Escribe: Sonia Tello Santibáñez

El reloj marca las 6:00 a.m. y en el cielo se logra observar los primeros rayos dorados que irradia el sol. A lo lejos, Roberta abre su ventana y detrás de la cortina ve caminar sobre las piedras del río Rímac a personas que cargan bolsas negras de todos los tamaños. Se pregunta qué contenido habrá en las bolsas, pero una vez que observa cómo son arrojadas al río con fuerza, sus dudas quedan resueltas.

Lentamente cierra su ventana, respira y empieza con sus deberes del hogar. 

Roberta tiene 51 años y lleva viviendo en la ribera del “Río Hablador” desde que nació, y en su mente aún guarda los recuerdos de cómo el río traía entre sus aguas cristalinas, camarones que eran pescados por los pobladores los fines de semana. Hoy, las aguas del río Rímac que observó cuando era niña, ya no existen debido a la presencia de vecinos que a tempranas horas de la mañana se acercan a las orillas para arrojar los residuos del día anterior. 

A pesar de los letreros y la alta difusión que existe para no lanzar desechos al río, los pobladores hacen caso omiso al pedido, pero Roberta ha detectado que el problema de los residuos no es el único, pues la ribera del río sirve como almacén de desechos industriales, domésticos y agrícolas. 

El valle del río Rímac desciende por la Quebrada de Matucana a 3 km más arriba del distrito de Chosica. Luego de confluir con diferentes corrientes de agua, el Rímac continúa su recorrido con enormes piedras y una coloración gris que llega hasta la zona conocida como Huachipa, una jurisdicción que solo alberga polvo en sus pistas sin asfaltar y comercio informal. Ahí, se ha convertido en el lugar preferido para que empresas logren desaguar los líquidos utilizados en los procesos industriales que arrastra kilómetros abajo atravesando la ciudad de Lima hasta desembocar en el Océano Pacífico. 

Según el reporte realizado por Sedapal y la Autoridad Nacional del Agua (ANA), existen más de 900 puntos de contaminación del río Rímac. Las aguas sufren a lo largo de su recorrido hasta llegar a la planta de tratamiento de agua La Atarjea, donde se realiza el proceso de potabilización de agua para los más de 9 millones de peruanos que tienen la oportunidad de tener este líquido en sus hogares. Sin embargo, en Lima existen 1.5 millones de ciudadanos que no cuentan con acceso a agua potable ni alcantarillado. 

Según las Naciones Unidas, cada persona en la tierra requiere al menos 20 a 50 litros de agua potable limpia y segura al día para beber, o simplemente mantener una higiene adecuada. Durante la pandemia del Covid-19, la Organización Mundial de la Salud (OMS) informó que se necesita entre 50 y 100 litros de agua por persona, pero con el transcurso de los días el servicio de agua se vio restringido en algunos distritos y en las zonas urbanas, a las afueras de la ciudad, el camión cisterna no llegaba. Era una situación totalmente trágica. 

El “Río Hablador” abastece el 80% del agua que bebe Lima y teniendo este dato relevante, nadie toma conciencia que se paga por una situación que se puede evitar, porque la contaminación eleva las tarifas que normalmente pagan los usuarios al tener agua en sus casas. La limpieza que realiza Sedapal para la potabilización del agua es sumamente costosa y es el pueblo quien lo asume. Y para quienes no acceden al agua, ¿qué sucede? Pues pagan por ella. Muchas veces pagando hasta dos veces más en comparación con las personas que tienen conexión domiciliaria. 

El escritor peruano Oscar Colchado Lucio, en su libro “Leyendas peruanas”, narraba sobre la historia de un joven llamado Rímac y su hermana Chaclla, ambos ofrecieron su vida al dios Inti para que librara al pueblo de una horrenda sequía. Desde ese momento, Rímac y Chaclla empezaron a correr como dos niños convertidos en agua. Rímac en río y Chaclla en lluvia, y al cabo de 40 días tomaron la forma eterna. De ahí el nombre que hoy lleva el Río Rímac o “Río Hablador”.

El río Rímac no tiene fecha de origen, es largo y ancho, es poderoso y se refleja en la fuerza de sus aguas cuando recorren la ciudad de Lima. Está lleno de secretos y de bellas historias que los pobladores escuchan cuando se sientan en sus orillas a contemplar sus frías y contaminadas aguas.
El Rímac ha cambiado. Ya no alberga camarones o truchas. Ahora solo se puede encontrar desechos de basuras de todo tipo.

Texto producido en el Taller latinoamericano “Periodismo ambiental y conciencia ecológica en torno al agua”, organizado por la Asociación de Comunicadores Sociales Calandria y la Cooperación Suiza en Perú y los Andes – COSUDE).