En estas elecciones interminables en las que se ha instaurado con altoparlante la retórica del “demócrata” supremacista, me he enfrentado a la palabra “resentida” muchas veces. Sin embargo, he de decir que no me ofende porque creo que es bueno sentir, por lo menos, dos veces, para que la memoria de aquello que duele o sana quede bien marcada en nosotros.

Resentir, enfrentarse desde el presente al pasado y recuperar el tacto de la rabia no tiene nada malo, es más, es necesario para el futuro. No tiene sentido pretender que miles de peruanos y peruanas no revivan en sus corazones la tristeza y la rabia con que han visto morir a sus familiares por la precariedad del sistema de salud público y la voracidad de los privados.

La memoria no está desprovista de emociones, los recuerdos cuando irrumpen, provocan siempre algo. Si no fuera así, no valdría la pena hacer literatura de la nostalgia y la historia dejaría de ser necesaria. Durante las elecciones de segunda vuelta, había quienes pedían que dejemos atrás los “pecadillos” de un dictador y los “errores” de una política arrepentida, nos pedían que convirtamos la democracia en un acto cristiano de poner la otra mejilla. Para elegir decían, habría que ir con el corazón limpio de resentimientos, pero olvidaron que las urnas no son confesionarios ni nosotros sacerdotes para darles penitencia y perdonar sus delitos. Nosotros, los resentidos, no queremos solo actos públicos de constricción, sino justicia, de otro modo no seríamos una república, sino una teocracia donde uno agacha la cabeza y pide compasión de su dios.

No resulta creíble que alguien pudiera elegir sin la carga de su historia en la yema de sus dedos. Es evidente, he votado desde el resentimiento y no me avergüenza decirlo. Creo que es hora de abandonar esa falsa idea de que solo lo bueno inspira, que las utopías solo nacen de las flores, pues no soñaríamos un país distinto si no viviéramos la virulencia de la corrupción y una crisis que se hizo más intensa este año, luego de sucesivos gobiernos serviles a la dictadura del mercado.

Sería iluso pensar que vamos por ahí desmemoriados, que prender la tele y ver rostros infames no nos produce algo que podría traducir en la acción más pacífica de protesta: elegir a quien sea que esté a la otra orilla del miedo.

Estimados señores y estimadas señoras, los resentidos les decimos: la razón no es asunto de calculadoras. No se vota solamente sacando cuentas y ojalá lo hayan entendido los empresarios de la desazón. No lograrán vencer, lo decidimos el pasado domingo 6 de junio, la verdad y la justicia llegan siempre, aunque su camino esté lleno de baches.