primo de Miguel. Ese primito que solo frecuenta cafés de Miraflores y que desaparecía durante los toques de queda del año pasado. Sé que fuma marihuana (y eso que no sabes cómo baila en el Inti la última de ABBA, ‘Voulez-vous (a-ha!) Take it now or leave it (a-ha!)’). Toda la parentela comenta que es medio raro, que pasa de hippie. Las huiflas. Ese es el pretexto para dejarse el cabello largo y usar aretito, y además se le ve súper amanerado con los pantalones acampanados. ¿Será posible? ¿Mi hijo así?

Tampoco pudo evitar recordar a todas esas locas del barrio, cuando salían a armar la net del vóley y ella se ponía a verlas para matar la tarde y porque le divertía contemplar a las más celebres deportistas “Lucha Fuentes”, la “Pilancho Jiménez”, a las más lindas modelos “Cuchita Salazar”, la “Anita Saravia”, la “Gladys Arista” y hasta una fea con ganas la fascinerosa que, muy fresca, era la Olga Zumarán, Miss Perú 1978. Divertidos los mariconcitos. Pero encima las insultabas diciéndoles “¡Jamás serás una mujer!”. ¿Ves? Por burlarte de ellas, le decía su inconsciente que empezaba a atormentarla y hacerle recordar todas y cada una de las veces que se burló de una mariquita.

Encendió la radio y el destino quiso que pasaran una polka fulminante:

Al cabo de muchos besos

Y promesas a montón

La romántica chiquilla

Hizo esta confesión

Yo me llamo Rupertito

No te cause admiración

Pero todas mis amigas

Me llaman Briggitte Bardot[30]

Se vio sola en aquel cuarto, con pisos de madera brillante y una ventana pequeña en lo alto de la pared que separaba esa habitación de la calle. Se vio con su hijo en brazos, y frente a esa señora de la cual sabía casi nada, y que parecía ser ahora una especie de oráculo que podía definir el futuro de su pequeño. ¿Por qué a mí, señora? ¿Qué hice mal? ¿Podemos hacer algo?  Eso era lo que se repetía en la cabeza Ariana, ¿qué podemos hacer? Pues mi esposo dijo que él llevaría las armas de la revolución, y ella lo preferiría así que como todas esas imágenes del pasado reciente, “no lo quiero, no lo quiero, no lo quiero así”, se repetía en la mente.

La señora María adivinando la tortura mental de la mujer dijo que había una forma. Regresen mañana, tendré todo listo.

Esa noche Ariana, enajenada, intentando salvar su culpa mencionó a Miguel.

– En mi familia no hay ninguno así.

– ¿Qué quieres decir?

– Que en mi familia no existe nadie así…

– ¿Y?

– Que en la tuya sí, tu primo Ernesto, y ahora tu hermana me dice que también tu medio hermano anda con el pelo pintado y que es toda una locaza…

– Eso que tiene que ver, Ariana, por favor. Puras tonteras hablas. Mañana todo estará bien. Y punto final.

Al día siguiente, Miguel y Ariana cruzan nuevamente la feísima avenida Abancay, luego la Plaza de Armas y unas cuadras más abajo llegan donde doña María. Ella los esperaba bajo una portada dieciochesca, del mejor rococó limeño a punto de venirse abajo por los siglos de los siglos.

– ¿Cuántas veces vas a ver ese mismo programa, mi amor?

– Hasta que me salga a la perfección los gestos de Gina Lollobrigida.

El general gozaba con las ocurrencias de su joven amante. Le fascinaba su desparpajo. Su elegancia, modales y la figura perfecta de un bailarín del Ballet nacional. Le hacía olvidar que el gobierno militar daba sus últimos suspiros, que los civiles volvían a creer que gobiernan, el país lleno de comunistas, los rojos están salsas con lo de las elecciones de 1980. Ya eligieron una Asamblea Constituyente. Las huelgas y paros están haciendo tambalear al general Panchito. Para colmo de males en el mundial de fútbol hicimos un papelón. Chesumadre. Pero lo que lo ponía como colegial, como burro en primavera, era su Eduardo. Y pasar juntos esos fines de semana en la casa de Chaclacayo. Si quiere televisor a colores, se lo consigo aunque estén prohibidas de importar. Su videocasetera de ultimita. Todo para él. La casa de los supersónicos[31] si quiere.

