La noche del 22 de agosto en el distrito de Los Olivos, en Lima, una fiesta en medio del toque de queda, llevada a cabo pese a la prohibición de reuniones sociales, terminó en tragedia. Se sabe que las víctimas murieron por asfixia, pero no se conoce cuáles fueron los factores específicos que provocaron ello, si es que hubo, o no, negligencia por parte de los efectivos policiales; no obstante, la Oficina General de Comunicación Social e Imagen Institucional del Ministerio del Interior, aproximadamente en la medianoche de ese mismo día, emitió un comunicado de urgencia, que hace hincapié en que los efectivos del orden no emplearon «ningún tipo de arma o bomba lacrimógena». La verdad podrá develarse con las respectivas investigaciones.
Este trágico suceso da qué pensar acerca de nuestro comportamiento como ciudadanos en el contexto de una crisis sanitaria. Numerosas personas defienden a capa y espada a la PNP, dicen a modo de burla que ahora “le echarán la culpa al presidente Vizcarra”. Es cierto que cada persona es responsable de sus actos, por ejemplo, si decidimos cruzar la pista sin usar el puente peatonal, si decidimos asistir a una fiesta a pesar de que está prohibido, si decidimos engañar a nuestra pareja y terminamos adquiriendo una ETS, si decidimos cruzar una calle oscura para llegar más rápido y terminamos siendo asaltados, incluso si decidimos quedarnos una hora más en el trabajo, si voltea a la izquierda o derecha de una calle, si camina por la vereda, somos una decisión constante, manojo de elecciones; por ende, somos artífices de nuestro destino.
Sin embargo, y es una pregunta constante, relacionada al tema que nos llama a la reflexión hoy: ¿Qué es lo que hace nuestro Gobierno para erradicar el alcoholismo en el Perú? ¿Permitir que una empresa como Backus siga funcionando con normalidad al iniciar la emergencia sanitaria y el toque de queda hará que la cantidad de fiestas disminuya? ¿Esa medida aporta al desarrollo de los peruanos?
Muchos hemos sufrido de niñxs los traumas iniciales producto de noches de alcohol, padres bebedores, familiares que no podían pasarse un fin de semana sin libar alcohol, comportamientos indebidos para con lxs más pequeñxs -sobre todo con las niñas o adolescentes- de parte de los amigos que nunca faltaban en casa los fines de semana. Y hemos normalizado esta situación a tal grado, que se nos hace agradable y natural decir cosas como «mi sangre es 70% alcohol», «esta música me provoca sed», «está comida debe ser acompañada con sus respectivas aguas», «voy a ahogar las penas», «tomo para olvidar», entre otras. Estas expresiones son parte del imaginario popular porque la «bebida» es un hábito del peruano promedio, es prácticamente una institución.
El peruano se ve envuelto en un círculo vicioso cotidiano, que muy pocos somos capaces de reconocer y, por tanto, erradicarlo: el peruano trabaja, el peruano sufre -como dice la canción «Sufre, peruano, sufre»-; deprimido, espera con ansias el fin de semana para “ahogar sus penas”, se gasta poco más de la cuarta parte de su sueldo en ingerir bebidas alcohólicas, luego se deprime porque el salario no le alcanza- además de recibir un salario mínimo insuficiente. Nos ahogamos en el alcohol porque no queremos aceptar la realidad, y la realidad se vuelve aún más aplastante, porque nos gastamos el sueldo, porque golpeamos a “nuestra mujer”, porque golpeamos a nuestrxs hijxs, porque no llegamos a dormir a casa y ellos carecen de la figura paterna o materna, porque perdemos a nuestras familias, porque nos enfermamos de tanto beber, porque nuestrxs hijxs crecen y no pueden superar los problemas de infancia, porque los vicios se heredan, también, por reflejo, porque todo se vuelve un círculo vicioso a nivel mayor. ¿Y qué medidas de salud mental implementa nuestro Gobierno? ¿Cuántos niñxs pudieron recibir un tratamiento de salud mental oportuno? ¿Cuánto invierte el Estado en este sector? ¿Qué medidas a nivel educativa se ha tomado?
Por último, si no lo ha hecho el Estado, ¿qué hacemos nosotros, los que tenemos un poco de consciencia al respecto, para evitar dicha situación? El Estado nos quiere tristes, embriagados, y pobres porque para este y para todos los Gobiernos a nivel mundial, simplemente somos un «fajo» de mano de obra, y en el Perú la mano de obra se costea a un precio muy bajo. Que nuestra canción sea ahora «Despierta, peruano, despierta; si tú quieres progresar»; que la estrofa creada a partir del imaginario popular de nuestro himno cobre sentido «Largo tiempo el peruano oprimido, la ominosa cadena arrastró; condenado a cruel servidumbre largo tiempo en silencio gimió. Mas apenas el grito sagrado ¡Libertad! en sus costas se oyó, la indolencia de esclavo sacude, la humillada cerviz levantó».
Comencemos a ser verdaderamente libres, despertemos del sueño en el que nos envolvió la mala intención del sistema mundial. Podemos alcanzar el anhelado progreso, pero primero debemos despertar.