Llegó San Valentín y con ello un conjunto de vivencias estereotipadas de lo que debe suceder para que la relación de pareja sea “perfecta”. Un conjunto de situaciones a las que miles de personas aspiran a experimentar para validar que su relación encaja en aquello que “debe ser”, pero peor aún, un conjunto de aspectos que invisibilizan a las personas en su esencia como tales y que evidencia que las relaciones de pareja, como usualmente las vemos, no son más que realidades en donde hay un evidente deseo de posesión de las personas como si se tratara de objetos.

Llegó San Valentín y con ello un conjunto de ideales que nos hacen creer deben darse para hablar recién de amor verdadero. Tal es así que, si no recibes hoy rosas, peluches y chocolates, tu pareja no te ama, y claro, si celebras el día conforme a lo ofertado por el mercantilismo romántico, aunque seas víctima de violencia, el día será perfecto.

“Mi marido” y “mi mujer” son enunciados que con naturalidad escuchamos y jamás nos hemos puesto a pensar el trasfondo que ello conlleva, y es que las relaciones de pareja por lo general se sustentan en un modelo de propiedad privada, tal cual la canción, esa que, si la escuchamos con atención, no hace más que generarnos escalofríos por la descripción tan tóxica de lo que puede ser el amor para las personas.

Las personas creen que sostener una relación de pareja te otorga derechos sobre la vida de ese alguien, que puedes hacer lo que te da la gana con esa persona y disponer a tu antojo incluso de aquello tan valioso que tiene una persona como es el tiempo. Y eso, no es amor.

Hablamos de revoluciones sociales dentro de un contexto en donde se violan derechos y se restringen libertades, pero qué hacemos respecto a nuestras propias experiencias personales y relaciones de pareja en donde creemos que existe un sentido de pertenencia respecto a la otra persona.

Sin ahondar en situaciones de violencia de género que de manera implícita se asocian con una indignación colectiva, hoy quería comentar sobre aquellas otras situaciones que las vemos como normales y deben ser pensadas por nosotras para ese proceso de verdadera liberación femenina que debemos emprender en nuestra relación con el otro. Escucho a mujeres que con mucho orgullo cuentan como manejan a sus parejas, como los dominan, controlan, celan, manipulan y un larguísimo etcétera pensando, equivocadamente, que de eso se trata el empoderamiento de la mujer, de creer que su pareja les pertenece y les debe obediencia. Mujeres que afianzan los estereotipos respecto a los roles que sienten deben cumplir y exigen a los hombres cumplan también aquellos que les corresponden y sean, por ejemplo, eternos proveedores económicos que puedan saciar, incluso, necesidades sumamente banales o cumplir esas misiones principescas que tanto desean. Cabe señalar, que mi visión es únicamente desde una perspectiva heterosexual, por lo tanto, limitada a las miles de relaciones que se dan en la realidad.

En una sociedad machista en la que las mujeres crecen siendo dependientes del padre, existen muchas que buscan la dependencia en la pareja y no se atreven a descubrir lo que ellas mismas pueden hacer de manera libre y autónoma. Entiendo perfectamente las realidades que vivimos, pero es importante tener en cuenta ello para que cuando se abra esa ventana de oportunidad de emancipación acudamos a ella y gocemos nuestra libertad.

Menciono esto porque a título personal considero que el saborear gustosamente la libertad nos permite adquirir insumos de vida para conservarla permanentemente y con ello saber que su presencia es indispensable en nuestras vidas, lo cual no tendrá absolutamente nada que ver con que tengamos o no pareja. Siendo que, al gozarla y experimentarla podremos construir relaciones futuras con plena libertad.

Queda claro que nuestra sociedad patriarcal nos muestra con recurrencia a hombres cuyo esquema mental los hace creer erróneamente que las mujeres somos un bien inmueble sobre el cual tienen un poder de dominio, lo cual se acompaña, además, de muchas situaciones de violencia, la cual no requiere ser física para afirmar su existencia, pero mi punto de hoy es sobre esa necesidad de ser nosotras mismas promotoras de la libertad cuando nos relacionemos con otra persona.

En las relaciones de pareja se asumen conductas que restringen libertades como formas de expresión de amor, y también tratos indignos como muestra normalizada de la rectitud con la que hay que relacionarse con la pareja para asegurar el respeto y eso no es normal.

Las relaciones, creo yo, tienen que estar basadas en la libertad, porque no hay nada mejor que los sentimientos que afloran de una persona que se siente libre y consciente de que su voluntad dicta su conducta. No hay nada más sano que saber que la otra persona está contigo porque así lo desea y no porque es eso lo que corresponde de acuerdo a determinados mandatos sociales.

