Junio, mes del orgullo, ¿mes de celebración o mes de reflexión política? Creo que ello último depende del contexto. Pues definitivamente si hablamos del EuroPride, quizás las compañeras/os allá tengan más motivos para celebrar, además que coincide con su verano, que en realidad es una bendición luego de tantos meses de frío. Sin embargo, si hablamos de aquicito no más, pues me genera reparos para la celebración, iré a la marcha este año, claro, para recordar esos años en que la marcha me era significativa, cuando tenía el sentido de libertad y posibilidades, de cambios políticos y sociales. Pero iré con una sensación más aparte del recuerdo, con la sensación de vacío, pues igual siento que no he logrado ni hemos logrado nada de lo que alguna vez por los finales de los 90 diversos colegas activistas teníamos como metas y sueños.

¿Por qué traje como título de esta nota lo que una hermana activista colocó en su muro de Facebook? Pues porque coincido totalmente con ello: “La revolución será bagre o no será”. Y digo ello partiendo de la explicación de un hecho que me parece latente y que refleja la realidad del ‘movimiento’ –en caso exista este- LTGB en el Perú.

La comunidad LTGB enfrenta dos situaciones críticas que han generado su fragmentación y debilidad. La primera es que luego de más de 30 años de activismo, esta no cuenta con ningún marco normativo de protección con rango de ley o que esté mencionado en la Constitución, que asegure la protección de las personas LTGB frente a la discriminación, violencia, homofobia y crímenes de odio, o algún marco normativo que reconozca la orientación sexual, la identidad de género, la unión civil o el matrimonio entre personas del mismo sexo.

Frente a esta situación, podría decir que existe una homofobia institucionalizada en el Estado y desplegada por las instituciones del gobierno, en donde opera una política pública por omisión [1], es decir, la inexistencia y negación del ejercicio real ciudadano de las existencias LTGB.

La segunda situación –y que me resulta un hecho preocupante- es un proceso que viene ocurriendo estos últimos años, y que trae como consecuencia que diversas historias y experiencias queden olvidadas, desconocidas o, lo que es peor, silenciadas e invisibilizadas.

Este proceso está motivado por una corriente actual poderosa de ‘normativización o domesticación’ –y por tanto de despolitización- del movimiento social, de las demandas ciudadanas y de las agendas políticas LTGB. Busca colocar y/o mantener en las sombras esas ‘otras realidades’ que intentan encontrar un espacio desde el margen: las/los afro, las/los indígenas, las/los mestizos o las/los cholas/os, las/los travestis, las/los escandolosas(os), las/los que viven con VIH y otros miembros históricamente marginalizados y que poseen una existencia de por sí más irreverente, transgresora, ‘bagre’, y que nunca será políticamente correcta frente a la ojos de la sociedad, el Estado o la élite de poder identitaria LTGB.

Esta corriente intenta normalizar y atomizar el movimiento creando, formando, alentando y promoviendo identidades racializadas y clasistas, es decir, sujetos homonormativos de piel blanca, estatus socioeconómico medio-alto, y signos externos de aceptación social, conocido como proceso de ‘blanqueamiento’. Me refiero a identidades materializadas principalmente bajo cuerpos de hombres gay blancos, educados, con poder económico, poder político y mediático, y que buscar posicionarse –con apoyo de ciertas organizaciones sin fines de lucro- y liderar la dirección política de las agendas, pero subalternizando otras demandas como la de mujeres travestis o de otros hombres gay que quedan fuera de esos patrones excluyentes.

Ello lo vemos en figuras como congresistas, personajes del espectáculo, líderes de opinión, empresarios, entre otros, que intentan posicionar este tipo de sujeto ‘empoderado’ y con facultades inmediatas para dirigir el movimiento. Sin embargo, ello impone estándares raciales y de clase que deben ser criticados y desmantelados.

En ese sentido recuerdo las consignas de este movimiento, ‘el gay bien comportado’, ‘el gay exitoso’, ‘la trans NO trabajadora sexual’, ‘la trans que se comporta como señora o señorita’, ‘la lesbiana femenina y exitosa también’. Hace años incluso fui testigo de la existencia de ciertos talleres para travestis donde a modo de checklist se indicaba quién se podía llamar ‘trans’ y quién no: si tienes tetas, si vives las 24 horas con nombre y ropa de mujer, entre otros etcéteras. Totalmente terrible, pero que ha tenido como consecuencia una perversa homogeneización del movimiento travesti en el país, completamente innecesaria cuando las identidades y prácticas no son definidas. Además, recordando que la mayoría de chicas en este medio se autodenominan travestis, y no ‘trans’, término que más bien empezó a aplicarse en el país a partir de intervenciones o proyectos de salud con financiamiento extranjero.

También recuerdo el proceso de homogenización de la política, llevada a cabo por una supuesta ‘escuela’ que de comunitaria no tenía nada, y que más bien escuchaba consignas como “los heterosexuales no son comida, son amigos”. ¿Esa era la gran batalla? Normativizar a todos bajo el disciplinamiento de la sexualidad marica.

Por todo lo mencionado, considero que el reclamo de una “revolución bagre” cobra mayor sentido, pues la revolución, sino libera las identidades, las sexualidades y sino reconoce a estas como parte de la política, pues está condenada a seguir un patrón colonizador –por lo occidental, por la agenda de la ONG, por el financiamiento externo, etc.- que terminará por reducir nuestras existencias a solo datos que enviar en sus formatos de reporte financieros y programáticos.

Debemos recuperar el sentido del mes del Orgullo, y no solo mencionar ‘quienes no participan de la organización no tienen derecho de opinar’. A esto hemos llegado después de tantos años de trabajo combativo, a limitar la crítica, a cercar el diálogo como un nicho de poder, a privatizar las acciones comunitarias y políticas. ¿Es eso lo que aprendieron en la escuela de enmodelamiento? ¿Es esa la política de merecemos quienes una vez estuvimos, quienes aún están y quienes estarán en las diferentes acciones que conciernen al movimiento? Por ello digo, es preocupante, pues intentamos crear sentido comunitario bajo preceptos individualistas, y ello está destinado al fracaso.

Termino esperando se recupere el sentido de la marcha, como lo entendió o, mejor dicho, como se inició en el 69 por la activista Marsha P. Johnson, travesti, negra, trabajadora sexual, queer, drag. No fue un movimiento de gay blancos, esa no fue la historia, y aquí lo fue igual en las primeras marchas. Recuperemos ese sentido de la marcha y del activismo, visibilicemos las diferentes realidades y apostemos por una lucha frontal contra el ‘enmodelamiento’ pernicioso, racializado y clasista, quienes de su posicionamiento no nos darán los derechos de forma gratuita. “Lo bagre es político”.

Nos vemos en la marcha del Orgullo 2018.

Notas

* La frase del título fue tomada del muro del facebbok (10 de junio del 2018) de mi hermana de lucha Carlos Jaramillo Huamán, más conocida como camarada “Aranzazú”, activista marica y revolucionaria sexual.

[1] Béjar, H. (2011) Política social, justicia social. Lima, Achebé Ediciones. La política pública por omisión (Béjar, 2011: 36) se traduce en un comportamiento sistemático de negación de toda propuesta normativa enfocada en la población LTGB, o de inacción absoluta. Es decir, manifiesta la exclusión deliberada por parte del Estado. Este comportamiento incluye además la inacción sistemática para crear datos oficial que manifiesten la existencia de la población LTGB.