Muchos creen que las feministas que promovemos y aspiramos a la legalización del aborto cortamos penes mientras caminamos por las calles, matamos bebitos, odiamos a los infantes y que ninguna de nosotras valora la maternidad, ¡ah!, y que abortamos de vez en cuando, por lo menos tres veces al año y, en general, que somos mujeres que sembramos un profundo desprecio por la vida en general, siendo la bruja de Hanzel y Gretel una ternura a nuestro lado. Situación que no es una exageración y es ajena a la realidad, pues de lo que se trata de ver en nosotras es que hemos desarrollado un gran y profundo amor hacia nosotras mismas, que nos ha permitido asignarnos el sentido de real valoración por hacer de nuestras vidas espacios en donde reine nuestra voluntad y libre decisión. Todos los prejuicios desarrollados e incentivados para descalificarnos son, en reiterados casos, hasta risibles, porque no se centran en lo más esencial de nuestra lucha que es nuestro amplio deseo por vivir con autonomía.

Lo que ocurre en estos momentos en Argentina es histórico, la movilización feminista que ha remecido Latinoamérica y el mundo por la lucha para legalizar el aborto es arrasadora, conmovedora, potente, emotiva, gigante, maravillosa y muchos otros adjetivos más que nos asocien a evocar esas emociones intensas de alegría de saber que las mujeres organizadas mediante el poder popular, pueden cambiar las realidades de sus sociedades y así posicionarse tal y como lo merecen, como seres humanos con derechos y libertades.

Hablar del aborto es controvertido y tal vez es el freno para muchas mujeres que comienzan a tentarse por su incorporación a la lucha feminista, pues consideran que se trata de un asesinato sin ver siquiera el contexto de la realidad social y que de por medio involucra la propia vida de la mujer. En ese sentido, considero que el punto central está en entender, en principio, que el aborto es el terrible resultado de una total desatención del Estado por las mujeres, es la consecuencia del conservadurismo que no permite que las personas reciban educación sexual, es el efecto que produce una sociedad cucufata que no quiere hablar de sexualidad e incluir políticas de salud para proteger los derechos sexuales y reproductivos. Mientras las personas, rasgándose las vestiduras, “debaten” sobre la viabilidad del aborto, sobre si debe o no practicarse, miles de mujeres lo están haciendo, en la clandestinidad, con miedo, en condiciones insalubres y exponiéndose a la muerte.

La maternidad, al menos como la concibo, es un hecho maravilloso y bello siempre que atienda a una total voluntad de la gestante, voluntad que bien pudo desarrollarse de manera previa o al momento de tomar conocimiento de la concepción, pero que bajo ningún motivo sea impuesta y contraria a la voluntad, pues ello reduce nuestro valor y esencia de seres humanos a simples incubadoras, siendo nuestro valor un conjunto de aspectos que van más allá de nuestra capacidad reproductiva.

La maternidad debe ampararse en el poder de decisión que se funda en uno de los derechos más sublimes e inherentes al ser humano como lo es la libertad, caso contrario, por más que la “maquillen” no podrá ser bonita ni mucho menos. En ese contexto, las mujeres no están obligadas a ser madres, ni está en nuestra naturaleza serlo, no hemos nacido para ser madres, hemos nacido para ser libres y cimentar el desarrollo social de la humanidad y, en caso lo deseemos, además, seremos madres.

Sin embargo, la realidad no es como la aspiramos, las mujeres no somos, lamentablemente, sujetas de derecho como nos lo merecemos por el simple hecho de existir, somos limitadas de distintas formas y reducidas a algunos aspectos, como nuestra biología que nos permite gestar; y en un profundo espíritu egoísta se nos obliga a parir aunque no lo deseemos, aún cuando seamos niñas y nuestros cuerpos no se hayan desarrollado para tal efecto o aún cuando la fecundación se haya dado como resultado de un indigno y nauseabundo acto de violación sexual.

Se habla del embarazo como un asunto exclusivo de las mujeres, como si nosotras nos reprodujéramos de manera asexual y no haya un eyaculador de por medio, aunque, en efecto, pensándolo bien, en la realidad ha sido y es un aspecto que, en su mayoría, involucra únicamente a las mujeres, quienes lo asumen solas, caso contrario no tendríamos el elevado número de madres solteras, procesos judiciales para el reconocimiento de menores y para la asignación de una pensión de alimentos que se registran día a día en nuestro país, siendo algunos aspectos asociados a paternidades nefastas que nadie comenta porque se ha naturalizado el incumplimiento del deber. Pero porque incluso la sociedad es tan machista, que, aunque una mujer decida no abortar y ser madre y asumir la crianza de manera autónoma, de igual modo la sancionarán socialmente por “pendeja”, por “abrir las piernas” y ser irresponsable en tener sexo “así no más” y “entregar su virginidad” fuera del matrimonio.

La oposición a todo este tema no radica tanto en la presunta defensa a la vida de la “criatura”, la cual una vez nacida les importa una nada, sino en defender lo “correcto”, el status quo, y por ello criminalizan a la mujer cuando actúa acorde a su voluntad, pero el problema es cuando lo hace en la clandestinidad, ya que la clandestinidad mata.