– Oye, ¿y ese Cattone también es un muchacho de la banda? ¿No? -comentó el general conchudo al mirar un rato la gastada grabación en Betamax de la entrevista del actor a la diva italiana que además era la primera transmisión de TV a color en el Perú.

– Oswaldo es un hombre de verdad en esta ciudad absurda.

– Ese ambientito de teve está lleno de hombres de verdad, don Pablito pichicatero, el negro Ferrando que apesta a perfume de chuchumeca y hasta extranjeros como el argentino ese… -proseguía con la conchudez, el uniformado.

– Vinko.

– Si ese, una real señora, eh, insistió a pesar de haberse partido de risa con sus show en Las Máscaras el mes pasado.

Para ser un hombre en los más altos círculos del poder y de la sociedad por familia, se volvía un cachaco con el temita. Como todo hombre homosexual hipócrita y militar para más señas.

– A mi llámame Gina y punto.

Carcajeó el amante vencido.

Eduardo tenía esa sartén por el mango, nunca mejor dicho. La sartén era un general del ejército que un día delirante de la historia nacional pudo llegar a ser delfín presidenciable y él, Eduardo, el chico que salió de la caleta San José en el departamento de Lambayeque, sería la primera dama. Y que caigan los cielos color panza de burro de Lima. “Sin ti, no puedo”. Le había confesado cuando desistió de participar en las disputas por el mando en el gobierno. ¿Algún día volverá a temblar la presidencia por un marica? Eduardo nunca llegó a ver el día, que sí llegó.

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– Ya tengo todo listo.

– ¿Qué hará señora María? -preguntó Ariana.

– Mira, hija, una jovencita virgen debe hacer este ritual.

Miguel no entendía y pasó a la pieza sin decir una palabra.

La bruja colocó a Miguelito en el piso, sobre su colcha, desnudo. Llamó a la chiquilla que tendría unos 16 u 17 años. ¡Azucena! Esta llevaba un vestido blanco. Se le pidió que pasara, con sus piernas abiertas, por encima del bebé, tres veces, de ida y vuelta lentamente. Mientras la jovencita lo hacía, la señora María rezaba algo que no se lograba escuchar ni entender en lo absoluto. Al finalizar la tercera pasada, la señora María cogió del brazo a Azucena y la llevó a un costado, le dio un beso en la frente y le dijo: “Buena niña”. Luego se acercó a Miguelito, lo cubrió totalmente con el cobertor y se lo entregó a Ariana: “Aquí lo tienes”.

– ¿Estará bien? -preguntó Miguel.

– Hemos hecho lo que hemos podido -mencionó la señora María.

– Pero… ¿Estará bien ahora? -se adelantó Ariana.

– Sí. El destino está en las estrellas y nosotros estamos aquí.

La casa de Francis era un bonito chalet en Santa Beatriz, más jardín que casa. En su saloncito desfilaba la crema y nata de la homosexualidad de la ciudad. Llegado el día de la cita confabuladora se reunieron Damonett, Giselle, que llegó con un noviete nuevo con aire de ser el paganini, Eduardo y Cecy, esta última siempre con su cara de mala, pero franca.

El plan era salir de la casa en un Volvo manejado por Eduardo y llegar a la Plaza Bolívar donde esperaría Cecy quien, en su calidad de mandamás del centro de Lima, garantizaría la seguridad.

– Cecy, tú eres más brava que la chica Graña[32] ¡Que bárbara!

– No tanto -fingió una risa con diente de oro la aludida- yo no soy viciosa…

En realidad esta demonia parece ‘La Rayo’[33], pero mejor no le digo nada si quiero salir viva del zaperoco en el que me estoy metiendo, pensó Damonett.

– Camaradas -exclamó Francis.

Empezó Patty Hearst, la guerrillera[34], ya después de esto que se vaya a Cuba mejor, zambita insoportable, reflexionó Giselle.

– Como saben este año es clave para nuestro país, y nosotras como gremio de mujeres travestis homosexuales hijas del pueblo…

– ¿De cual pueblo?, ¿Pueblo joven?, lo que tiene que escuchar una, chesu -murmuró Cecybell.

