Días como estos me hacen acordar a mis épocas escolares. Especialmente a la última clase del día, esa que era antes de que sonara el timbre del final. Mi colegio acababa a las 3 pm y desde las 2:45 mi pierna comenzaba a moverse rápidamente bajo la carpeta. Golpeaba el piso con mi zapato sin darme cuenta. Quería que esos 15 minutos volaran. Veía las manecillas del reloj. Pasaban tan lento como si a propósito se demoraran para causarme angustia. Tenía que salir de esa clase, ese salón. Se me hacía chiquito el espacio, se me cortaba la respiración, me daba ganas de sudar frío, llorar. Miraba el reloj: 2:46 pm. ¿Tanto sentir en un minuto?

Tiempo después, ya luego de graduarme, llegaría a enterarme que tengo ansiedad. No es sorpresa, casi 8% de peruanos sufren de ansiedad (El Comercio, 2018). En la universidad descubriría que muchos compañeros, periodistas, colegas y profesores también pasaban por las mismas sensaciones desagradables que yo.

Opté por siempre tener algo que hacer. Ya sea estudiar, trabajar, ver una película, hacer box, lo que sea. Hasta escuchar música. Si la ansiedad se ponía muy intensa: ducha con agua helada. Ya tenía mis métodos. Sin embargo, paraba constantemente fuera de casa y cuando estaba dentro era por decisión propia. Me gusta mi burbuja de mi espacio: mi mesa, mi computadora, mis gatos. Es mi lugar de creación.

El 15 de marzo, que Martín Vizcarra decretó cuarentena a nivel nacional, no me alarmé. Pensé: “Dos semanas en casa y con mi madre. Todo bien”. De hecho fue así. Tenía un ritmo, me levantaba a determinada hora y tenía actividades dentro de casa. No sentía el hormigueo en mis piernas o la sensación inminente de llorar por “nada” (aunque ese nada es, en realidad, todo).

Es recién esta semana que me ha estado costando levantarme, tender mi cama, me cuesta bañarme, intento escuchar música y me altera. Lo siento dentro de mi pecho: la angustia. La ansiedad de lo incierto, de estas semanas más de cuarentena que no sabremos si son las últimas. Es el estar en casa y que tu cerebro juegue contigo y tú no darte cuenta o peor, darte cuenta y no saber cómo darle off al botón ansioso que te hace mover las piernas aún mientras duermes.

Vivo una crisis de ansiedad durante esta cuarentena, sé que no soy la única y también sé que es importante mantener la salud física como la mental.

Háblalo. Eso es lo primero. En realidad lo primero es aceptarlo. Luego lo hablas. Lo discutes. Si quieres lloras, yo busqué a mi psicóloga. Me gusta escribir, así decido plasmar mi movimiento a los dedos que pasan por el teclado. Al menos escribo. Hace mucho no escribía.

La verdad es que hay días y días, como hoy, que son inciertos. También van a haber días como mañana que seguro serán mejores porque ya me lo propuse. En fin, el ser parte de ese 8% me da calma. Estar con mis mascotas me da calma. Estar con mi mamá me da calma. Hasta no tener hambre, pero tener la suerte de tener comida, me da calma.

Nunca me gustaron los relojes con manecillas y los segunderos. Ves qué rápido pasa tu vida o qué lento. Prefiero el reloj electrónico. Seré millenial (lo soy). No quiero más que el tiempo determine mi sentir, al menos quiero yo ser dueña de algo mío.