Con Alan García se fue uno de los tres patriarcas más importantes, imponentes, perturbadores y misóginos que tuvo la historia reciente del Perú. Concretamente, la de la segunda mitad del siglo XX. Fue un animal político, un orador de plaza que supo adaptarse a la primera década del nuevo milenio, pero que en la segunda, con el boom de las redes sociales, no soportó que la humillación de los memes lo saque letalmente de la carrera a la presidencia el 2016

Los otros dos patriarcas no son políticos, pero tuvieron los mismos dones de encanto y seducción que García, y cayeron en desgracia por diversos motivos: ambos son Augusto Ferrando y Genaro Delgado Parker. A ellos, como García, los unía la ambición por el poder, la seducción hacia las mujeres propias y ajenas, la droga mediática, las ganas de verse siempre en la palestra. Y ellos terminaron erráticos en sus últimos meses de vida: Ferrando con diabetes, Genaro parapléjico por un accidente en el techo de su casa, y García diciéndole “imbéciles” a todos sus acusadores meses antes de dispararse en la sien.

Pero dejemos los rodeos y centrémonos en el patriarca que hizo historia esta semana. Como buen patriarca, profesó un discurso machista, donde el hombre dirige los destinos de la nación y solo ese hombre hasta su partida física, puede dominar un partido político. La falsificación de La Marsellesa, las manos levantadas con palmas hacia abajo al estilo Mussollini, la firma del acta de afiliación del adolescente Federico, y su anterior griterío en la cara de Ollanta Humala -con quien podemos discrepar, pero tuvo nobleza de espíritu al querer visitar a su adversario-, los gritos de “Vizcarra asesino”, los lamentos falsos de Milagros Leiva, Patricia del Río, Carlos Villarreal y un largo etcétera; son muestras que lo que ha dañado al Perú, más que la corrupción y la impunidad, es el caudillismo mesianista. El creer que un hombre maníaco depresivo puede ser un Midas de la palabra (Mónica Delta dixit) o un ser mitológico. El dignificar a la mujer que perdona al marido infiel, y tildarla de “dama”, mientras a Nadine Heredia la insultan como “borrachita de poder” solo por acompañar a su esposo.

Decir que pegarse un tiro es exclusivamente un acto político es romantizar el suicidio. Alan era narcisista, tenía problemas de negación de la realidad, obnubilaciones, e hizo creer a su familia y seguidores, por medio de la propaganda indirecta, que robar no es malo, que hay que hacerlo para trascender y entrar a la historia. Solo un ser con una personalidad posiblemente perturbada lo puede hacer y lograr. No hay que ser especialista para no darse cuenta y reparar en ello. Los policías que lo iban a capturar fueron totalmente irresponsables en dejarlo ir.

Nunca más patriarcalismo en la política, nunca más mesianismos, nunca más caudillismos, nunca más sometimientos machistas. Tanto la derecha como la izquierda que creen que de un hombre depende el destino de la nación y de las ideas, o que existen seres sobrenaturales y que sus impulsos son más actos de fe que demostraciones de desórdenes patológicos, son irresponsables, insensibles, paternalistas y tanáticos. Héctor, Aquiles, Cleopatra, y los seres “mitológicos” que según  los libros épicos de las eras grecorromanas dieron su vida por la virtud y el amor, ya no existen. Todos somos de carne y hueso, y todos polvo seremos. Ahora, a pensar en la patria, en nuestro futuro, en nuestros niños y en su salud emocional. La vida tiene que seguir. Y el poder tiene que ser recuperado por la gente, venciendo a las cloacas políticas y mediáticas.