Por Tadeo Palacios

La pestilencia política en el Perú cuenta con un perfil específico que hace posible distinguir con relativa sencillez a sus actores, militantes de un conservadurismo dispuesto a imponerse a punta de porrazos.

Hace unos días, por ejemplo, fue posible ver cómo un pequeño grupo de manifestantes ligados a movimientos inmersos en esta corriente organizó una protesta agraviante en el frontis del Instituto de Defensa Legal (IDL-reporteros). Su objetivo: hostilizar al equipo de profesionales que ha contribuido a la caída y exposición pública tanto de funcionarios como de políticos implicados en el tráfico de influencias, las recientes crisis políticas y que son sindicados como integrantes de presuntas organizaciones criminales de “cuello blanco”.

Sin embargo, antes de proceder a la descripción de los rasgos que permitirán al lector hacerse una idea de cómo identificar al partidario conservador promedio, se debe tener presente que este, como todo perfil, es un cúmulo de características, orientaciones, idiosincrasias y matices ideológicos que con frecuencia —cuando no mayoritariamente— se observan juntos, acoplados entre sí, en un mismo individuo o colectivo.

Por lo que, teniendo en cuenta que, incluso, dentro de la ola conservadora hay peculiaridades, el presente artículo tiene como único fin enlistar algunos rasgos típicos que persisten en quienes, al parecer, buscan el inmovilismo y el paulatino retroceso del desarrollo integral de la sociedad peruana. De ahí que bien pudo haberse titulado:

¿Cómo identificar a un conservador y no verse embaucado por sus artimañas en el intento?

1. Primero, debe señalarse que la posición política del arquetipo “ideal” del conservador se vincula, generalmente, al espectro ideológico de la derecha. En el Perú, también puede ubicarse, cómodo, en las inmediaciones del aprismo, fujimorismo y demás partidos cuyo cariz clientelista los ha llevado a ser cuestionados en reiteradas ocasiones por la justicia. No obstante, también hay quien pretenderá definirse como “apolítico” o como un simple ciudadano indignado. En este grupo, los hay también técnicos y profesionales. Estos últimos pueden ser vistos opinando desde una “supuesta independencia” en perfecta sincronía con ciertos personajes de la infeliz tarima política nacional.

2. Es cercano al fundamentalismo religioso. En este lado de occidente, el conservadurismo hegemónico se adhiere al cristianismo evangélico o católico, especialmente a las alas duras de tales credos. Aunque esto no es, como se ha dicho, un imperativo.

3. Frecuentemente, en lo económico, sea que provenga de un sector acomodado, o que posea una extracción humilde, el conservador enarbola un discurso enfocado en “el esfuerzo propio“, el “emprendedurismo“, la libertad irrestricta del mercado, el aborrecimiento de cualquier intervención fiscalizadora o reguladora del Estado (especialmente en lo económico y laboral), y la cultura del “startup”, del “tú puedes”. De este modo, consagra sus expectativas al principio de meritocracia, mas es necesario notar que muchos de los personajes mediáticos que resaltan la importancia de sus méritos en el desarrollo de sus trayectorias, consiguieron su ascenso profesional o el éxito socioeconómico a partir de influencias, privilegios, contactos, componendas o retribución de favores. Todos, como es obvio, son elementos ajenos a la prédica que hacen del esfuerzo y los sacrificios.

4. Producto de lo anterior, el conservador cree que la pobreza es fruto del fracaso personal y no una consecuencia de los múltiples fallos estructurales de un modelo político-económico que rehúsa criticar, pero que, en el fondo, es consciente de que acrecienta las brechas sociales, prodiga escasez y generaliza la ausencia de equidad en las oportunidades. Algunos, con desparpajo todavía mayor, resumen lo dicho en el mantra aquel de “el que es pobre, es pobre porque quiere”.

5. Al conservador le causa repulsa cualquier postura de izquierda, aunque también despotrica de cualquier posición medianamente cercana a la socialdemocracia o al centro político. Cultiva un desprecio desaforado hacia los modelos de inversión social, sean estos moderados o radicales. Cualquier entredicho a las políticas económicas vigentes (incluso los más reformistas) serán considerados poco más que un acto populista de sabotaje, autoritarismo o, incluso, de terrorismo, según le convenga. El ejemplo de esto puede contemplarse en el afán reciente de acusar a un gobierno de derecha, como el de Martín Vizcarra, de ser una dictadura solo porque pretende realizar reformas contrarias a las pretensiones de impunidad de las bancadas aprofujimoristas.

