Ayer, 30 de marzo, fue el Día internacional de las Trabajadoras del Hogar y en un contexto que ha puesto a flote, de manera más evidente, la inmundicia humana que hace que las personas sean víctimas de otras con más poder, corresponde repensar y seguir analizando la situación y condiciones de vida a las que se encuentran sometidas estas mujeres que son víctimas de los abusos laborales que nuestra sociedad, penosamente, ha normalizado.

El COVID-19 ha detenido el mundo, pero ha movilizado en demasía las conductas egoístas y miserables, que el día a día y la mercantilización de la vida nos ha hecho naturalizar y no cuestionar con la agudeza necesaria.

Durante este período hemos sido testigos de las conductas abusivas de las personas inútiles y dominantes, que creyéndose dueños y dueñas de las trabajadoras del hogar cometen una serie de abusos a sus derechos laborales, como atentados contra su dignidad aprovechándose de su poder.

Peor aún, valiéndose vilmente el estado de necesidad de las trabajadoras, las someten a alternativas sin escapatoria, pues por un lado les dan la opción de elegir continuar la sumisión bajo las cadenas invisibles de la esclavitud moderna desconociendo sus derechos laborales y así, estos abusivos tendrán una cuarentena más placentera con servicios de atención las 24 horas del día los 7 días de la semana, o les plantean la alternativa de dejarlas sin trabajo, que se mueran de hambre y que vayan a sus casas para cumplir la cuarentena bajo la amenaza de no tener la posibilidad nunca más de volver a trabajar en sus casas.

El ser trabajadora del hogar es cargar con prejuicios y discriminación perenne, incluso desde las distintas formas de enunciarlas, con adjetivos para la ofensa, o las condiciones indignas en las que desarrollan sus labores, sin contar con los actos de violencia de los cuales pueden ser víctimas, perdiendo su esencia humana y convirtiéndose en un accesorio de la casa en la que laboran, en donde por más que las traten “como familia”, salvo honradas excepciones, son tratadas como objetos de limpieza, cocina y demás, sin importar su sensibilidad y demás condiciones que le son propias a la persona.

En este contexto de pandemia, debemos repudiar ese discurso falso del “trato de familia” para enunciar como favor el trato digno mínimo que deben tener, ya hemos leído la nauseabunda columna de Maki Miró Quesada, por ejemplo, que no hace más que registrar lo que piensan muchas personas que no son capaces ni recoger sus propias inmundicias biológicas en momentos de crisis sanitaria en donde a nivel mundial las personas están muriendo.

El trato hacia las trabajadoras del hogar nunca ha sido horizontal, se incurre en políticas de trata, disponiendo de niñas y adolescentes incluso para someterlas al infortunio de vivir bajo la sombra de una familia que las utiliza para la asistencia de actividades cotidianas. Y lo incómodo en estos casos es que el vil empleador no es la compañía perversa a la que es fácil señalar con el dedo, sino que se trata de muchas de las personas que hoy hacen sus colectas de solidaridad y aplauden en sus balcones para agradecer a quienes trabajan en esta cuarentena, sin contar con que tienen sometidas a mujeres de manera abusiva.

No todas las trabajadoras del hogar están en sus casas, con sus hijos e hijas, con sus seres amados en esta cuarentena, algunas siguen trabajando por el miedo a perder sus ingresos e incluso tienen una carga laboral mayor debido a que “las y los patrones” permanecen todo el tiempo en sus hogares, algunas están expuestas a más violencia sexual de la acostumbrada y muchas otras al maltrato y discriminación sin descanso. Varias de ellas han sido obligadas a mentir para obtener el salvoconducto alegando que cuidan a adultos mayores con tal de seguir las órdenes de estas miserables personas.

Conforme a lo expresado por las propias mujeres organizadas de la FENTTRAHOP, ellas sienten que su trabajo es invisibilizado y con ello sus derechos laborales son burlados, sin considerar que su labor de cuidado a los demás es una relación humana fundamental que garantiza el bienestar de las personas.

Asimismo, el SINTRAHOGARP ha sido claro en señalar que las trabajadoras del hogar son una población vulnerable en esta crisis sanitaria, pues han sido víctimas de despidos sin las liquidaciones correspondientes, sin vacaciones pagadas y se encuentran excluidas de la seguridad pública y social. Y para aquellas que siguen cumpliendo sus labores, al no ser tratadas como seres humanos, las han expuesto al contagio, pues no son provistas de materiales de seguridad y su salud se encuentra en permanente riesgo.

Esta crisis actual pone en evidencia la crisis moral que desde hace tiempo nos acompaña y si anteriormente no han sido capaces de advertirla es oportuno que en estos momentos reflexionen sobre sus comportamientos como empleadores y empleadoras de las trabajadoras del hogar. Y no basta con tratarlas con respeto y no violentarlas, pues ese es el punto base que como mínimo debe existir, sino que implica su postura respecto al reconocimiento de todos los derechos laborales que les corresponde y que por sobre todas las cosas se actúe sin vulnerar su dignidad humana.

Las acciones de solidaridad y demás para la pose de buenas personas que quieran dar al mundo, que sean actos consecutivos a las acciones reivindicativas que deban realizar con las trabajadoras del hogar que tuvieran laborando en sus casas.