Escribe: Mario Arijan Cereceda Quispe
Hace 50 años, un dictador les quitó su chacrita, real o imaginaria, a la élite peruana y no han dejado de llorar. Hace años su palabra favorita es “resentido”, que es lo mismo que “acomplejado”. Se lo dicen a cualquiera que pretenda quitarles el monopolio de la verdad histórica, a todos aquellos que les cuestionen esa lejana arcadia en donde todos tenían su lugar, había paz, prosperidad y los límites estaban bien establecidos. Cuando la tierra se poseía con indios agradecidos y dóciles, dispuestos a cualquier servicio for free. Porque la tierra era de ellos, de sus tatarabuelitos tan buenos que nunca maltrataron a nadie. “Puras mentiras de resentidos”. Cuando la justicia, el policía y el cura estaban del lado inequívoco del gamonal. Cuando las escuelas, que construían los indios campesinos para sus hijos, no recibían el permiso de funcionamiento de las autoridades y eran destruidas de noche por sombras que nunca podían ser identificadas. Cuando solo ellos votaban.
Para ellos, resentidos somos todos aquellos que exigimos justicia, reclamamos derechos, votamos en contra de sus intereses, participamos en política, hacemos huelga, recordamos sus barbaridades, sus matanzas, a nuestros muertos. Si tienes memoria, eres un resentido social. Si los contradices, también. Si te atreves a mostrarles sus contradicciones y mentiras, eres el resentimiento encarnado y si eres de color marrón encima, eres sospechoso de terrorismo. Porque de llamarte resentido y acomplejado al terruqueo hay solo un paso.
Pero la verdad de la milanesa es que los resentidos nunca han dejado de ser ellos. Nunca le han perdonado a Velasco que les haya quitado su locus amenus, su hacienda, en donde la arbitrariedad y el abuso era moneda corriente e impune, en donde la cultura de la servidumbre los hacía sentir dioses, mientras pisaban espaldas de indios para subir a sus caballos, o eran cargados en andas o en hombros de sus campesinos, a quienes nunca pagaban un sueldo. Y ese Perú que añoran y extrañan con locura ya no existe. Y esos indios que eran suyos ya no les bajan la mirada, ni les tienen miedo. Y no saben qué hacer con esta democracia, ni con estos nuevos ciudadanos que 50 años después no reconocen como iguales y quieren anular sus votos en unas elecciones justas y limpias.
Y los acomplejados también son ellos. Cuando alguien exige derechos laborales, trabajar 8 horas diarias, un Sistema de Salud Universal, políticas de protección medioambiental con estándares internacionales, derechos para la comunidad LGBT o un estado de bienestar, siempre salen con la misma respuesta: “Esas cosas son para países europeos como Suiza o Dinamarca, no para el Perú”, parafraseando a la expresidenta de la Confiep, María Luisa León. ¡Total! ¿Quiénes son los acomplejados realmente? Decir que algunas políticas sociales y económicas son posibles en algunos países europeos y blancos, pero son imposibles para un país como el Perú ¿acaso no es el plus ultra del complejo nacional?
Ahora ha ganado la presidencia un profesor rural, campesino, rondero, cholo y de izquierda. Los niveles de resentimiento y complejo nacional van a aumentar categóricamente en estos años. Ya los hemos visto en estas elecciones, en las cuales han expresado su racismo y su desprecio por Castillo y sus votantes con el disfraz del anticomunismo y terruqueo. Al final de cuentas, es el viejo miedo y resentimiento de esas masas indígenas campesinas que en los años 50, antes de Velasco, hicieron esas invasiones y recuperaciones de tierras que desencadenaron las reformas agrarias que le cambiaron en rostro al país y construyeron una ciudadanía nueva, marrón y vigorosa, que les arrebataron el país a sus antiguos dueños. Y aquí vamos de nuevo.