Llevamos más de dos semanas en casa, aumentan los casos de coronavirus, en los medios solo noticias sobre las consecuencias de la pandemia, imágenes desde España e Italia, enlaces en directo desde los mercados, los reporteros que persiguen a los ambulantes increpándoles su “irresponsabilidad”, las señoras de la clase alta limeña que denuncian en redes (o en diarios de circulación nacional) a sus trabajadoras del hogar por no trabajar durante los días de aislamiento social obligatorio, los escuderos del libre mercado entonando ahora discursos sobre sanidad pública, un Estado presente, unidad, solidaridad y responsabilidad de pueblo peruano.

A mediodía, el Presidente anunciando las nuevas medidas, las Fuerzas Armadas y la Policía en la calle. De un lado, los aplausos desde los bonitos apartamentos con balcones en la capital, del otro, una familia a la luz de una vela en un arenal, sin saber qué habrá para comer el día siguiente.

Al inicio de este aislamiento social, muchos trabajadores fueron despedidos u obligados a tomar como vacaciones estos días en los que se encuentran en sus casas. Los que no tenemos contratos formales, no sabemos si al salir de esta cuarentena tendremos algún trabajo al cual volver.

Esta pandemia desnudó nuestra débil democracia, puso el dedo en la llaga. En el Perú, millones de peruanos y peruanas viven sin acceso a servicios básicos como agua y desagüe y, deben salir cada mañana a la calle para conseguir algo de dinero para alimentar a sus familias, los mil oficios y su lucha diaria por sobrevivir.

La precariedad de nuestros hospitales públicos nunca fue un secreto, la situación de las salas de UCI sin suficientes camas ni equipamiento necesario para atender a personas que necesitan ventilación mecánica era conocida por las autoridades. Hoy, el personal de salud está sosteniendo sobre sus hombros décadas de abandono, corrupción, precariedad laboral y material. Son llamados héroes y heroínas por aquellos que antes criticaban las huelgas en las que se exigía mayor presupuesto para la salud pública en el Perú.

Confieso que estos días, a ratos me ronda la incertidumbre y trato de imaginar qué ocurrirá cuando salgamos nuevamente a la calle. Pasada la hecatombe, habremos aprendido algo o volveremos a esa falsa normalidad sin complicarnos mucho y sin mirar hacia el costado. Me preocupa de sobremanera que esta emergencia sanitaria y recesión que se nos viene, sean la excusa perfecta para precarizar aún más los derechos laborales o flexibilizar las leyes ambientales. Momentos como este, en los que nos mueve más la urgencia de lo cotidiano, pueden ser muy bien aprovechados por las élites políticas y económicas.

Por eso, espero que no olvidemos que la desigualdad mata, lo hemos sabido siempre, pero ha sido hasta hoy que nos ha tocado a muchos comprenderlo. Los niños y niñas de Cerro de Pasco que acamparon durante semanas en el frontis del Ministerio de Salud podrían darnos testimonio sobre lo que significa que el Estado te dé la espalda, aun cuando estás enfermo de leucemia debido a los metales pesados que tienes en la sangre. Porque, lamentablemente, debiste sacrificar tu salud en nombre del “progreso”, porque cuando debió importar tu vida y tu salud, importo más fomentar la inversión privada. En la agenda política no había lugar para tus problemas, porque siempre estuvieron en primer lugar los intereses económicos de las grandes empresas. Y ahora que nos está tocando a todos vivir las consecuencias de esta pandemia, espero que sigamos diciendo que la salud es lo primero, la próxima vez que señalemos a las comunidades como enemigas del progreso.

Sin embargo, tengo la esperanza de que esta crisis de proporciones globales, sea el pretexto que necesitamos para pensar qué clase de sistema económico queremos: uno donde se ponga en el centro la vida o uno donde los intereses económicos de una minoría privilegiada sea lo más importante. Porque la economía no es la búsqueda de la mayor tasa de ganancia, sino que está sujeta al uso eficiente y responsable de los recursos disponibles para garantizar condiciones de vida digna para el ser humano.

Asimismo, podría ser este el año en que empecemos a exigir y construir un Estado fuerte, presente, que garantice nuestros derechos y ponga en primer orden la vida y el bienestar de los ciudadanos. Un país donde nuestras autoridades gobiernen para mejorar nuestras vidas, no para precarizarlas, no para sacrificarnos por unas cuantas monedas.