… merecemos ser tratadas con respeto, sin burlas, ni abusos de la policía.

Será a ti, madrecita, por bochinchera, porque yo tengo a un señor general a mis pies -dudó Eduardo.

– Para ello vamos a marchar hacia donde están reunidos los señores asambleístas para entregar un petitorio ya redactado por mi persona…

¿Qué habrá escrito este maricón?, ¡Señor de los Milagros! -se angustiaba más Cecybell.

– De ser posible pediremos audiencia con el doctor Haya -ahondaba Francis.

Uy no, nos ve la vieja y termina de morirse en plena asamblea, qué horror.

– Querida Francis -acotó Damonett- ¿no es ya mucho atrevimiento? Suficiente cosa es presentarnos así como somos, ¿no te parece?

– De ninguna manera, camarada.  Acaban de matar hace unas semanas en San Francisco, California, al primer político homosexual elegido sin esconderse. Llegó el momento de nuestro frente de liberación. Somos ciudadanos, ciudadanas, hemos votado, somos gente de bien.

Bien coca colas -se mofaba solita Cecy, masticando un chiclets Adams, tarareando el jingle del comercial televisivo “que perfuma la palabra en cualquier momento tan tan…”.

– Además, hemos ganado la conciencia revolucionaria y la conciencia de clase, y con eso basta y sobra.

¿Conscientes o somos unas inconscientes de mierda? Sin conciencia por un bombazo lacrimógeno van a quedar estas si siguen así, carajo, en la que me he metido -pensó sin mucha sofisticación Eduardo.

– Amigas mías, yo las apoyo hasta el final para que todo se lleve a cabo en paz. En paz descanse -remató él mismo.

Claro, esta habla finito porque está con un milico bien envarada, pero la pobre Giselle capaz la suben a un helicóptero y la avientan al mar de Grau, a la moda argentina.

– Queda convenido el plan de acción entonces.

Asintieron todas, mal que bien, ya convencidas.

– ¡Os invito a levantar estas copas de vino para brindar por la justicia de nuestra causa que Dios defiende!

Se cagó la Patria, van a declarar la segunda independencia -pensó por primera vez en la reunión el noviete paganini de Giselle.

– Yo pensaba que todos estos firuletes eran para promocionar su obra de café teatro, chicocas, pero está bien; me gusta que son locotronas serias y las apoyo -dijo Cecy secándose el vinoco.

– También es publicidad gratis, mi querida Cecybellcita, somos chicas del 78, mujeres prácticas y modernas como Meche Solaeche.[35]

– Y guapas -remató Damonett.

– Mmmmmm… Ya. Bueno, bueno, ricuritas de Victoria,[36] a mí, plata en mano, chivato en pampa; de ahí no las sacan ni con los tanques rusos… ¿Cuándo te he engañado, primito?[37]

Te juro que si salgo bien de esta me opero de una vez donde el doctor Morón[38] -pensó Damonett- y el chico de Giselle me mira demasiado. La belleza es una maldición, pucha.

-Bracitos de limeña, eh -exclamó Giselle pellizcando el brazo ligeramente rollizo de Damonett.

Cinco de la tarde, Miguel y Ariana caminaban con su hijo en brazos hacia su casa. Era 5 de diciembre, cumpleaños del abuelo materno, así que el festejo era doble, seguro hoy caía toda la tribu y estaban tranquilos pensando que el niño ya se encontraba bien. Cruzaron la Plaza de Armas llena de turistas, la fuente de bronce que había visto tantas cosas desde 1650, iban despacio, pues aún seguían algo consternados, con el sabor de las cosas inexplicables, pero que deben hacerse. La ceremonia que hicieron con su hijo se parecía demasiado a la película El Exorcista que unos años antes habían visto de enamorados muertos de miedo. Llegaron a la Plaza Bolívar y decidieron descansar un momento saboreando un helado de lúcuma y vainilla del carrettino D’onofrio que se les cruzaba con su inconfundible tonadita de corneta. Brillaba el sol ese día. El verano había llegado pronto. La ciudad en su decadencia aún era bella para ellos.