6. En esa misma línea, el peruano conservador es rabiosamente anticomunista y no perderá la oportunidad de deslegitimar posiciones de izquierda (incluso las más moderadas), acusándolas de “terroristas” y “antidemocráticas”.

7. Se inclina a defender excesos y crímenes perpetrados por efectivos de las fuerzas del orden policial y militar.

8. Exhibe una preocupación teatral y aparentemente desmesurada por el orden público y el principio de autoridad, lo que degenera las más de las veces en un apoyo a la liberalización de la tenencia de armas de fuego, la exaltación del asesinato de delincuentes, además de mostrarse a favor de la pena de muerte, el castigo tortuoso y brutal, y la represión violenta de la protesta.

9. Muestra un recelo desproporcionado contra a las políticas de protección de los derechos humanos que el gobierno desee implementar. Especialmente si considera que estas representan, o bien un coste social que “derrumbará” la economía nacional (derechos laborales y beneficios sociales a los que llaman “sobrecostos”), o bien una traba para las inversiones extranjeras y las actividades primario exportadoras (derechos medioambientales y del entorno). Ni que decir si las iniciativas responden a reivindicaciones en el campo de la salud reproductiva, la educación pública de calidad y el apoyo económico a la cultura y las artes. En consecuencia, y para desacreditar a quienquiera que se encuentre a favor del respeto de los derechos fundamentales de la ciudadanía, el sector conservador de la política nacional se ha inventado una seguidilla de motes (“caviar”) que en última instancia terminará vinculando al “terrorismo” o al “oscuro financiamiento de ONG extranjeras” o a supuestos “lobbies ambientalistas” o “gay”.

10. A pesar de eso, y por contrario que suene, el conservador típico erige una imagen pública de encarnizada defensa de los valores tradicionales, la familia heteroparental, “la vida del niño por nacer” (aunque no exista tal niño) y el lugar común (y gaseoso) que compone la fórmula de “moral y buenas costumbres”.

11. Niega el estándar de “guerra” o “conflicto armado interno” para referirse a los hechos suscitados en el periodo que va entre 1980 y el año 2000. En cambio, prefiere simplificar (y reducir) tales sucesos a meros actos terroristas, impidiendo y tratando de censurar cualquier reflexión que se haga de dicho periodo de violencia. Al mismo tiempo, niega que se produjeran violaciones de derechos fundamentales cometidas por militares, policías y paramilitares. Y reivindica al fujimorismo como el artífice de la victoria contra Sendero Luminoso y el MRTA. En suma, el conservador busca reescribir la historia a partir de la instauración de un relato exculpatorio que le favorezca.

12. De lo último se desprende su tendencia a deslegitimar y desmerecer cualquier intento de reconciliación. Además, considera amañados a favor de los subversivos los documentos emitidos por la Comisión de la Verdad y la Reconciliación. Su consigna es la estigmatización perpetua de los implicados en los bandos beligerantes no pertenecientes al Estado, frustrando cualquier posibilidad de resocialización y de reinserción de los reos una vez que estos han cumplido su pena.

13. Hay una tendencia siempre ligada a ocultar, invisibilizar o desconocer a las víctimas que perecieron por acciones criminales del Estado. Se busca siempre el maquillaje de las cifras o, en casos extremos, actúa la vocación negacionista propia del conservadurismo para alegar que los secuestros, las fosas comunes, las ejecuciones, los robos de infantes, las torturas que masacraron a la población civil, pobre, andina y amazónica en su mayoría, son meros mitos y que, si acaso llegaron a ocurrir, son catalogadas como excesos. “Estábamos en guerra con el terrorismo, ¿qué querían?”

14. El partidario conservador ha emprendido una cruzada imaginaria contra eso que llama “el discurso progresista o políticamente correcto” y abogan por una libertad irrestricta de difamación, insulto, escarnio y calumnia a la que disfraza de “libertad de expresión” y que afecta, en su mayoría, a poblaciones vulnerables, minorías y sectores desfavorecidos.

15. En consecuencia, reproduce un discurso tendente a celebrar y normalizar la discriminación, pasando por el machismo, la misoginia, el abuso, el racismo, la xenofobia, el clasismo, la homofobia y demás vilezas. Por supuesto, si se le increpa, inmediatamente se quejará de que se ejerce una inexistente “intolerancia” en su contra. Nada más obsceno, contradictorio e hipócrita que eso.

