En «Tres versiones de Judas», el maestro argentino Jorge Luis Borges plantea la tesis de que Judas se inmoló por la humanidad al elegir ser quien traicionaría a Jesús para que este cumpla el plan que Dios tenía diseñado para Él, a costa de «ser huésped del fuego que no se apaga».

Pues bien, mi tesis sobre Richard Swing, —salvando las diferencias hasta de especie— es parecida y no menos asombrosa (pues es más probable que la existencia de alguien tan patético y des-graciado en un solo cuerpo): Swing sabía que el Ministerio de Cultura era un ente cuyo trabajo había sido, por decir lo menos, poco útil e ineficiente por falta de presupuestos, voluntad política, documentos normativos y personas, así que decidió arriesgar su imagen y buen nombre como Richard Cisneros y hasta su libertad, para construir este «idiot savant», este personaje patético cuya reputación parece sacada de un programa de Laura Bozzo y su talento de un sketch de Risas y Salsas, para salvar la cultura en el país.

Sabía que dinamitar la institución requería demostrar la corrupción imperante en el sector y sobre todo, la concepción mediocre de lo que es la cultura para las autoridades y funcionarios, así que se hizo contratar mediante favores políticos y justificó esos trabajos con pseudoméritos como recortes del diario El Chino y un Honoris Causa con menos valor que los de Azángaro. Hasta tuvo que fingir ser cantante para demostrar que no importa el talento cuando se tiene la certeza de la deshonesta estabilidad laboral. Además, dio varias conferencias en las que debió rebajar su inteligencia a la de un analfabeto funcional para probar que se puede prescindir del intelecto al hablar en público pues las personas aplaudirán sin cesar solo por no perder su trabajo.

Así, poco a poco, en su colchón Paraíso tirado en el suelo, iba urdiendo su valiente plan, con la mística de un monje ordenado en algún monasterio budista. Tejía delito a delito, con la paciencia de una madre que hace una manta para un hijo que nunca tendrá. Un día, con suficiente material para traerse abajo a la ministra de turno y capaz hasta la existencia del propio ministerio, filtró él mismo, en un portal de baja estofa (su chivo expiatorio), los documentos incriminatorios para dar inicio a la segunda etapa de su heroico plan: el escarnio público.

Aguantó la befa de la calle y de las redes, incólume. Con una secreta satisfacción asimiló las vergonzosas especulaciones sobre su vida y obra. Fue zarandeado por los congresistas de turno que estúpidamente exigían explicaciones sobre lo obvio. Se convirtió en un festín para los programas políticos y los magazines de la farándula (los cuales no se distinguían unos de otros). Solo aquel preparado física y psíquicamente podría haber tolerado tal nivel de estrés y acoso. Otro hubiese apelado al suicidio. Swing no. Continuó su performance y con su carita de pelota ponchada siguió burlándose ante cámaras propias y ajenas. Luego fue el proceso penal, la culpa y posteriormente la cárcel, donde pronunció al ingresar: «Consummatum est» («Todo está cumplido»). Finalmente «el terror de vivir en lo sucesivo». La celda fue para Richard Cisneros lo que el árbol fue para Judas Iscariote.

Desde entonces, la cultura en el país floreció como antes jamás y el ministerio dejó de contratar ineptos; reinó la meritocracia, se destinaron cientos de millones a las industrias creativas, se erigió un ministro digno en el poder, se desarrollaron políticas nacionales efectivas, se contó con la participación de todo el sector y la institución se convirtió en la más importante del país, por encima incluso de la cartera de Economía.

La efigie de Richard Cisneros debería constar al lado de la de Olaya, Bolognesi y Grau. No es poca cosa haberse internado en las entrañas de la bestia y revelado el «modus operandi» de la gestión cultural en el ministerio, que además puede —y debe— extrapolarse a todas las instituciones del país que viven en perpetua colusión, tráfico de influencias, negociación incompatible, etcétera, pero sobre todo, viven en innegable —ahora lo sabemos de cierto gracias al beato Swing— mediocridad, lo cual precariza la existencia de ciudadanas y ciudadanos muchísimo más que la misma corrupción. Gracias, Richard Cisneros, por tanto Swing cultural, estés en el pabellón que estés.