Mira que habrá que volver a viajar en tranvía

otra vez de esquina a esquina, un balcón

y en cada paradero soñar que el tiempo

vuelve a esperar que se llegue a destino

y que todo el camino está por recorrer.[39]

Martes 5 de diciembre de 1978. Tarde cálida. Eduardo se estacionó justo en frente del Museo de la Santa Inquisición.

– Para estar a tono, bromeó bebiendo una “rojita” Lulú.

Cecy ya estaba colocada estratégicamente, con algunos palomillas amigos suyos, en diferentes ángulos de la plaza.

Las chicas bajaron del auto y avanzaron turbadas.

Los periodistas ya habían sido avisados por Damonett y la gente del Palais Concert. No cabían de gozo al cubrir tremendo notición. El tercer sexo en el primer poder del Estado. Y para cagar al viejo marica: “Solo el diálogo salvara al Perú” [40]. Fotazo de los anormales. Chitón.

Damonett, Giselle y Francis Day se colocaron a los pies de la estatua del Libertador para un retoque de atuendos y maquillajes: mujeres de pantalones, habían decantado todas por palazzos de última moda. Francis llevaba puesta una blusa estilo gitano muy asentadora y unisex. La que ves es la que soy.

Damonett polveaba su nariz cuando notó que un hombre las miraba insistente. Estaba acompañado de una mujer y un bebito.

– Chicas miren ahí, el macetita del helado me está desnudando con la mirada…

– Tiene pinta de PIP.

– No, tiene pinta de inteligente.

– Pues está guapetón, lástima que ya se le ve la esposa y la criatura.

–  Pareciera que nos quiere hablar.

– Es eso o nos quiere caer a patadas.

– Ah, no, entonces.

– Mira a su nene. Podemos otorgarle gracias y hermosura -propuso Giselle con un wiscacho en el cerebro.

– E inteligencia…

– Ya, también.

Polvito de hadas madrinas…

La pareja se marcha apurada.

La presentación en la antigua sede del Congreso de la República no tuvo la cobertura hollywoodense que había soñado Giselle, pero los mosaicos del Hall de los Pasos Perdidos no pudieron perder el taconeo de tan glamorosa comitiva. Solo murmullos muy discretos a su paso. La estupefacción inundó todo de una sorprendente mudez. Las hicieron esperar en un saloncito. Un asambleísta las recibió más acontecido que nada. Secamente protocolar. Francis desplegó su verbo hasta donde pudo. Se les aseguró que la Comisión de Derechos Humanos tomaría conocimiento de su petitorio. El diario de la 17° sesión de la Asamblea Constituyente[41] registra el pedido de la Universidad Simón Rodríguez de Venezuela apoyando la candidatura al premio Nobel de la Paz del doctor Haya de la Torre. Si entre los memoriales del día, la solicitud de estas tres valientes peruanas se camufló con el nombre que el Estado les ofrecía en sus documentos será materia de investigación profesional algún día. Una levemente calurosa tarde de diciembre de 1978.

“Toda persona tiene derecho a la vida, a su integridad física y al libre desenvolvimiento de su personalidad. Nadie, en ningún caso, por su comportamiento sexual puede ser sometido a torturas ni penas o tratos inhumanos, humillantes o discriminatorios, pues merece todo el respeto y consideración a que tiene derecho cualquier persona”.

– ¿Qué es eso? -preguntó Miguel con los ojos muy abiertos.

– No sé, una chica, ¿no? -respondió Ariana sonriendo.

– No es una mujer, Ariana, mira bien, es un travesti. ¡Qué descaro, carajo!

– No, es una mujer rubia al pomo, seguro es algo de la Asamblea, están sesionando a esta hora.

– ¿Estás ciega? Mira, vienen otras dos. ¿Qué está pasando aquí? No lo puedo creer.

– No lo sé, quizás una turista, ¿qué debería pasar? Será una revolución ¿no?

– La revolución no se hace para los animal… -se detuvo en seco Miguel.

Ariana miró bien y comenzaron nuevamente las imágenes en su cabeza, esos recuerdos, esa culpa. ¡No me voy a burlar! Se repetía para sus adentros. ¡No diré nada! Todos tenemos derecho a la libertad.

