Luego de que Pedro Pablo Kuczynski renunciara a la presidencia y que asumiera Martín Vizcarra, curiosamente las aguas de nuestra siempre tormentosa política doméstica volvieron milagrosamente a su cauce. En efecto, las emociones parecen haberse calmado y la virulenta oposición dejó la hostilidad por palmaditas en el hombro y promesas de apoyo. Una atmósfera de armonía similar a “la paz sea contigo” de las misas parece extenderse sobre congresistas de derecha a izquierda (salvo excepciones). Un entendimiento que ha llevado a la aprobación sin mayores demoras de la moratoria de dos años a la creación de universidades y el retorno a comisiones del reglamento a la Ley de Alimentación Saludable. Algo impensado solo pocas semanas antes.

Este intercambio de gestos políticos, no solo viene desde el Congreso. A pocos ha llamado la atención que se escogiera a Liliana La Rosa, militante del Frente Amplio, como ministra de Desarrollo e Inclusión Social o a Salvador Heresi como ministro de Justicia. Incluso la promulgación de la Ley de Fortalecimiento de la Contraloría que excluye al Congreso de ser fiscalizado, parece insertarse en este escenario de convivencia pacífica, que ya empieza a oler a una suerte de mini-Conferencia de Postdam. 

Ciertamente, el actual escenario de calma recuerda el generado luego de que los aliados y la Unión Soviética negociaran la repartija del mundo una vez conocida que la Alemania Nazi iba a sucumbir pronto al avance de sus fuerzas armadas. Una calma chicha que se vio rota pronto y quedó plasmada en la construcción del Muro que dividió simbólicamente el globo en dos bloques y que dio nacimiento a la Guerra Fría. Los intereses y las agendas en juego de todas las partes no habían cambiado y rápidamente prevalecieron sobre los aires de armonía que respiraban los sobrevivientes. Todo lo cual nos lleva a preguntarnos ¿hasta cuándo durará nuestra calma chicha?  

Porque no hay que ser adivinos para prever que este escenario tiene fecha de caducidad. Y que lo que se interpreta como una convivencia pacífica sería en realidad negociaciones tan escondidas como endebles, un quid pro quo bajo la mesa donde se estarían poniendo en la balanza cabezas, puestos y hasta políticas públicas. De igual manera, no hace falta ser agorero para concluir que la vigencia de esta tregua dependerá de qué tanto estén dispuestos a ceder aquellos sectores que en defensa de sus intereses han mantenido en vilo al país durante toda la presidencia de Kuczynski. Así como la capacidad de Vizcarra de capear el vendaval o tener contentos a todos: a perro, pericote y gato.

Por lo pronto, se observa que la reconstitución del poder de Fuerza Popular, en proceso con la venia del Frente Amplio, más la actitud pasmada de Nuevo Perú, no auguran equilibrio en lo que se viene. Más bien, parece que los intereses y las agendas de las partes prevalecerán también sobre los aires de armonía de los sobrevivientes. Sin mayores novedades.