No voy a romantizar la pobreza. Ver esta imagen me conmueve tanto como me indigna. No importa dónde haya sido tomada la fotografía, sucede en todo el Perú. Esto no lo ha causado el coronavirus. Esto es consecuencia de un sistema inhumano y gobiernos nacionales, regionales y locales, uno tras otro, más o menos corrupto e inepto que el anterior.
Esto es resultado de funcionarios indiferentes e incapaces que asumieron cargos para robar o acuñar poder y alimentar sus carencias afectivas.
Esto sucede porque empresas, universidades, colegios profesionales y la sociedad civil solo se han dedicado a la caridad, al «apoyo», a la «solidaridad», a regalar cosas (siempre con selfie en redes de por medio), y no a innovar en ciencia, cultura ni tecnología, ni a desarrollar nuevas ideas de reorganización social, descontaminación del medioambiente, construcción de ciudadanía, lucha contra la violencia de género, etcétera, y sobre todo, porque se han comportado «apolíticamente» y jamás le han exigido a las autoridades cumplir con sus funciones, únicamente para quedar bien con ellos.
Y si esto no es peor, es porque han habido ciudadanas y ciudadanos, que desde dentro o desde fuera del Estado, han resistido a políticos ignorantes, a jefes inescrupulosos, a compañeros inconscientes y han hecho bien su trabajo; a ellos les debemos haber sobrevivido.
Insisto: no voy a romantizar la pobreza. No voy a decir: «Qué linda la criatura que estudia a pesar de su miseria». No es justo pedirle a niñas, niños ni adolescentes, como tampoco a profesoras, profesores ni a padres de familia, ser superhéroes ni «ponerse la camiseta», pues esa es otra forma de conminar a la autoexplotación. Me duele y me enternece esta imagen, y me avergüenza compartir con los responsables la misma especie.
Como dice Deleuze en Crítica y Clínica: «De lo que ha visto y oído, el escritor regresa con los ojos llorosos y los tímpanos perforados. (…) La salud como literatura, como escritura, consiste en inventar un pueblo que falta».
Es imprescindible no cesar de «inventar» ese pueblo utópico donde no haya pobreza, hambre ni dolor, lo cual ya no existiría actualmente si las áreas de programas sociales de las municipalidades —que son las que, principalmente, establecen un vínculo real con la ciudadanía— hubieran cumplido con registrar, coordinar y supervisar las actividades relacionadas con la participación, atención y promoción de derechos como el acceso a la salud, a la educación, a la cultura, al trabajo, entre otros; y si se hubiesen dedicado a la protección y organización de ciudadanas y ciudadanos, a fin de mejorar su calidad de vida y valor como seres humanos.
Esperemos que el gobierno asuma de una vez por todas esta insufrible realidad, e imágenes como estas no sean solo cínicas postales que recordaremos anecdóticamente cuando pase esta pandemia.