El 17 de mayo de 1990, en una decisión histórica y no fácil de tomar por la presión política conservadora, la Organización Mundial de la Salud decidió retirar a la homosexualidad del listado de enfermedades mentales. Antes de que la OMS tomara esa decisión, los diagnósticos de psicólogos y psiquiatras podían seguir tomando a la homosexualidad como un problema y cualquiera que presentara esta condición sería derivado a una serie de terapias de reconversión para que fuera heterosexual.
La decisión de la OMS logró vencer un prejuicio que había sido difundido y perpetuado por las ciencias médicas en acuerdo con la religión católica y otras a través de muchos siglos, que buscaban permanentemente colocar a las y los homosexuales en un lugar de subordinación, equívoco y transgresión de las normas morales, y desde ahí lograr que se les persiguiera, detuviera, encarcelara, torturara, condenara a la cárcel y asesinara.
La violencia contra las personas homosexuales era brutal en países occidentales que se preciaban de sus democracias, siendo estas democracias para todos, menos para los LGTBI. Es a partir de los 70 en Estados Unidos y Europa, y los 80 en América Latina, que el movimiento LGTBI comienza a articularse para ir desafiando a la moral religiosa que se imponía incluso sobre la ciencia para definir la normalidad y salud de las personas.
Las valientes iniciativas de los primeros colectivos LGTBI, que se visibilizaron para dejar de permanecer en la oscuridad y alzarse orgullosos a defender lo que son, ha permitido que años después se celebren y conmemoren una serie de fechas que reivindican las vidas homosexuales y transexuales, generando mayores espacios de protección y garantía de derechos.
En el Perú, la lucha continúa aún larga, frente a un Congreso cada vez más vergonzoso que el anterior, sin atisbo de querer garantizar los derechos humanos de todas y todos los peruanos. Y con campañas de desinformación que niegan la existencia de la homofobia y transfobia. Si hay algo que está mal en todo esto, es el odio hacia las personas LGTBI. Tenemos la esperanza de que algún día, las nuevas generaciones darán el ejemplo de respeto y amor a la diversidad que les ha faltado a las anteriores. En medio de una pandemia, replanteemos qué es lo que le hace daño al país: la violencia hacia las personas LGTBI nunca será un tema menor, porque todos merecen vivir con dignidad. Se debe seguir luchando para que deje de ser una meta y se convierta en una realidad.