Las crisis políticas permiten retratar a los actores políticos casi a la perfección. La crudeza y brutalidad de los hechos políticos claves permiten desnudar y definir claramente las posiciones. La inocencia de Lula, es algo tan claro, que incluso The New York Times, diario difícilmente izquierdista, ha señalado que “La evidencia contra el Sr. da Silva está muy por debajo de los estándares que se tomarían en serio, por ejemplo, en el sistema judicial de los Estados Unidos”. Sin duda, la condena a Lula y su apresurado ingreso a prisión responden al miedo que le tienen. Va primero en las encuestas, rozando el 40% y venciendo a todos los rivales en segunda vuelta.

El primero en desarrollar el concepto de luchas de clases fue Maquiavelo, quien señala que en la República romana convivían dos espíritus: el de los grandes y el del pueblo, y que todas las leyes que se hacen en pro de la libertad nacen de la desunión de ambos, es decir, una primigenia versión de la lucha de clases como motor de la historia. Si bien los gobiernos de Lula no cambiaron las estructuras económicas y de poder de Brasil, permitieron el ingreso de millones de brasileños al sistema económico, sacándolos así de la pobreza que parecía perenne. No tocó a los empresarios, ni los medios de comunicación, ni la judicatura, es más, gobernó con el beneplácito de ellos. Uno podría pensar que, si realmente no tocó las estructuras claves del poder económico, no habría razones para tal venganza y miedo.

El detalle está en que Lula demostró que un brasileño pobre del noreste no tenía que seguir el camino marcado para él. Junto a su madre y siete hermanos huyó de la pobreza hacia Sao Paulo. Primero fue obrero y decidió luchar y organizar a los obreros. Pensó que deberían tener un partido y fundó el Partido de los Trabajadores. Luego se atrevió a pensar que podía ser presidente, perdió tres veces y ganó a la cuarta. Lula se rebela contra su propio destino y en el camino organiza a todo un pueblo en torno a una idea, al progreso, al mito, en torno a Lula.

Y es precisamente eso lo que las clases dominantes brasileñas no le perdonan.  No aceptan que los pobres quieran más, no aceptan que se organicen para exigir cosas, no aceptan que se unan para hacerse más fuertes y claro, les aterra que puedan ser presidentes. La venganza y odio contra Lula es la necesidad de los ricos de mantener la hegemonía cultural que sustenta su dominación. Quieren que quede claro que el único camino que un pobre tiene es resignarse a su destino y servirles. Sin embargo, cuando un ser humano prueba la libertad, ya es incapaz de no ansiarla.