Edith Huaylas y sus tres hijos de 2, 4 y 6 años fueron asesinados ayer a martillazos por Javier Rivera, el padre de los niños, en lo que es uno de los crímenes más atroces cometidos en este año. Ellos vivían en San Juan de Lurigancho, en una zona pobrísima, en un cerro a donde es difícil de llegar, en una casa hecha de madera y esteras del tamaño de una habitación grande, al lado de gente igual o más pobre que ellos.

Me pregunto si Edith fue feliz, si sus hijos lo fueron en medio de la pobreza y de la violencia, si siquiera ayer, que cumplía 29 años, pensaba en celebrar. Ella ya había denunciado a su pareja en la comisaría, habían acordado en separarse un mes antes, pero el acuerdo no fue respetado. La insania y la incapacidad de Javier para aceptar que esa mujer ya no era “suya” jugaron en contra de Edith, de sus hijos, de todas las mujeres pobres y de sus hijos más pobres.

Edith no pudo escapar de la violencia feminicida, nadie le dio la oportunidad de ser feliz lejos del hombre que la maltrataba y que hacía invivible la vida de sus pequeños, el Estado no le dio ni las herramientas para escapar de la pobreza ni la posibilidad de huir de la muerte, como no se la da a miles de mujeres que serán una cifra más en estas estadísticas de espanto.

A Edith y a sus hijos los mató Javier, el hombre que prometió amarlos y cuidarlos, y los mató el Estado, porque cuando ese hombre demostró que solo era basura revestida en un cuerpo, no hizo nada para protegerla. Si Edith ni sus hijos respiran en estos momentos es porque hay un Estado que le dio la espalda a las mujeres pobres y condenó a muchos niños del Perú a crecer sintiéndose dueños de las mujeres, a golpearlas para descargar sus frustraciones y a matar cuando su deseo no se realizaba.

Edith y sus hijos fueron asesinados por Javier, por el Estado, por la pobreza, por la desigualdad, por la violencia de género, por el sistema machista, por la cultura misógina y por la indiferencia de un país que se resiste a cambiar y que este 15 de noviembre saldrá a marchar para seguir quitándole la oportunidad a los niños de crecer sin machismo y a las niñas, de salvar sus vidas.