Actualmente los padres, pero principalmente las madres de familia, representan al menos el 40% del funcionamiento de la «educación virtual», pues siguen las clases con sus hijos, realizan las tareas juntos y refuerzan sus aprendizajes. Esto se suma —por nuestra estructura patriarcal y heteronormativa— a los quehaceres del hogar (cocinar, limpiar, lavar) y al teletrabajo con el que tienen que cumplir (enviar documentos, responder correos, organizar información), multiplicando el agotamiento cognitivo y el desgaste psíquico, sin espacios de ocio para el Yo, ni para afianzar la propia vocación, sueños, proyectos o momentos en pareja.

¿Cómo ha pensado el Estado sostener las «clases virtuales» cuando hombres, y sobre todo mujeres, reinicien sus actividades laborales y ya no dispongan de tiempo suficiente para ser tutores de sus propios hijos (muchas veces, más de uno en etapa escolar, y también del sobrino y del ahijado)?

¿Por qué el gobierno no decreta, durante este Estado de Emergencia, que la jornada laboral se reduzca de 8 a 4 horas sin afectar el sueldo de los trabajadores? Esta medida excepcional, que duraría hasta que todas las actividades se restablezcan, posibilitaría dinamizar la economía, ampliar el mercado laboral, aumentar la productividad, etcétera (como lo ha explicado Carlos Tovar desde hace años), y sobre todo, permitiría no exponernos durante largos periodos al Covid- 19 y pasar más tiempo en familia, no como empleado o empleada del hogar (pues debería ser remunerado), sino como miembro orgánico del núcleo familiar.

Para esto, el Estado debería implementar, durante los siguientes meses que dure esta pandemia, políticas educativas no solo para las niñas, niños y adolescentes, sino también para sus padres, pues si siempre se ha dicho que «la educación comienza en casa», es hora de hacerlo posible y salir de esta crisis como mejores ciudadanas y ciudadanos.