Vivimos tiempos duros en el Perú, amig@s y familiares nuestr@s siguen muriendo antes de poder llegar a los hospitales o se van en total soledad, y los deudos ni siquiera pueden abrazarse entre ell@s para consolarse por la pérdida. Por otro lado, hace dos semanas, el afroestadounidense George Floyd fue asesinado por varios policías frente a las cámaras y desde entonces las protestas incendiaron EE.UU. y se extendieron por muchos países del mundo a pesar de la pandemia.
Entre nosotr@s también hubo indignación y se abrió un debate sobre el racismo y sobre la formas “adecuadas” de protestar que puso de manifiesto el doble rasero con el que en las sociedades machistas miden las cosas, ya que se justificaba el estallido violento de los primeros días en EE.UU. ante la inacción de las autoridades judiciales estadounidenses, mientras que cuando las mujeres protestamos pintando monumentos o haciendo tetazos, o simplemente marchando y gritando por la pasividad de las autoridades ante violaciones y feminicidios, somos criticadas duramente, como si un hartazgo fuera justificable y el otro (el de las mujeres) no. Además, quedó en evidencia que much@s indignad@s por el asesinato de Floyd tienen prácticas racistas en contra de nuestras poblaciones indígenas y afroperuanas.
Pero además, las redes sociales han sido el triste escenario de las más bajas expresiones de misoginia y machismo en los casos del acoso de una mujer por parte de un hombre que tenía sus datos personales debido a su trabajo, en el caso de unos videos íntimos de una joven que han sido publicados sin su consentimiento, y finalmente en el caso de un profesor de ballet clásico, que fue objeto de insultos homofóbicos mientras enseñaba en línea.
Y en los chats de mujeres (que hay muchos) se multiplicaban los testimonios de acoso por parte de trabajadores que tienen acceso a datos personales que fueron solicitados por diferentes empresas a las usuarias para dar un servicio o para entregar un bien. ¡Y todo en medio de la emergencia sanitaria!
Hay tantas manifestaciones destructivas y violentas en sociedades “cristianas” perpetradas por “cristian@s”. ¿Cómo se explica eso? El colmo de la blasfemia, sí, blasfemia, fue que el presidente estadounidense gaseara a manifestantes pacíficos para poder ir a tomarse una foto con la Biblia en la mano delante de una iglesia.
La obispa de esa diócesis protestó inmediatamente por la utilización de un espacio sagrado para fines políticos, pero por acá no he leído las condenas de los líderes cristianos criollos de las iglesias mayoritarias, de esos que organizan marchas contra los derechos de personas que no tienen su misma fe, ante esta pésima utilización de un libro considerado la palabra de Dios por ellos. No he sabido de nadie que condene a ese presidente por usar símbolos religiosos para respaldar su desprecio por las vidas de millones de personas. Y tampoco supe que los pastores que acostumbran a “orar” por ese individuo y que lo declaran “enviado de Dios” lo hayan censurado, todo lo contrario.
Y en nuestro país también se extrañan los comunicados tomando posición frente a graves problemas que afectan al pueblo. ¿por qué?, ¿por qué las instituciones religiosas oficiales callan ante casi todo? Solo despiertan cuando se trata de la sexualidad de la gente o del control sobre el cuerpo de las mujeres y allí hasta marchas organizan.
Las personas que creemos en la Divinidad en la que Jesús creía, no podemos permanecer indiferentes ante sistemas sociopolíticos que están basados en la ley del más fuerte y que son ocasión de desigualdad, sufrimientos y muerte. Esta pandemia ha desnudado todas las taras de nuestra sociedad, tanto en lo social como en lo económico y, sobre todo, en el nivel de ciudadanía y de convivencia.
No se trata de “orar para que Dios resuelva los problemas” , no se trata de “clamar para que la sangre de Cristo cubra a sus elegidos”. Dios no hará por nosotr@s lo que nosotr@s podemos hacer. Para eso tenemos las manos, la inteligencia y la voluntad. Orar es crear un vínculo especial entre l@s que oran y la Divinidad y está muy bien, igualmente dar de comer a l@s hambrient@s, vestir a l@s desnud@s, visitar a l@s enferm@s y a l@s pres@s; pero si no miramos más atrás, si no analizamos por qué hay millones de personas que mueren de hambre o viven en desnutrición y otras que viven e medio de lujos, si no nos preguntamos por qué hay una violencia desproporcionada contra niñas, mujeres y personas de la diversidad sexual, si no reconocemos que estamos inmers@s en un sistema económico que se basa en el egoísmo y en la búsqueda de la ganancia, no estamos haciendo la voluntad de Dios, que se quiere que todos los seres sin distinción sean libre y felices.
No basta con “hacer el bien de manera individual”, si tenemos acceso a información debemos entender que la pobreza, la exclusión, el acoso sexual, los feminicidios, el racismo, el clasismo, la violencia policial, la corrupción, el extractivismo y una serie de males que asolan nuestro país y muchos países, no son producto de la “mala suerte” ni de “porque las mujeres nos ponemos como en un escaparate” ni porque “la gente es floja”, sino que son las manifestaciones de un patriarcado capitalista neoliberal con muchas prácticas mercantilistas que hace a un pequeño grupo de personas cada vez más obscenamente ricas y a la mayoría las condena a la pobreza con servicios de salud y educación de pésima calidad.
La personas creyentes tenemos una responsabilidad frente a nosotras mismas, frente a nuestro entorno y frente al mundo para cuestionar y denunciar. No somos ovejas que obedecemos ciegamente, estamos llamad@s a ser la luz y la sal del mundo y eso no se hace escondiéndonos en nuestras denominaciones o detrás de seudolíderes que solo buscan figuración, puestos políticos o dinero.
La Ruah o Espíritu Santa nos dé el valor y amor necesario para ayudar a parir una nueva humanidad, esa de la que Jesús nos habló y que con sus actos nos enseñó.