16. Para autovalidar sus exabruptos y dotar de “legitimidad” a los prejuicios que funda en convicciones religiosas o personales, se concibe a sí mismo como una especie de “rebelde”, la pobre víctima de “la dictadura de lo políticamente correcto y el pensamiento único progresista”. Es a este fantasma totalitario al que acusa de obligarlo a adoptar valores que, aunque estén fundados en la dignidad humana, cree que violentan su confesión particular. Naturalmente, ello pone en evidencia que la molestia del conservador al respecto radica en que hoy en día ya no puede diseminar impunemente sus ataques hacia los grupos históricamente oprimidos y marginados: mujeres vulnerables o en situación de violencia de género, comunidad afrodescendiente, comunidades nativas y campesinas, comunidad LGTBIQ+, etc.

17. Contrariando sus reclamos por la libertad de expresión (solo para él y sus correligionarios, obvio), busca petardear las iniciativas de prensa independiente, enfocada en investigar casos de corrupción de personajes que son de su simpatía, y de revelar los hilos de las mafias enquistadas en el poder político y económico del país. Los ejemplos de hostilidad sobran, pero los más recientes tiene por afectados a medios como Hildebrandt en sus trece e IDL-reporteros.

18. Repudia cualquier postura encaminada a producir mejoras en el campo de la salud reproductiva pública. Lo mismo sucede con la implementación de una educación con enfoque de género y equidad. Asimismo, se encoleriza rápidamente frente a cualquier postulado relacionado a las luchas del feminismo, los movimientos pro decisión de la mujer sobre su propio cuerpo y los colectivos LGTBIQ+. Ha instaurado un Index de palabras a las que da un status peyorativo, casi criminal. Entre ellas están los términos “género”, “ideología”, “paridad”, “equidad”, etc.

19. Aunque pueda sonar ridículo, algunos conservadores sostienen que existe “la ideología de género”, un supuesto dogma que busca la homosexualización de la infancia y la perversión progresiva de la sociedad. Señalan, de forma literal, que: “hay una conspiración mundial que se vale de organismos de derecho internacional y distintas ong financiadas por magnates judíos-sionistas-progre-neo marxistas para acabar con la especie humana e instaurar un nuevo orden mundial mediante el aborto, la eugenesia y la imposición de la sodomía”. Yo sé que es una imbecilidad, pero no me la he inventado yo.

20. Siguiendo la línea de lo absurdo, también hay quienes tienden a levantar banderas antivacunas o negacionistas del calentamiento global. Los hay creyentes de que la mayor amenaza del mundo moderno es “el marxismo cultural”. Pero nada supera a los terraplanistas, es decir, los creyentes de que la tierra es plana y que su supuesta redondez es también parte de una conspiración internacional. Por ejemplo: Hace poco en internet aparecieron los que acusan de “cortina de humo vizcarrista” a los casos de síndrome de Guillain Barré que han brotado las últimas semanas a un ritmo desconcertante. Para llorar…

21. Tal y como podrá deducirse de sus conspiranoias, muchos movimientos conservadores son eminentemente acientíficos. No obstante, en un giro hipócrita, como ya es su costumbre, acuden a la biología y demás disciplinas científicas solo cuando pretenden usarlas de modo funcional a sus intereses. Nunca para cuestionar el canon dogmático de sus credos. Así, el conservador promedio se convierte en un experto del genoma humano cuando intenta desacreditar las demandas de la población LGTBIQ+, pero asume el papel de inquisidor del santo oficio cuando defiende las doctrinas del creacionismo o la naturaleza sobrenatural de las divinidades a las que rinden culto.

22. Pero, por encima de todo, el perfecto conservador tiene por voceros y/o líderes de opinión a personajes capaces de capitalizar popularidad a partir de la construcción de un discurso efectista, frontal, a veces agresivo, mesiánico o de tono grandilocuente, fuertemente vinculado a emociones viscerales (revancha, resistencia, rechazo, odio, pánico, cólera) y fundado en prejuicios que, en ocasiones, buscan validar mediante la manipulación conveniente de la información cuantitativa (estadísticas, cifras, datos) y cualitativa (mediante la difusión de fakenews, rumores, calumnias y versiones distorsionadas de la historia). El “miente que algo queda” se convierte entonces en una insana directriz.