El planeta está pidiendo a gritos que nos hagamos cargo de toda la basura que generamos. Un cambio de conducta requiere sacrificios y es difícil al inicio, luego, con la práctica y la repetición, se normaliza.

Caminamos por las calles y vemos bolsas y botellas de plástico tiradas, es alarmante porque en teoría, por ley, el plástico de un solo uso está prohibido… pero prohibido para la población, no para la gran industria que sigue embotellando a diestra y siniestra agua y gaseositas en botellines de medio litro, para tomar al paso y claro, tirar en la vía pública al paso también. La culpa, por supuesto, será de la persona que compra, pero ¿dónde queda la responsabilidad de la industria? ¿Acaso esos botellines no califican como plástico de un solo uso? Y ¿dónde está la responsabilidad de los municipios que no colocan tachos de basura por las calles?

La ley no se aplica, no sirve, ha sido un saludo a la bandera como muchas otras leyes inútiles e inoperantes por las cuales gastamos millones manteniendo congresistas que, salvo poquísimas excepciones, no tienen preparación para legislar y tampoco la probidad para hacerlo dejando de lado los intereses subalternos de las grandes industrias, de los miserables grupos de poder y de los políticos cabecillas de cada agrupación. Hace tiempo que el Congreso dejó de ser un poder que representa a los intereses del pueblo.

Estoy segura de que la industria del plástico de un solo uso mantiene millonarios a unos pocos y es por eso que no se ha radicalizado su eliminación, no porque no exista una alternativa para reemplazarlo.

Las bolsas compostables son biodegradables, generalmente son fabricadas con féculas de diferentes vegetales y suelen tener un tiempo vida entre 1 a 3 años, muy inferior a los 150 años que demora una bolsa de plástico común en descomponerse.

Ha quedado claro que el impuesto al consumo a las bolsas de plástico no es ningún problema para la población, el ciudadano común paga los 20 céntimos por bolsa en los supermercados. Los bodegueros tampoco tienen problema en despachar sus ventas en bolsas de plástico de un solo uso y no te la cobran, siguen siendo gratis. O cambiamos de usos y costumbres educando a la población para que use bolsas de tela y/o papel o sustituimos el plástico por material biodegradable. Para lo segundo es necesaria una medida radical: se prohíbe el plástico de un solo uso, incluyendo en esta prohibición a la industria de bebidas, y se le obliga a invertir en la fabricación de botellas biodegradables. Las grandes industrias de la bebida ganan millones de millones y podrían invertir en financiar investigaciones para generar botellas biodegradables.

Por otro lado, a nivel estatal, el Legislativo, sin miedo y de manera radical, debería de una vez prohibir el uso de plásticos de un solo uso, PROHIBIR, no aplicar un impuesto ridículo al ciudadano, no funciona, pero sospecho que esto es pedir demasiado a un Congreso de rodillas a las grandes industrias. El Ejecutivo, por su lado, debería promover la creación de plantas de producción de bioplástico a base de féculas. Incentivar la investigación en este sentido para usar materias primas locales. Materiales hay, talentos hay, lo que falta es voluntad política.

La educación de la población es el otro pilar importante para llegar a ser un país que se preocupa por su basura.

En mi experiencia personal realizando campañas de concientización sobre el reciclaje y reaprovechamiento de aceites de cocina usado para elaborar jabones, puedo decir que hay conciencia de una buena parte de la población sobre el daño ambiental de los cuerpos de agua por este residuo altamente contaminante. Se estima que 1 litro de aceite puede contaminar hasta 1000 litros de agua. Somos muchos los ciudadanos que almacenamos el aceite usado de cocina para no desecharlo por el desagüe, pero… ¿Qué hacer después de almacenado?, son escasas las opciones. Podemos llevarlo a los pocos puntos de acopio que existen en el país, que mayormente son iniciativa de la empresa privada, el problema es que el uso o destino de tal aceite es un misterio. Otra opción es almacenar el aceite y, en envase cerrado, desecharlo a la basura, lo cual solo da la sensación de “deber cumplido” puesto que el aceite al ser tratado como residuo común es igual de contaminante. Una tercera opción, muy común, es almacenar el aceite, más bien acumularlo, a veces por años y esperar la chance de descartarlo de manera apropiada o encontrarle algún uso ecoamigable. Este último caso es más común de lo que se cree.

El ciudadano común, adecuadamente concientizado, puede hacer su parte separando el aceite de cocina usado, lo que falta es una gestión apropiada de este tipo residuo y esto le corresponde al Estado.

Para mí, queda claro que el mayor problema no es educar a la población sobre separación de la basura, el mayor problema es que no se nos da opciones para que esta labor sea más fácil. Hoy por hoy, quienes practicamos el reciclaje esperamos que una vez por semana, alguna entidad recicladora pase a recoger nuestros desechos o dejamos que algún reciclador callejero, seleccione de nuestra bolsa lo que le sirve y todo lo demás se va al camión de la basura común.

Si, por ejemplo, el país produjera bolsas compostables, el Estado, en un programa agresivo de educación ambiental, podría declarar obligatoria la separación de residuos. Podríamos hacerlo por código de color; es decir, vidrio en un color de bolsa, cartón y papel en otro color, aluminio en otro, plástico en otro, etc., para ello, claro, habría que implementar plantas donde estos residuos separados sean transformados en otros productos; o sea, usar la “basura” como materia prima. Esta medida, podría (y debería) ser impulsada por el Ministerio del Medio Ambiente y estoy segura de que sería ampliamente apoyada por la población. No sería perfecto, seguramente no, pero por algo se empieza. Nosotros no hemos comenzado porque nuestras autoridades no lo han tomado en serio, cuando el reciclaje debería ser un asunto de Estado.

El reciclaje no es una moda, no es algo de gente friki, hoy por hoy es un asunto de sobrevivencia, pero aún, a pesar de las abundantes evidencias, no hemos tomado cartas en el asunto.

Otro tema es la basura orgánica doméstica que también puede ser aprovechada para generar compost. No se requiere alta tecnología para eso, tampoco se requiere pasar por una facultad de Agronomía para generarlo. Con una campaña al respecto se puede instruir a la población para que cada hogar provisto de un balde con tapa, en un rincón de la vivienda, prepare su propio compost depositando de manera alterna camadas de tierra o aserrín con residuos orgánicos generados en el hogar. Esta acción reduciría bastante la basura común generada, además sería una basura seca más manejable y menos peligrosa para el personal que recoge nuestros desperdicios domésticos.

En resumen, existen dos pilares para que el reciclaje y el reaprovechamiento de la basura funcione: educación en materia de reciclaje a la población en general en varios niveles y la gestión adecuada de los residuos reciclables. Esto último es obligación del Estado.

Educación y gestión ¿para cuándo? O ¿vamos a esperar a estar nadando, caminando y comiendo entre la basura para recién hacer algo? ¡Acción, ya!