“Creo que es una agrupación fanática religiosa muy desinformada en materias elementales de manejo del Estado. Creo que tienen un desconocimiento absoluto de lo que es el manejo de las instituciones estatales. (…) En materia económica están congelados ideológicamente con el avance y lo que significa una economía social de mercado o una economía libre”, señaló hace poco el expremier Pedro Cateriano ante el beneplácito de Rosa María Palacios.

“Cuando tú actúas con un fanatismo religioso al margen de lo que establece la Constitución, ciertamente la conducta política es peligrosa”, añadió el defenestrado político, que no recibió el voto de confianza justamente por la negativa del FREPAP y otras organizaciones de apoyar su gabinete debido a la forma soberbia y poco empática con la que había asumido la cartera más importante del gobierno de Vizcarra.

La mala jugada del presidente al poner a Cateriano al mando se vería demostrada con el paradójico voto a favor del fujimorismo siendo el expremier un adalid del antifujimorismo. Si los fujimoristas apoyaban a Cateriano significaba que algo estaba muy podrido en su designación, y la mayoría congresal no dudó en darle la espalda. Pero esta nota es sobre fanatismos, que no nos quede duda.

Cateriano entró para emprender los programas de reactivación económica a como dé lugar. Espinar ya había dado la chispa de lo que se venía y el expremier lo confirmó en su presentación en el Congreso: “Somos un país minero”, señaló, por sobre los muertos que van dejando todos los conflictos medioambientales que fueron tratados por el poder como simples impases que se podían resolver con la bota encima de la cabeza de los pueblos indígenas y campesinos.

El político no imaginaba que una organización política que hace un año no tenía ninguna representación política lo sacara de pronto de su pedestal, ese en el que creía estar luego de nombramientos frívolos como el del ministro de Trabajo, puesto ahí porque era amigo de su sobrino, el ministro de Energía y Minas, prominero, y la visita a líderes caducos como Luis Bedoya Reyes, cabeza este sí de un partido fanático que, por suerte, ya no tiene ningún representante en el Congreso: el Partido Popular Cristiano, que también gobernaba con la Biblia en la mano, pero en esta ocasión de fanáticos católicos del Sodalicio y el Opus Dei.

Partidos y políticos fanáticos hemos tenido por montones, algunos fanáticos de la corrupción, otros fanáticos del modelo neoliberal, y otros que pretendían que sus normas morales rijan a la sociedad peruana a punta de negar derechos a mujeres y LGTBIQ+. Justamente, los que están demostrando menos fanatismo al modelo neoliberal y la corrupción son los representantes del FREPAP, y los pocos a favor de los derechos de las mujeres y LGTBIQ+, marcando las distancias, son los partidos de izquierda y de centro, pero los ojos fanáticos de Cateriano no lo pueden ver.

Por eso es capaz de racializar a toda una bancada con el sino de la ignorancia, para la gente de su clase, los indígenas y campesinos debieron quedarse en sus tierras y no estar en el Congreso, pero sí deberían estar gente que no ha demostrado ninguna capacidad como Ruggiero, y ahí está la huella del fanatismo, creer que porque una persona tiene determinado color, procedencia y estudios es mejor que otras. A ese fanatismo se le llamó racismo, y ha perdurado por siglos en una nación a punto de cumplir 200 años de independencia.

Como señala Juan Fonseca, estudioso del evangelismo en el Perú

“Queda claro que Cateriano no solo es un mal político, sino uno que no conoce la realidad del país. Mal político, porque con arrogancia y desdén por el interlocutor es imposible construir consensos. El acuerdo requiere un mínimo de consideración por el otro. Aunque su desprecio es selectivo. Mientras que rindió pleitesía a Bedoya, otro político con ideas religiosas, a los congresistas del Frepap los considera inferiores por lo mismo. El racismo y el clasismo se huelen.

Además, es un desconocedor de la realidad nacional, pues aunque el Frepap es un partido confesional, sus votantes no comparten su ideología religiosa. Están en el Congreso gracias al voto de protesta de sectores populares hartos ante la corrupción y la desigualdad propiciada por las élites. No votaron por ellos por su agenda religiosa o “antigénero”. Es más, el Frepap se ha cuidado de no ser utilizado políticamente por el fundamentalismo cristiano, el que, dicho sea de paso, también los desprecia. Como dijo María Céspedes, una de sus congresistas, en estos meses no se han puesto a orar en el Congreso ni a atacar políticas de Estado desde sus valores religiosos, porque respetan el Estado laico. Al menos hasta ahora. Muy distinto de Julio Rosas, Tamar Arimborgo y otros voceros de Con mis hijos no te metas, que sí fueron un peligro para la laicidad del Estado en el Congreso pasado.

Aunque yo mismo no concuerde con la línea ideológica del Frepap, hay que reconocer que se siente autenticidad en sus demandas a favor de los más pobres. La gente los percibe así. No me sorprendería que el 2021 vuelvan a obtener una importante bancada, no solo por sus propuestas, sino porque el desprecio con el que las élites los tratan fortalece su empatía con los más pobres del país. Si hay que enfrentarlos políticamente, que sea con respeto a ellos y a quienes representan”.