Nunca me pareció —no creo ser el único— que votar sea “la” prueba de que vivimos en democracia o en total independencia. Si todos los sectores no colaboran, esas ideas pierden fuerza.

Se nos ha culpado de ser quienes colocamos a las autoridades que han estado, están y estarán allí en el Congreso, en el Palacio de Gobierno o en las distintas alcaldías. Luego dirán que al final ellos son reflejo de lo que somos como sociedad. Que estamos muy bien representados.

Cuando la meta de dar un voto responsable e informado no se afronta desde la educación y con interés social —como mínimo—, esa meta se vuelve un mal sueño. Entonces, durante la mal llamada fiesta democrática, estaremos dando vueltas sin fin; con redes sociales o no, el resultado parece que será el mismo como lo ha sido a lo largo de nuestra corta historia republicana.

Al referirme a tener educación no lo hago pensando en legiones caminando por las calles mostrándose unos a otros sus títulos o logros. Miremos, por ejemplo, la reciente selección de miembros de la Junta Nacional de Justicia (JNJ) hecha por un pequeño grupo de personajes ‘destacados’ que conforman la llamada Comisión Especial.

La educación en todos sus niveles permitirá cuestionar —proporcionalmente— ese tipo de decisiones tan importantes. Pero el interés social —por el desarrollo en conjunto— también cumple un rol muy importante. ¿A qué interés obedece la selección de los miembros (cuestionadísimos) de la JNJ?

El último domingo, la flamante presidenta del Tribunal Constitucional, Marianella Ledesma, denunció que la oficina de comunicaciones de la Comisión publicaría cómo fue el proceso y los fundamentos para la elección de los miembros a solo unas horas antes de que juramente la nueva JNJ. O sea, cuando todo ya estuviera consumado. ¿Cómo acceder a información oportuna?

Seguramente se levantarán algunas voces: “no hay salida”, “todos son iguales”, y otros argumentos. Sabemos que eso no es así y que el propósito de ese bloque parlante es ablandar su categoría, su condición de corrupto. Con ello, solo nos quedaría ir corriendo a pedirle consejo a los que ‘sí saben’: a los conocidos. A los de siempre. ¿Para qué arriesgarse?

Ahora bien, ¿cuánto sabemos de los candidatos al Congreso? Las empresas de comunicaciones, algunas con más capital que otras, intentan —lograron— que el panorama electoral no cambie en casi nada. Una prueba podría ser que tenemos a los mismos periodistas entrevistando a las figuras de la fauna política.

Una fórmula muy conocida por estos días es mostrarnos extensos reportajes, historias de sacrificio y de humanidad, de candidatos que van acorde a los intereses económicos que la empresa busca. Ya sabe, los mismos de siempre. No importa su pasado —prontuariado— reciente.

Con todas esas ‘facilidades’, todavía hay políticos que se disparan a los pies. Y el medio de comunicación, cuando se trata de mencionar a los candidatos ‘pequeños’, solo los mencionan para “cumplir” con la cuota. Tienen que hacerlo, recuerden que “estamos en democracia”.

En este tiempo de carreras electorales es cuando cierto pequeño y privilegiado sector se atreve a usar todo su poder para conservar el modelo; ese que les hizo llegar a donde están ahora.