En la antigua Grecia, politikós hacía referencia a lo civil, a lo social. Por su parte, idiotikós equivalía a lo privado o alejado de lo político, que luego se transformó en lo que hoy conocemos como idiota.

A primera vista, en la política peruana parece haber cambios, aunque sabemos que sus integrantes salen despedidos cada cierto tiempo del escenario como si estuviesen girando en una desmuelada silla voladora de barrio. Claro, nunca faltan el mecánico —esa prensa que acoge a varios de estos que se volvieron analistas que se toman un respiro o reciben ofertas— que le da retoques para volverla a colocar, y el incauto que confía en subirse nuevamente.

A segunda vista, unos dirán que “antes” los partidos políticos eran honorables. Y lo dicen con una seguridad que les permite levantar el dedo índice y remarcar que los verdaderos partidos políticos eran —son— el centro de adoctrinamiento ético y filosofal; una ideología que te atropellaba con biografías y autobiografías de los forjadores institucionales: cuasihéroes, intachables, incorruptibles. Y mientras más antiguo el partido, más moral tenía. Lo tienen en la punta de la lengua al momento de argumentar su solidez institucional. ¿Y entonces quiénes nos han gobernado? Es que la culpa es del elector que no sabe que hay inescrupulosos que se escabullen para conseguir sus oscuros propósitos. Ya causa, hablamos.

A tercera vista, y casi tuertos, podemos verlos allí acomodados —y queriéndose acomodar— en sillones revestidos de poder a los nacidos y nacidas para la vida política: sanguijuelas del sistema que gozaron del patrocinio de grupos económicos para estar allí y responder como se debe a la hora de firmar leyes que, como hemos visto, algunos ni las leen.

Ya no hace falta verlos para saber que, en pleno ejercicio de su poder y aprovechando una fama ufana, deciden a cuál bando pasan buscando nuevas juntas que hagan esos “cambios” que sacien sus intereses. Y es que están allí algunos que son dueños o tienen algún vínculo con tal o cual empresa que invirtió en el plan.

Con el nuevo milenio, la política peruana intentó hacernos creer que las autoridades técnicas (ministros, congresistas, gobernadores) serían la nueva mejor opción; alejadas —quién podría pensar eso— de ideologías políticas. Pero allí estaban, desde el jardincito de enfrente, los políticos tradicionales que los miraban con aires de superioridad, como si supieran que los cándidos técnicos serían presa fácil de todo un sistema instalado por ellos a través de un arduo trabajo de años. Los “nuevos” no saben cómo es la nuez, pues.

Ser nuevo —no tan nuevo— en política es ser víctima de bullying político; así te recibe la “fraternidad”, es parte del proceso para la evolución del pokemon que prefiere un grupo de gente. Hay chiquiviejos que dicen estar renovados —reinventados, como se acuñara en pandemia—, hay otros que “mueren” en su ley. Sea cual fuere, quien recién entra en política sabe en lo que se mete, solo que dado el momento no sabe cómo manejarlo. Le falta tener muñeca, nada más.

Terminadas las fiestitas de fin de año la batalla será sangrienta para llegar a esos sillones. La tarde del próximo 11 de abril veremos a políticos moreteados de tanto uppercuts y jabs, y pueda que haya un knockout si es que algún partido político no supera la valla electoral (5 % de los votos a escala nacional). No solo entre políticos deben estudiarse, nuestro deber como ciudadanos es informarnos y no caer mansitos en las noticias falsas. No hay que ser idiotikós.

(Imagen de cabecera: Escuela de Atenas, 1510-1511)