“Fue un momento de intimidad, de chacota, de risa en el camerín.

No hubo nada de falta de respeto”.

Manuel Contreras, jugador del Sport Boys del Callao

(citado en AméricaTV 2018)

 

Hace unos días, pudimos ser testigos vía redes sociales de una “broma” dirigida a Ricardo Luna (también conocido como Agüita), emblemático utilero de 87 años de edad del Sport Boys del Callao. Los futbolistas Joazinho Arroé y Manuel Contreras, junto a una tercera persona no identificada, fueron quienes cometieron la “inocente” chacota. En la imagen que ha recorrido las diferentes redacciones se observa al anciano en el suelo, casi desnudo, mientras que los más jóvenes se encuentran de pie y riéndose. Aparentemente, uno de ellos lo desvistió a pesar de sus súplicas y lágrimas. Otro de los implicados grabó la escena. Arroé subió la grabación como una historia más de su cuenta de Instagram. Finalmente, terminó por borrar el video. No contempló que la reacción de los observadores virtuales fuera la indignación. Los hinchas no se rieron con él por la burla realizada contra un hombre que lleva laborando más de 60 años en club chalaco.

A diferencia de lo manifestado por el jugador Manuel Contreras, considero que el acto no configura una inofensiva broma que se restringe al camerino deportivo. Más bien se trata, en realidad, de una ofensa solapada que busca afirmar la masculinidad de quienes la ejecutan. Una manera extrema (pero normalizada) para demostrar ser un hombre sobre el que no cabe ningún atisbo de feminidad es por medio de la sujeción que se pueda ejercer contra personas que no cuentan con el capital simbólico ni con las fuerzas para defenderse. Agüita es una de las tantas víctimas de esta puesta en escena sin fin en una sociedad patriarcal y autoritaria como la nuestra; pues emerge constantemente sin importar las vejaciones que ocasiona ni los cuerpos que resulten lastimados. Llegar a ser el más vivo, el más pendejo, el hombre que todo puede y nada teme es una forma de masculinidad valorada entre nosotros. Constituye, además, una identidad que tiene que probarse constantemente a través de alardes, desafíos y otras demostraciones de poder (y de abuso).

La chacota es una de sus manifestaciones más aceptadas y celebradas. Se da, por ejemplo, dentro del aula cuando un grupo de niños agarra de punto a un compañero. Lo mejor es que hayan testigos de la burla: así todos ven y corroboran quiénes son los bacancitos del salón. Por eso mismo, Arroé colgó el video en su Instagram: porque creyó que nos íbamos a reír con él. Afortunadamente, ocurrió todo lo contrario. Este cambio se debe, entre otras cosas, a las luchas libradas en los últimos años por parte de movimientos que denuncian tropelías que antes pasaban como desapercibidas. La rápida circulación de imágenes e información en redes sociales también es un factor a considerar. Sin embargo, falta mucho aún para que actos como el descrito no se repitan y para que la masculinidad no se sostenga en la viveza. Discutir, visibilizar, disponer y educar son pasos esenciales para derruir una forma de construcción identitaria que tanto daño ocasiona cuando es desplegada. Que las inofensivas sonrisas o miradas de complicidad no nos confundan ni nos impidan conseguirlo.