Una persona que no es libre en poder ser como es no podrá otorgar un amor sano que es vital para una relación de pareja. Las relaciones interpersonales son difíciles, pero hay situaciones de pareja que “se asumen” porque se piensa debe ser así y ello es gracias a ese amor romántico que nos venden día a día.

Ahora bien, comentar de todo ello es mucho más sencillo que reflexionar sobre nuestras propias historias de vida, pues es muy difícil hacer el ejercicio de analizar cómo somos en nuestras relaciones de pareja, porque encontraremos comportamientos que nos avergüenzan y probablemente no queramos asumir como nuestros, pero si queremos hablar de una revolución social de respeto a la persona debemos empezar por la forma en cómo emitimos éste a la persona que decimos amar.

No es normal decir que a partir del inicio de una relación ya no se pueda hacer actividades que se hacía estando soltero/a.

No es normal sentir que desde que se tiene pareja ya no exista tiempo para realizar aquellas pasiones que disfrutamos hacer y nos llenan el alma.

No es normal sentir un sentimiento de obligación respecto a las actividades que “debe” realizarse en el marco de lo que debe hacer una pareja y sea un suplicio hacerlas.

No es normal sentir que estar con alguien sea sinónimo de ingresar a un centro penitenciario. No es normal.

Hoy existirán diversas manifestaciones del amor romántico, ese que no valora necesariamente estos aspectos esenciales que estoy comentando, sino ese que asocia el sufrimiento como algo natural en las relaciones de pareja, ese que piensa que si no duele no es amor, ese que cree que si no hay tragedia no es verdadero. Ese que incluso llega a creer que la vida no vale nada si no está presente.

No miremos por ahora las situaciones de violencia emitida por los hombres machistas, que requiere de una revolución social que la construiremos a gran escala, veamos hoy las situaciones cotidianas de nuestros procesos de enamoramiento que podemos mejorar nosotras mismas en este afán de ser mejores personas y mujeres con mayor empoderamiento.

Despejemos de nuestras mentes esas alucinaciones de parejas de cuentos de hadas y saquemos de nuestras cabezas la idea de que el amor del príncipe nos salvará. Me da mucha pena saber que hoy habrá un sinfín de mujeres tristes por no celebrar San Valentín como hubieran deseado, con rosas y ositos de peluche, sintiendo que su vida no tiene sentido, pero por otro lado, me genera mucho más dolor el saber de aquellas que sí tendrán esa celebración esperada pensando que eso es lo que le otorga valor en sus relaciones y por ello nublen sus percepciones respecto a los aspectos relevantes de las relaciones, de modo tal que no sean capaces de identificar el acoso, la violencia o el control por encontrarse atrapadas en este ideal de lo que es el amor.

Nadie dice que no celebren hoy o cualquier otro día del disfrute del amor de pareja, pero sí que reformulemos aquello que está en nuestras manos, como la capacidad de no restringir libertades en la otra persona y de permitirnos gozar de ésta. ¿Cómo amar a una persona que no puede tener algo vital para todo ser humano como lo es la libertad? Ello debería ser nuestro punto de partida.

El romanticismo que nos venden conlleva a relaciones interesadas en donde después se generan situaciones de codependencia que dañan el alma. Las relaciones deben estar sustentadas en compañerismo y trabajo en equipo, en saber que la otra persona es una contraparte con quien se puede conspirar en aquellos aspectos que generan felicidad en la vida y en donde nunca se vulnere la voluntad.

El amor tiene que estar sustentado en el disfrute y en el respeto y valoración de la persona, pero sobre todo debe desarrollarse desde la autonomía personal que permitirá la construcción de relaciones igualitarias donde no haya esos juegos de poder que fomentan la asimetría y la sumisión.

En este San Valentín que pone en el tapete de nuestro pensar respecto a las relaciones de pareja saquemos a la luz las miles de formas de quererse que existen, las cuales no siempre encajan en aquello comercializado, pero que producen alegría y felicidad, y eso basta. Abramos nuestras mentes y corazones a construir un amor sustentado en el placer, la calma, el disfrute, la solidaridad, el apoyo mutuo y la alegría de vivir. Reivindiquemos nuestro derecho de amar como nuestra voluntad mande y establezcamos nuestras relaciones como nos dé la regalada gana, sin importar si esa relación encaja en el ideal de “pareja perfecta”, que mientras haya libertad entonces siempre habrá amor.