Desde que atiendo una biblioteca comunitaria con Ana Karina Barandiarán (Biblioteca Miguelina Acosta), que atiende a niñxs me doy cuenta de los inútiles que son los espacios bibliotecarios sin una mirada humana que relacione esos libros con la realidad y con la vida de las personas que están a su alrededor; que un libro sirve muy poco en espacios de baja escolarización en donde se tiene que sortear el analfabetismo, incluso a diez cuadras de Palacio de Gobierno, en donde se concentra el poder; y que si el libro sirve, resulta útil, es tocado, mirado, leído y asimilado es porque algo/alguien medió para que eso suceda.

Mis recuerdos de la biblioteca escolar y municipal son de espacios grandes, casi vacíos, con bibliotecarios adustos que de mal humor te acercaban un libro que no te servía de mucho, y que te quitaban las ganas de pedir otro, y también de volver alguna vez. No quedaba otra que hacerse una biblioteca en casa para evitar a esa gente malhumorada. Estas malas políticas bibliotecarias no solo han alejado a las personas de la lectura, sino que han permitido que otros soportes, como la televisión, terminen sustituyendo al libro físico, y en la actualidad, los celulares.

Todo esto viene a propósito de la verdad absoluta que dijo Castillo hace poco, que él (y mucha gente más) no necesita leer un libro para conocer el hambre del pueblo, que él no necesita el libro lleno de polvo de la biblioteca, porque la biblioteca la tiene en la nariz, la siente, la camina, la vive. Y tiene toda la razón. Hay gente que ha leído y escrito libros y es capaz de votar por una organización criminal con tal de que nada perturbe sus privilegios. Hay gente que ha leído poco y no ha escrito nada, pero tiene más humanidad en su corazón que un Nobel.

Lo que nos hacen leer en el colegio está lejos de reflejar las vivencias de las y los peruanos, nuestro centralismo nos ha hecho creer que las experiencias de hombres blancos de Lima son las del Perú, que las experiencias de niños barranquinos son las de todos los niños, que la escritura de mujeres se concentra en Miraflores. Y ese es un problema de políticas públicas, de educación y de desigualdad que tienen que afrontarse cambiando la lógica racista y clasista con la que se mueve el Perú desde hace más de 200 años. Me gustaría escuchar más sabiduría popular como la de Castillo, que a quienes han tenido la oportunidad de leer cientos de libros y no han comprendido lo que quiso decir.

Foto de portada: El Foco