– Vámonos ya, mi amor. Nos deben estar esperando para cantar el japiverdi.

– Ya -respondió. Pero no quitaba la mirada a esos tres personajes salidos de catálogo de revista. Pensaba qué podía estar ocurriendo, qué significaba ello, por qué ese mismo día. No entendía bien y evitaba relacionar hechos.

– ¡Ya! Apúrate que me hago la pichi -dijo Ariana sacando un humor insólito para distraer a su esposo.

– Ya, mujer, eres terrible, vamos…

Miguel caminaba lentamente, pero volteó a seguir viendo a esas tres mujeres extrañas paradas en la plaza conversando, ¿quiénes eran? ¿Qué hacían ahí? Abraza a su Ariana y a su Miguelito.

Eran casi la sagrada familia huyendo a algún Egipto y justo se cruzan con Melchora, Gaspara y Baltazara.

El destino está en las estrellas y nosotros aquí abajo.

Miró a su hijo, se le vino a la cabeza su canción preferida de Cat Stevens: I’ll always be with you, this rose will never die, this rose will never die[42]. Lo besó. Prometió amarlo siempre, pero se decía para sus adentros: “Él llevará las armas de la revolución”.

Damonett llegó a ser reconocida como la primera transexual del Perú, el éxito de la obrita de café teatro “Travestis en la Prostituyente” le redituó todo el verano de 1979. Su nombre permanece aún en los salones secretos de la mariconada patria.

Giselle nunca llegó a NY. Emigró a Buenos Aires a vivir su repentino amor al teatro en el circuito alterno de la calle Corrientes. Luego se perdió en Río de Janeiro, al alterne. Ni Travolta ni el muñeco billetón se quedaron en sus sueños.

Francis Day nunca olvidó aquella incursión memorable. Atesoró en su chalet más jardín que casa, los recortes de diarios y revistas. Cuando Sendero Luminoso empezó su demencia terrorista, una noche vio en la televisión una cara conocida detenida por la Policía. Quemó todo y se olvidó para siempre de la política y de la revolución.

Eduardo se fue a vivir su vida a Alemania, dedicado a la danza. Volvió al Perú con una nueva pasión por los aeróbicos. Inmiscuido en la movida artística limeña de los años ochenta, participó en la telenovela Carmín. Murió en 2007, dejó inconclusas y perdidas sus memorias del amor con el general, cuyo título provisorio fue ‘Danza con Luna’…

Cecybell siguió su vida de aventuras y romances digna de una película de Almodóvar. Durante la crisis de fines de los ochenta dejó el Perú y se estableció en Italia a comenzar otra vez sin doblegarse nunca. Muchos años después volvió a su país por cuestión de papeles de inmigración. Abrió nuevamente su casa de Chiclayo, monto un salón y hasta hoy se dedica a lo que nunca dejó de hacer en su vida: vivir.


[1] Fragmento de la canción “Chercher la femme”. Francia, 1963. Interpetado por Coccinelle. Ver: https://bit.ly/33v2b6H

[2] Renombrado restaurante espectáculo que se ubicó en la Residencial San Felipe. Ver: https://bit.ly/3lbBhH1

[3] Night-club de variedades reputado de la época, ubicado en el distrito de Lince.

[4] Carlos Tosi, escritor, crítico teatral. Secretario personal de Haya de la Torre. Ver: https://hegarbro.wixsite.com/elcajondemedea/post/carlos-tosi 

[5] Modismo para designar a la acción de pasear por la avenida Larco del distrito de Miraflores. Ver: https://bit.ly/2GzPcaP

[6] Uno de los primeros espacios nocturnos en Lima para el público gay. Ver: https://bit.ly/36xrIOH

[7] Fragmento de poesías dedicadas al artista Coco Sattui por la poeta Catalina Recavarren. Ver: https://bit.ly/34nh4Y1

[8] Uno de los locales de espectáculos llamados café teatro, ubicado en el distrito de Miraflores. Dichos locales tuvieron auge entre mediados de los 70 y 80.