Quienes se oponen a la legalización del aborto tienen un discurso supuestamente “provida” que en ningún momento prioriza la propia vida de la mujer, y además asumen a la vida como el solo el hecho de respirar y no que deba ser llevada de manera vinculada a la dignidad, la cual se esfuma ante una maternidad impuesta. Aquellos que, en esa conducta “ética acorde a los mandatos de Dios”, se oponen al aborto, pero promueven la discriminación, centran su argumento en la viabilidad o no del aborto, como si ese fuera el meollo del asunto.

La realidad, nos guste o no, es que las mujeres abortan en la clandestinidad y cuando no tienen acceso a una intervención que sea realizada en las condiciones médicas adecuadas y necesarias se mueren. La legalización del aborto va de la mano de una política integral de educación y prevención, y que no obliga a las mujeres a abortar, sino que permitiría cautelar la vida de quienes lo deseen hacer.

Nadie, lean bien, nadie pretende cambiarles la forma de pensar a quienes están en contra del aborto, ya sea por convicciones religiosas o morales, ya que tienen todo el derecho de tener una posición y de no considerar el aborto como una práctica que tomarían en cuenta dentro de sus vidas, pero tienen que tener en claro que las creencias personales son justamente aquellas que incorporarnos dentro de la esfera de nuestra vida personal más no en aquellas políticas públicas de un Estado que tiene el deber de garantizar el ejercicio de los derechos de todos y todas sin discriminación alguna.

El aborto ocurre y ninguno de los “provida” tiene acciones de real impacto para evitar su realización, la cual es parte de la cotidianeidad, pues solo aparecen en la escena cuando se pone en la agenda pública su legalización, con lo cual se evidencia que el interés es otro, el de no permitirles a las mujeres ser sujetas de derecho y que puedan decidir libremente sobre sus propios cuerpos.

Argentina nos está dando una clase maestra de cómo realizar transformaciones sociales que son necesarias para seguir creciendo en humanidad. La cantidad de mujeres en el Parlamento y el nivel de sus argumentos de debate nos muestra la importancia de la paridad en la acción política para que el ejercicio del poder permita la implementación de acciones que nos involucren más a las mujeres, pero, además, el nivel de acción política a nivel de ciudadanía nos demuestra por qué son una sociedad mucho más desarrollada que la nuestra.

No tengamos miedo a creer en la legalización del aborto, en entenderlo como un mecanismo de salud pública en defensa de la vida de las mujeres, ni tampoco sintamos que la difusión de nuestra postura a favor del mismo pueda desprestigiarnos ante la mirada fiscalizadora y juiciosa de la gente “correcta”. Seamos libres de creer en lo que queremos creer, incluso no tengamos miedo a expresar nuestro conservadurismo y nuestra fe que sustente una posición contraria, puesto que se trata de ser libres en nuestro actuar, y como precisamente de eso se trata, es fundamental entender que ser libres en nuestro actuar será únicamente posible cuando existan políticas públicas exentas de aspectos fundamentalistas que están asociados a creencias religiosas.

Por tal motivo, una medida que no limita libertades es la legalización del aborto, puesto que no obliga a las mujeres a abortar, sino que permite ejercer la maternidad de manera libre y voluntaria, caso contrario a lo que ocurre con la penalización del aborto que obliga a mujeres a someter su libertad y ser madres de manera forzosa o las promueve a incurrir en actos ilícitos que ponen en riesgo sus propias vidas.

La legalización del aborto es un tema de salud pública y no de principios éticos y religiosos, es una manera de enfrentar una problemática social desencadenada por la indiferencia del Estado hacia las mujeres. No podemos sentirnos libres si no podemos decidir sobre nuestros cuerpos. Pero tampoco podemos sentirnos libres si otras mujeres no lo son, tengamos mayor empatía y no juzguemos las decisiones de las demás, pues si bien existimos muchas que tenemos cierto acceso a información en materia de educación sexual y podemos costear métodos anticonceptivos que más nos convengan y hablar incluso de sexualidad sin ser sometidas a actos de violencia por ello gracias a nuestro empoderamiento, existen miles de mujeres que no gozan de esas libertades, que no saben que es el disfrute de su derecho a la educación y mucho menos educación sexual. Existen muchas mujeres menores de edad que inician su sexualidad sin saberlo si quiera, muchas de ellas siendo víctimas de violaciones sexuales que incluso pueden ser incestuosas por miembros de su propio hogar. Pero también miremos la realidad social peruana en materia de inclusión en la cual existen mujeres que en condiciones de sub empleo acceden con mucho esfuerzo a cubrir apenas sus necesidades más básicas, que se encuentran sin cobertura de seguro de salud alguno y por ello sin poder acceder por sus propios medios a los métodos anticonceptivos más idóneos.

Siendo que, todo lo anteriormente mencionado debe ser percibido de manera conjunta con los muchos otros factores asociados al machismo imperante en nuestra sociedad, que se manifiesta desde la negación a las responsabilidades de la paternidad, al enterarse de la concepción, como hasta la negativa de utilización de preservativos que gratuitamente se reparten en el Ministerio de Salud, porque simplemente no les gusta, dando como resultado que las mujeres sean las únicas que cargan con la responsabilidad de la procreación.

Argentina ha demostrado, y está demostrando, un potente desarrollo humano, que esperemos el Perú pueda alcanzar en un tiempo no muy lejano. Las mujeres necesitamos ser reconocidas de manera plena como seres humanos, con libertad plena para elegir si queremos o no ser madres. Nunca más una mujer debe ser obligada a gestar en contra de su voluntad, pues la maternidad será deseada o no será.