El panorama municipal de la metrópoli es desalentador. No es para menos: vivimos la crisis de institucionalidad más grave desde la caída del fujimontesinismo en el 2000. Y ello implicó una explosión de candidatos que perpetúan el modelo fujimorista, que no solo defiende a ultranza el libre mercado, sino tiene una visión clientelar y cortoplacista de las obras públicas. El ocaso de Luis Castañeda podría abrir en cualquier ciudad una alternativa fuerte de gobierno, pero la anterior gestión de Susana Villarán, vendida por los medios como la antítesis del castañedismo, también demostró falta de valentía, escasez de muñeca política y, sobre todo, carencia de buena gestión. Por lo tanto, el menú se nos presenta como una feria de mercachifles oportunistas: como un amigo político me comentó, las elecciones son democráticas, pero las campañas no lo son.

Y no bastará el referéndum del presidente Vizcarra sobre el financiamiento de publicidad electoral, ya que el mandato del pueblo recién se aplicará en las próximas elecciones generales, que podrían ser antes de 2021 si se desata otra crisis. A un año de los Juegos Panamericanos, Lima es una ciudad en emergencia, tugurizada, contaminada, insegura, desordenada, profundamente desigual. Pero el remedio podría resultar peor que la enfermedad de triunfar alguno de los candidatos que lideran las encuestas. Tenemos en primer lugar a Renzo Reggiardo, el exkeikista (pero nunca dejando de ser fujimorista) que en 2006 posó alegremente con la hoy mujer más poderosa del país, como las dos jóvenes promesas del japonés, alentando a que si ellos salían elegidos (como así fue), tendríamos a “Fujimori de regreso”, y ellos chinos de risa en el panel de fondo naranja. Y en 2011 no tuvo reparos en ser acompañado por Castañeda Lossio cuando la mugre de Comunicore ya se había destapado. Muy aparte, la última denuncia de Hildebrandt en sus Trece acerca de una offshore propiedad suya en Panamá, y fotografías muy cercanas con Mauricio Mulder, lo pintan de cuerpo entero. Reggiardo representa a los sectores mafiosos, es su candidato oficial.

Pero los que lo secundan no podrían ser peores: Humberto Lay, en su etapa de congresista, siempre ha bloqueado todo tipo de sanción contra los fujimoristas, aparte de tener una agenda confesional y homofóbica, abiertamente patriarcal. Enrique Cornejo, por su lado, es el aprismo viviente que chupa la sangre de Democracia Directa e impone “compañeros” en varios distritos ocultando la estrella contaminada con una casita de madera. Daniel Urresti es un acusado de genocidio, probable responsable de la muerte de Hugo Bustíos, capaz de falsificar documentos para ejercer su defensa en el juicio que se le sigue, y candidateando por un partido (Podemos Perú) que se inscribió de manera irregular. Tenemos también a la Capuñay, o mejor dicho, doña Esther, quien le da tribuna todos los días a Phillip Butters y Beatriz Mejía para que expanda en sus ondas el odio y la discriminación, aparte de pagar sueldos miserables a los trabajadores de sus empresas. En el menú también está Kike Ocrospoma, quien como alcalde de Jesús María persiguió al monumento del Ojo que Llora.

¿Queda alguna esperanza? Tenemos candidatos mínimamente decentes, aunque todos tienen alguna falencia, algún pie por el cual cojean. Alberto Beingolea, por ejemplo, ha desempeñado una carrera limpia en el periodismo deportivo y como congresista ha apoyado la Ley Universitaria, aunque dentro del partido se le acuse de autoritario y en el mismo abunden militantes con posiciones confesionales. En cuanto a Manuel Velarde, es un alcalde interesante, que ha priorizado las ciclovías y los espacios públicos antes que el transporte automotriz, aparte de haber desarrollado obras peatonales ambiciosas; no obstante, como jefe de la Sunat, se recuerda que él fue quien decidió la controversial medida de dar ejecución coactiva a la deuda de Panamericana Televisión, y así Genaro Delgado Parker pueda impedir que los legítimos propietarios retomaran la empresa por orden de Alan García. En cuanto a Jorge Muñoz, ha tenido dos gestiones importantes donde se ha mejorado la seguridad ciudadana y se han realizado obras como la peatonalización del Parque Kennedy, pero su campaña es muy errática y cree que todos los limeños quieren vivir en Miraflores al puro estilo Barnechea. El candidato que tengo como primera opción es Gustavo Guerra García, quien propone un plan interesante para abaratar los costos del transporte público, aunque su mayor lastre es haber formado parte de la gestión Villarán. Como mal menor, muchos progresistas tomarían la inédita opción de Ricardo Belmont, un hombre famoso por sus shows televisivos ochenteros y la Teletón, pero cuestionado por los accionistas de su excanal de televisión por, supuestamente, haberlos estafado, además de ser otro candidato más de la homofobia.

¿Por qué los cuatro decentes (Guerra García, Velarde, Muñoz y Beingolea) no dejan de lado sus ambiciones personales y se unen para darle a Lima una opción que derrote a las mafias? Eso diría mucho de parte de ellos, en plena crisis política. Pero lo veo bien verde. Espero equivocarme.