[9] Buses de transporte público en Lima. Ver: https://bit.ly/2Su0wYR

[10] Icónico edificio limeño de estilo brutalista. Ver: https://bit.ly/33uYlKQ

[11] Eslogan de un comercial de bebida gaseosa de la época. Ver: https://bit.ly/36KwrwD

[12] Famoso estilista de la época. Ver: https://bit.ly/3ngwqGr

[13] Elegante discoteca de la época de los 70. Ver: https://bit.ly/3nkxRDy

[14] En 1971, el ministro del Interior, Artola, denunció una supuesta conspiración para asesinar al líder del Apra, Víctor Raúl Haya de la Torre. Las investigaciones incluyeron detenciones y citaciones a los dos más conocidos estilistas de la sociedad limeña, Silvio Arroyo y Segundo Gonzales, Chocco. La conspiración de los peluqueros no fue más que un bluff de trasfondo homófobo en relación al viejo político cuya orientación sexual es motivo de disputa hasta hoy.

[15] Cronista y empresario de espectáculos. Ver: https://bit.ly/3jCA1fS

[16] Expresión coloquial despectiva que alude a la homosexualidad masculina.

[17] La ciudad es conocida en el imaginario popular peruano por el fenotipo caucásico de sus habitantes.

[18] Fragmento de la canción Boogie nights del grupo de música disco Heatwave lanzada en 1976.

[19] Fragmento de la canción I´m every woman de Chaka Khan lanzada en 1978.

[20] Fragmento de la versión latinoamericana de La Internacional, himno socialista.

[21] “…esta jerga de connotación negativa ha sido usada para referirse a las personas LGBT como seres de la mala suerte, que la transmiten con su presencia.” Ver: https://bit.ly/3lcrFvv

[22] “Hacer el camarín”, añeja expresión íntima gay que significa ataviarse con prendas consideradas femeninas en reuniones privadas de carácter amical.

[23] Serie de tv (1967-1970) protagonizada por Sally Field como la hermana Bertrille. Ver: https://bit.ly/3d12mtr

[24] Frase del general Juan Velasco Alvarado, dicha en su última entrevista concedida a César Hildebrandt, Cambio de palabras. Lima: Penguin Random House. Grupo Editorial Debate.

[25] Conjunto de hechos violentos sucedidos en Lima el 5 de febrero de 1975 a raíz de una huelga policial. Ver: https://bit.ly/2Srj4sD

[26] Bailantín, sinónimo de aficionado al baile en la jerga familiar peruana.

[27] Jerga antigua peruana para referirse a un detective policial.

[28] Expresión usada en lugar de “a veces” en el habla popular de algunos países americanos.

[29] Fragmento de la canción “Viento” del grupo Celeste lanzada en 1975, voz de Lorenzo Palacios “Chacalón”.

[30] Fragmento de la polka “El Fifí” lanzada en 1972 por Los Ases del Perú.

[31] Serie animada de ambiente futurista. Ver: https://bit.ly/3jrnPON

[32] Alusion a Anne Marie Graña Sarmiento, integrante de una acaudalada familia protagonista de sonados episodios policiales. Ver: https://bit.ly/3ljABzz

[33] Angélica Pedraza, conocida hampona de mediados de siglo XX en Lima. Ver: https://bit.ly/3jxh8uv

[34] Patricia Hearst, heredera americana involucrada en un escándalo internacional guerrillero. Ver: https://bit.ly/34kmfb8

[35] Conductora y actriz, presentó el programa de tv “La mujer en el mundo” entre 1977 y 1978.

[36] Populares galletas de la época.

[37] Famosa frase popularizada por el conductor de TV Augusto Ferrando.

[38] Médico pionero de las cirugías de confirmación de sexo en el Perú. Ver: Identidad, cultura y sociedad: un grito desde el silencio. Fiorella Cava Goicochea. CISNE, 2004.

[39] Fragmento de “Pasito a paso”, letra de Chabuca Granda y música de Juan Castro Nalli.

[40] Titular de portada de la revista Oiga del 11 de diciembre de 1978 sobre la marcha de las travestis a la Asamblea Constituyente. Hacía alusión al viejo lema aprista SEASAP (solo el APRA salvará al Perú).

[41] Documento oficial digitalizado. Ver: https://bit.ly/33v6eQr

[42] Fragmento de la canción Lady d’Arbanville de Cat Stevens (1970).