Escribe Arturo Jiménez*
La migración, sea esta nacional o internacional, siempre ha existido. La capital peruana se nutrió de la migración de personas desde la Sierra, quienes trajeron nuevos ritmos como la música chicha tan característica de nuestra sociedad o nuevas costumbres. De igual forma sucede con la migración extranjera, los migrantes chinos nos trajeron su comida, los migrantes europeos herramientas nuevas, pero no todo equipaje de migrante es bueno, recordemos que los españoles nos trajeron la viruela y la “criollada” limeña, así como la aniquilación de tan buenas costumbres y principios incaicos.
Para nadie es un secreto la actual crisis económica venezolana que a los más viejos les recuerda el primer gobierno del viejo partido populista en la segunda mitad de los años 80, que hoy intenta dar lecciones a Venezuela sobre economía, actúa como furgón de cola del Fujimorismo y para nada tiene que ver con el pensamiento de su líder histórico y fundador.
Esta crisis producto de factores internos y externos no es el eje del presente artículo, pero sí las consecuencias de la misma en nuestro país: más de un millón de venezolanos afincados en nuestro país tratando de salir adelante, con todo derecho. Al inicio fue algo extraño ver a jóvenes bien parecido(a)s con un dejo que no era ni los clásicos dejos chileno, argentino o colombiano que los peruanos reconocemos bien. Después fue usual verlos vendiendo las clásicas tizanas o arepas en un país tan acostumbrado a tomar chicha, inka kola o chifa. La idiosincrasia caribeña los volvió en amigos o vecinos dicharacheros y amables. En un país que todo lo compra de afuera y que piensa que todo lo extranjero es bueno, la llegada de miles de venezolanos fue algo pocas veces visto.
Lamentablemente, después algunos comenzaron a delinquir sumándose al lumpen nacional que ya bastante hastiados nos tenía. Primero se hizo conocida una banda de asaltantes de Venezuela que hizo de nuestro país su nueva morada, luego un macabro crimen de descuartizamiento hizo que una parte de la población comenzara, muy equivocadamente, a pensar que todo ciudadano venezolano era alguien de mal vivir, lo cual revivió el cuco de la xenofobia, el racismo o hasta el ya conocido y dañino chovinismo.
En la actual coyuntura electoral se han viralizado muchos videos de ciudadanos venezolanos fungiendo de opinólogos, hablan de los daños que el supuesto chavismo de Pedro Castillo le haría al Perú. “Pana, vota bien” se hizo una frase conocida, pensando ellos que todas las vertientes, doctrinas y pensamiento de izquierda (y del socialismo) se reducen a la gestión del controversial mandatario de su país.
Tal era el temor de un sector del país de perder sus enraizados privilegios que no duraron en traer a un controversial (y prófugo) miembro de la oposición venezolana a apoyar la candidatura fujimorista. Este personaje (cuestionado por sus propios colegas de la oposición venezolana) durante mucho tiempo fungió de adalid de la democracia en Venezuela, incluyendo en su accionar métodos violentos de protesta que causaron muertes y daños materiales, hoy respalda a la candidatura fujimorista, tal vez ignorando el pasado autoritario y de violación de derechos humanos del fujimorismo. Tal acción podría hacerlo perder su tambaleante, caduco e improductivo liderazgo de oposición y debilitar aún más al alicaído antichavismo de su país. Aunque para los más conocedores de la política venezolana no sería raro ver a esta cuestionada figura apoyar a políticos autoritarios, recordemos su respaldo al tristemente célebre y fugaz gobierno de tres días del golpista Pedro Carmona Estanga, quien en abril del 2002, en combinación con sectores empresariales, le dio un golpe de Estado a Hugo Chávez. Dicho apoyo de la oposición venezolana a un gobierno emanado de los tanques y botas hasta el día de hoy hace sonrojar a muchos líderes de la llamada oposición venezolana, quienes salieron de las zonas más exclusivas de Caracas a presentarse como la personificación de la democracia en su país.
Los peruanos de clase media para arriba, lectores de la prensa concentrada y veedores de noticieros parcializados que hace seis meses evitaban tratar con venezolanos, hoy los ponen como ejemplo de “lo que no se debe hacer” con el tan conocido e hiriente “No seamos como Venezuela”, cantos de moda hiriente no para la izquierda local, sino para los mismos venezolanos, algunos de los cuales no dudan en repetirlo. Dicha frase no habla mal de quien gobierna desde Caracas, sino de su propio país en general poniéndolo como un lugar parecido al infierno. Es difícil imaginar a un peruano en el extranjero diciendo “no seas como Perú” o al menos apoyar a quien lo dice en otras tierras. Hablar mal del gobierno sí, pero no de la patria.
La injerencia en la política interna de un país por parte de un extranjero que se presenta como “perseguido político” es ilegal, pueden referirse a la política de su país (Venezuela), pero no a la del país que los acoge (Perú). Cuando el expresidente Evo Morales opinó desde Bolivia sobre el triunfo de Pedro Castillo en primera vuelta, salió la Cancillería a denunciar una supuesta injerencia extranjera en las elecciones peruanas, pero cuando el opositor venezolano llegó desde su exilio dorado en España a sentarse al lado de la candidata fujimorista, la Cancillería, hasta este momento, no se pronuncia con la misma rapidez usada para con Morales; entonces desde ya vemos lo que podría pasar si gana la opción de derecha: nosotros opinamos, ustedes no.
Dicho así, cabe la pregunta: ¿estos venezolanos votarían por la hija del fallecido Hugo Chávez si esta decide postularse a la presidencia? Las similitudes entre Chávez y Fujimori son muchas: presidentes outsiders con gobiernos clientelistas acusados de dictadores, amados y odiados cuya desaparición (física o política) no ha hecho merma en sus seguidores. Entonces, la pregunta es si dentro de 20 años el chavismo se postula de nuevo de la mano de la hija y heredera de Chávez, ¿votarían por ella o dejarían que algún peruano simpatizante del chavismo vaya a hacer campaña allá?
*Colectivo Progresistas Iqueños